La decisión de Hannah Jones, la joven británica de 13 años, enferma de leucemia, que ha renunciado a un agresivo transplante de corazón porque no le garantiza la vida, no es un caso de petición de eutanasia (cfr. Aceprensa, 14-11-2008). Sobre esta cuestión y sobre las implicaciones de la autonomía de los menores escribe Manuel de Santiago, médico y secretario general de la Fundación Worldwide Bioethics. Transcribimos algunos párrafos de ese artículo, publicado en La Gaceta (Madrid, 17 noviembre 2008).
Este caso no tiene nada que ver con la eutanasia voluntaria ni con el suicidio asistido ni con la falsamente denominada “muerte digna”. El caso de Hannah, entendido como el respeto a su decisión por parte de los padres, ocurre en muchas ocasiones. Los médicos no quieren matar a Hannah, ni tampoco dejarla morir. Nada está más lejos de sus mentes que la intención de matar. Quieren salvarla y luchan por ello, por lo que no tiene sentido hablar de “muerte digna”.
La decisión de los padres también es respetable, aunque se puede estar en desacuerdo. La niña ha sufrido un calvario y está muy grave; y ellos la ven empeorar día tras día, inexorablemente, y no creen que el trasplante vaya a devolverles, sana y salva, a su hija. Han perdido toda esperanza y como buenos padres no quieren verla sufrir más y han acabado por ceder a su negativa. Hannah lo sabe y como quizás no percibe un estímulo convincente de esperanza -los niños lo captan todo-, su mundo infantil se ha venido abajo, se ha enrocado, se ha autoexcluido de todo compromiso con el ansia y la alegría de vivir, que es lo que experimenta cualquier niña de su edad. Y de pronto se ha hecho adulta y madura.
Otros padres, sin embargo, no se resignan, reclaman soluciones, luchan incansables y resisten días y noches a la cabecera del hijo enfermo, animándole, inagotables en su amor. Se dejarían cortar una pierna si pudieran asegurar alguna esperanza de vida al hijo que va a morir. Como con los anteriores, los médicos debemos respetar su ceguera, su sinrazón de amor. Y apoyarlos.
Porque es sencillo juzgar desde fuera del escenario del dolor, y muy difícil hacerlo con la frialdad necesaria cuando uno está involucrado tan de cerca. Por eso ninguna moral puede juzgar negativamente la decisión de los padres de Hannah. Y menos la católica. Aunque sólo la fe puede, en estos casos, atenuar el dolor y añadir un plus de conformidad y esperanza en que, de alguna forma, Dios cambiará el signo de las cosas. Pero la fe es un don, un regalo que resiste a la racionalidad instrumental y utilitaria en la que nos movemos. Y es un instrumento al que no podemos acogernos si nos falta, si no la hemos recibido o a la experimentamos escasa.
Autonomía de los menores
La decisión de Hannah replantea, una vez más, los límites de autonomía que cabe conceder a los niños, a los menores, en las decisiones sobre su vida y su muerte, en la gestión de sus cuerpos. El límite que razonablemente compete a su conocimiento y experiencia para distinguir sobre sus mejores intereses y con ello el nivel de autonomía moral y legal que la sociedad puede asignarles.
Desde una visión chata y primaria, tan del tiempo, lo progresista es decir que una niña de 13 años es autónoma para decidir sobre su muerte, y lo retrógrado es defender la transferencia de esa potestad a los padres (…).
La cuestión es grave si se plantea desde la perspectiva de la gestión de la salud del niño, en decisiones de riesgo, de vida o de muerte, que algunos pretenden transferirles: ¿Puede una niña de 13 ó 14 años a la que, por su comportamiento, se adjudica la condición de menor madura, abortar sin el consentimiento de sus padres? ¿Puede exigir al médico, como viene ocurriendo, la dispensación de la píldora abortiva, la denominada píldora del día después, los fines de semana así porque sí? ¿Un adolescente puede decidir, como Hannah, si se opera o no, cuando le va en ello la vida o un resquicio de vida? ¿Puede, por fin, como en Holanda, acceder a la eutanasia? Son supuestos reales en todo caso.
Pero aún hay más. Dado que vemos a muchos menores participar de actos de violencia impensables en otro tiempo, que los medios nos ilustran con frecuencia, y poniéndonos en los extremos del argumento: ¿podrían algún día alegar estos niños que son libres y autónomos para sostener relaciones sexuales con los adultos, como algunas asociaciones parecen reclamar, y exigir su derecho a satisfacer a los pederastas?
Nada parece imposible. Y la sociedad debe tener conocimiento de esta pendiente deslizante que es la creciente autonomía de los menores.
Ver artículo original: La decisión de Hannah Jones nos afecta a todos.