Aunque la eutanasia y el suicidio asistido se suelen presentar como medios para evitar los sufrimientos del enfermo, su mera disponibilidad puede añadir un nuevo sufrimiento psíquico al paciente. Así lo explica Richard Stith en un artículo publicado en Public Discourse.
“Cuando el suicidio llega a ser algo aceptado y disponible, las personas dependientes que se niegan a elegir la muerte pueden ser culpadas de convertirse voluntariamente en una carga para sus cuidadores y para la sociedad. Esto puede añadir un nuevo tipo de sufrimientos a la etapa final de su vida”.
“Cuando escoger la muerte no es una opción, podemos ver a los que luchan contra una enfermedad grave o una situación de discapacidad como héroes que combaten contra un destino fatal. Sus vidas y sus muertes están llenas de sentido que puede ser reconocido por ellos mismos y por los que les rodean”.
“Por el contrario, el derecho al suicidio asistido de una persona gravemente enferma significa que la vida de esa persona se considera especialmente prescindible, que su mantenimiento en vida es legalmente menos importante que el de las personas sanas (cuyas vidas siguen siendo protegidas contra el suicidio)”.
“Cuando a una abuela enferma se le ha abierto la posibilidad del suicidio asistido, su decisión de no acabar con el sufrimiento ya no será vista como una apelación a la compasión familiar y al apoyo de la comunidad”.
Como dijo el Dr. Ezekiel Emanuel, especialista en cáncer y en bioética, “una más amplia legalización de la eutanasia y del suicidio asistido tendría el paradójico efecto de hacer a los enfermos responsables de su mismo sufrimiento. En vez de verlos como víctimas del dolor y del sufrimiento causado por la enfermedad, podríamos considerar que está en su mano poner fin a su sufrimiento mediante una inyección o tomando unas píldoras; negarse a hacerlo significaría que vivir con el dolor ha sido una decisión del paciente, una responsabilidad suya. Echar la culpa al paciente reduciría la motivación de los cuidadores para proporcionar los cuidados extraordinarios requeridos, y aliviaría su culpabilidad si los cuidados fueran insuficientes”.
“Muchas personas relativamente débiles ya piensan que son una carga para los demás. Pero ahora pensarían que son ellas, en vez de la enfermedad o la edad, las culpables de las molestias que imponen”.
“Al elegir seguir viviendo en una situación de gran dependencia, una abuela puede sentirse muy egoísta al preferir un beneficio para sí misma al coste de imponer una carga pesada a los que la rodean”.