Contrapunto
Cambiar el sentido de las palabras es más fácil que cambiar la realidad. Y casi se podría decir que el maquillaje verbal se ha convertido últimamente en una adicción. Un ejemplo reciente es la noticia sobre el programa ensayado en Andalucía para la dispensación de heroína a toxicómanos de larga duración. El titular periodístico proclama triunfal: «El primer ensayo español con heroína culmina con éxito y supera a la metadona» («El País», 9-12-2004). El lector se anima: por fin una buena noticia en la lucha contra la drogadicción. La primera frase explica que «la heroína suministrada bajo control médico con atención socioeconómica y jurídica ayuda a rehabilitar toxicómanos de larga duración». Rehabilitados, lo que, según el diccionario de la Real Academia, significaría «restituidos a su antiguo estado», es decir, libres de esa terrible dependencia. ¿Cómo lo habrán conseguido?
A medida que se lee el cuerpo de la información el entusiasmo se mitiga. En el ensayo empezaron a participar 62 toxicómanos, que habían fracasado en tratamientos convencionales con el sustituto de metadona y tenían problemas de salud (sida, hepatitis, problemas psiquiátricos) y de inserción social. La mitad recibieron heroína bajo control médico y la otra mitad solo metadona. A lo largo de nueve meses, 18 abandonaron, y culminaron el ensayo 34 (23 de los que recibían heroína y 11 de los de la metadona). Durante este tiempo se les proporcionó también una sostenida asistencia legal, psicológica y socioeconómica para favorecer su inserción social.
Los directores del ensayo se muestran muy satisfechos con los resultados. Señalan que los toxicómanos que recibieron heroína han mejorado más que los otros su salud y sus condiciones de inserción social, y cometieron menos delitos (ciertamente, si le dan la droga gratis el toxicómano delinquirá menos, ya que no delinque por afición sino para conseguir el dinero que le cuesta la droga). Con lo cual concluyen que la dispensación de heroína ayuda a la «rehabilitación» más que la metadona.
Pero el lector se pregunta: ¿cuántos de los que recibían heroína se han rehabilitado dejando la droga? Los 23 que recibían heroína más 11 de los tratados con metadona seguirán recibiendo heroína de por vida. Cambia el nombre: ahora se llama «heroína compasiva». Parece ser que uno de los participantes ha dejado de tomar droga y se encuentra en fase de abstinencia, pero esto no despierta especial interés: «No era un objetivo del programa desintoxicarlos, salvo que lo pidan», explica el coordinador («El País», 27-01-2005).
Sin duda, es motivo de satisfacción que la vida de un toxicómano mejore en algunos aspectos. Lo que no está claro es que lo decisivo para el cambio sea la droga. Según el principal investigador del ensayo, Carlos March, «en realidad no sabemos cuánto influye la heroína y cuánto la asistencia social en los resultados del ensayo». Pero lo que se destaca como factor de «éxito» del ensayo es la dispensación de heroína, no la ayuda social.
Por eso, la Junta de Andalucía, impulsora del proyecto, ha pedido al gobierno que autorice «el uso clínico» de heroína para drogadictos. Pero el lenguaje médico no logra cambiar que la heroína, sus efectos y la dependencia siguen siendo tan deletéreos como antes. Solo que, al administrarse en un entorno sanitario, pasa a ser un «fármaco».
Se comprende el enfoque limitado de estos ensayos, que solo pretenden la «reducción de daños» en drogadictos inveterados. Pero tampoco es como para lanzar las campanas al vuelo, presentándolo como el gran «éxito» innovador en la lucha contra la drogadicción. Seguro que también mejoraría la salud y la inserción social de un ludópata si, en lugar de gastarse el pan de sus hijos o cometer un desfalco en su empresa, el erario público le proporcionara el dinero que necesita para jugárselo en el casino o en la máquina tragaperras bajo control de un contable. ¿Estaría por eso «rehabilitado»?
Ignacio Aréchaga