Londres-. Utilizar ovarios procedentes de fetos abortados para el tratamiento de mujeres infértiles ha quedado prohibido en Gran Bretaña, de acuerdo con la decisión anunciada el 20 de julio por la Human Fertilisation and Embryology Authority (HFEA). Pero al mismo tiempo este organismo ha autorizado que se siga investigando sobre esta técnica y sobre el uso de óvulos procedentes de donantes vivos y -con reservas- de cadáveres.
El presidente de la HFEA, Colin Campbell, opina que no es necesaria una legislación en este campo, quizá porque confía en que la sensatez de los médicos y de la gente impedirá que se produzcan abusos graves. Pero no deja de suscitar perplejidad que el dictamen de la HFEA pretenda evitar los abusos en un campo, mientras los permite en otro.
Estas incongruencias se aprecian también en las reacciones ante un estudio que ha publicado The Lancet, en el que se comprueba que el feto puede sentir dolor en el seno materno. Este hecho ha merecido titulares de primera página en varios periódicos, pero nadie pareció recordar la clara prueba gráfica ofrecida hace años en el film The Silent Scream, del Dr. Nathanson, sobre el dolor de un feto en un aborto. A los mismos doctores que han presentado esta prueba científica no se les ha ocurrido sacar la lógica conclusión de que la ética del aborto debería ser revisada. Sólo señalaron que sería conveniente anestesiar al feto antes del aborto.
Para realizar su informe, la HFEA recogió unas 10.000 opiniones de asociaciones y grupos que respondieron a su consulta. De ellos, el 58% se declaraban en contra de las investigaciones sobre el uso de tejidos fetales y sólo el 7% la apoyaban. A pesar de todo, Campbell dice: «Esta investigación suscita más reservas de lo que cabría esperar, pero no estoy seguro de que la gente entienda los beneficios que puede proporcionar». También reconoció después que la HFEA no ha tenido en cuenta el parecer de esta mayoría, porque por lo general se trataba de grupos contrarios al aborto.
Sin embargo, el debate en estas cuestiones está lejos de atenerse a la realidad «científica». Artículos sentimentales sobre casos de mujeres que consiguen tener hijos con métodos de laboratorio, contribuyen a crear un clima de euforia. Pero estas historias siempre dejan en la sombra los casos que no tuvieron éxito o el daño hecho a embriones que no llegaron a ser viables. Simplemente se supone que la oportunidad y las buenas intenciones bastan para justificar estas prácticas.
El problema es que en estos casos las consecuencias negativas pueden ser fácilmente ignoradas. Los embriones que mueren sólo pueden ser vistos al microscopio; el dolor interior de un niño que no podrá saber quién es su padre sólo se manifestará más tarde. Los libertarios alegan que el Estado no puede interferir en la libertad de las personas para tener hijos, por los medios que sean. Pero parecen ignorar que también el niño tiene derechos -el derecho a tener un padre frente al deseo, por ejemplo, de Martina Navratilova de tener un hijo-, pues el niño no puede ser visto como un producto que se adquiere.
Ben Kobus