En el proyecto de reforma de las leyes de bioética que ha presentado al Parlamento el gobierno francés, la clonación reproductiva aparece como un «crimen contra la especie humana», castigado con veinte años de prisión. Y la mayoría de las voces que intervienen en el debate ante la opinión pública se manifiestan a favor de la prohibición.
El biólogo y ex ministro Claude Allègre, favorable también a la prohibición, aduce la pérdida que supondría en el patrimonio genético (LExpress, 16 enero). «Gracias a la genética sexuada, todos somos semejantes, pero cada uno es único (salvo los gemelos idénticos, que son raros). De hecho todos somos mestizos, pues nuestro patrimonio genético es una increíble mezcla de líneas de orígenes múltiples. (…) Un mundo de clones sería un mundo en el que se interrumpiría esta mezcla genética. Como se producirán inevitablemente mutaciones genéticas, algunas de ellas negativas, se perpetuarán sin la selección que supone la reproducción sexuada».
La reproducción sexuada es también «el germen de la construcción de la organización social», ya que todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, hermanos y hermanas, primos y primas, todos diferentes. «Una sociedad de clones sería una sociedad de líneas paralelas que no se encontrarían, una serie de uniformidades yuxtapuestas, lo contrario de la variedad, de la diversidad, de la vida».
Algunos evocan el caso de los padres que han perdido un hijo y que desearían un bebé clónico para hacerlo «revivir». Allègre contesta que «el hijo no es un objeto de satisfacción, una propiedad de los padres, es un ser humano único cuya autonomía, que se afirma muy pronto, debe ser respetada».
El científico Luc Montagnier advierte en Le Monde (22 enero) la necesidad de mostrar una gran prudencia en todo lo que pueda afectar al patrimonio genético. «La reproducción sexuada se ha impuesto en los seres vivos más complejos -animales y vegetales- porque es el mejor sistema para conservar ese patrimonio y a la vez permitir su evolución en las condiciones cambiantes del medio».
Entre las razones científicas para oponerse a la clonación reproductiva subraya los limitados conocimientos científicos sobre los efectos de la clonación. «En esta experiencia, los fracasos son más numerosos que los éxitos. Lo que no puede extrañar: una célula de un tejido diferenciado -la piel, por ejemplo- ha estado sometida a factores medioambientales que han podido inducir mutaciones en su patrimonio genético (exposición a rayos ultravioletas, por ejemplo)».
Sobre todo, «se ignora los efectos a largo plazo de esas operaciones sobre la descendencia de los animales. En efecto, el peligro no viene de los grandes defectos en el genoma. Estos son eliminados por la muerte espontánea del embrión y por el aborto. Pero modificaciones más sutiles, que influyen sobre el sistema nervioso, la conducta, la aparición de cánceres, no podrán ser detectadas más que por un seguimiento de varias generaciones salidas del clon de partida».
Montagnier subraya también que «el sueño humano de la inmortalidad del individuo no puede ser realizado de esta manera». «Aunque dos seres tengan el mismo patrimonio genético -lo que ya ocurre naturalmente en el caso de los gemelos verdaderos, que provienen de la partición del mismo óvulo fecundado- su experiencia vital, memorizada en los circuitos neuronales del cerebro, no se transmite genéticamente. Así, mi copia biológica no soy yo, sino un gemelo desplazado en el tiempo».
El afán de tener descendencia
A las parejas que anhelan un hijo por cualquier medio «hay que responderles que actualmente este método no está dominado, que constituye un riesgo de aborto tardío repetido para la madre portadora, y que hay demasiadas incertidumbres en cuanto a las modificaciones a largo plazo del patrimonio genético del niño para que la satisfacción de una necesidad sentimental inmediata se haga a costa de una descendencia imprevisible».
Por todo ello, Luc Montagnier es partidario de prohibir la clonación reproductiva: «Hay que llegar a un amplio consenso en favor de la prohibición general de este procedimiento, por una decisión votada unánimemente en la ONU». Montagnier piensa que «si el precio a pagar para obtener un consenso general sobre la prohibición de la clonación reproductiva es agregar la prohibición, al menos provisional, de la terapéutica, más vale aceptar ese precio».
La ley propuesta por el gobierno prohíbe crear por clonación embriones humanos destinados a experimentación. Sintetizando los argumentos a favor de esta postura, Dominique Quinio escribe en La Croix (23 enero): «¿Por qué debe estar proscrita la clonación? Porque va contra el mestizaje que todo acto procreador comporta cuando mezcla los patrimonios genéticos de un hombre y de una mujer para crear otro ser vivo, diferente, no programable. Porque está en juego la unicidad de la persona humana. Después de todo, ¿sería moralmente más grave utilizar la técnica para hacer nacer un bebé en respuesta a un problema de infecundidad, que para disponer de un material humano destinado a curar a otros? Y si se considera lícito investigar con embriones, ¿por qué limitarse a los sobrantes de la FIVET? ¿El embrión no tiene valor y dignidad más que por el proyecto que otros -padres e investigadores- tienen sobre él? Si es posible transigir un poco, inevitablemente, al cabo de los años, se transigirá demasiado».
Algunos se declaran dispuestos a aceptar la clonación reproductiva aduciendo que siempre habrá alguien que la haga, y que sería injusto estigmatizar a los niños nacidos por este procedimiento. Israel Nisand, profesor de ginecología en el Hospital Universitario de Estrasburgo comenta (Le Monde, 2 enero): «Renunciar a legislar con el pretexto de que la ley será transgredida constituiría una regresión. La violación como arma de guerra se considera, gracias al Tribunal Penal Internacional, un crimen contra la humanidad (…), sin que eso ponga en duda la humanidad de los niños nacidos de esas violaciones. Si nadie puede prever el estado psicológico de los niños nacidos de la clonación reproductiva, el hecho de haber nacido de una técnica proscrita no estigmatiza más a esos niños que a los nacidos por una violación».