En medio del vivo debate acerca de si los diminutos hobbits de la isla de Flores son una especie humana distinta de la nuestra o no (1), el equipo de Lee R. Berger (Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica) ha dado a conocer en la revista PLoS ONE (2) el resultado de sus excavaciones en una serie de islotes pertenecientes a las Palaos y situados en la parte occidental del archipiélago de las Carolinas (Micronesia). El material descubierto hace referencia a un conjunto muy numeroso de restos óseos humanos de individuos de un tamaño corporal muy pequeño (en torno a un metro de estatura, más o menos como el hombre de Flores e inferior al de los actuales pigmeos del Pacífico) que habitaron la isla hace entre 2.300 y 1.410 años.
El equipo de Berger ha excavado en diez cuevas, donde ha recuperado numerosos restos óseos de 25 individuos. Los primeros estudios se han centrado en los hallazgos efectuados en dos cuevas, al parecer destinadas exclusivamente a enterramientos. Como no ha aparecido prácticamente ningún elemento cultural ni instrumentos de uso corriente, se infiere que no debieron de servir de viviendas.
Los primeros análisis sugieren que este material es muy importante por dos razones. En primer lugar porque el reducido tamaño (los varones adultos pesarían 43 kg y las mujeres, 29 kg) parece ser un caso, en humanos, del efecto insularidad: reducción del tamaño corporal para sobrevivir al habitar prolongadamente una isla con escasos recursos alimenticios, fenómeno que ya se había observado en animales. Y en segundo lugar porque, según los descubridores, los huesos hallados muestran rasgos muy arcaicos, típicos de los primeros humanos y del “hombre de Flores”: dimensiones faciales reducidas, una cierta presencia de toro supraorbital en algunos individuos, barbilla incipiente, dientes relativamente grandes, cerebro pequeño, aunque no tanto como el de los hobbits de Flores; y ello, pese a que los humanos de Palaos vivieron hace sólo unos pocos miles de años.
Las conclusiones de los investigadores son muy interesantes: según ellos, algunas de las características más arcaicas del género humano podrían haber surgido en poblaciones recientes de Homo sapiens sometidas al efecto de insularidad, algo que nunca se había documentado hasta ahora. Por eso se inclinan a pensar que el hombre de Flores es H. sapiens, no una especie distinta.
Ese aparente “retroceso” suministra un nuevo indicio de que la evolución humana es compleja y no siempre avanzó en línea recta. Aunque el registro fósil muestra que la humanización fue acompañada de un progresivo aumento del cerebro, a la luz de los nuevos restos parece posible que se diera una disminución de volumen cerebral por causas naturales, sin pérdida de capacidad cognitiva.
Los europeos más antiguos
Poco después se ha producido otra novedad importante. En el último número de Nature, los investigadores del yacimiento de Atapuerca (España) anuncian el descubrimiento de una mandíbula humana con una antigüedad estimada en 1,2 millones de años (3). Por tanto, es el fósil de nuestro género más antiguo hallado en Europa. Los descubridores lo asignan a la especie Homo antecessor (cosa que algunos especialistas consideran prematuro), hallada en Atapuerca, de la que hasta ahora había restos de 800.000 años a lo sumo. La mandíbula descrita ahora tiene unos 400.000 años más.
La condición de europeo más antiguo podría atribuirse -y así se hace a veces- al H. georgicus (1,8 millones de años) hallado en el yacimiento georgiano de Dmanisi (ver Aceprensa 154/02). Pero desde el punto de vista geográfico -no geopolítico-, Europa termina en la vertiente septentrional de la cordillera caucásica. En todo caso, hace 1,8 millones de años la región de la actual Georgia tenía un clima similar al africano y, por tanto, no pertenecía a Europa a los efectos de las condiciones que favorecieron la migración de los humanos desde África.
La cuestión fundamental a la que afecta el nuevo descubrimiento hace referencia a la filogenia humana. Hasta ahora los directores del equipo de Atapuerca opinaban que H. antecessor se había originado en África (probablemente a partir de H. ergaster), y desde allí se habría expandido hacia Europa (dando lugar a H. heidelbergensis, antecesor a su vez de los neandertales) y hacia el sur del continente africano (donde habría originado al H. sapiens, probablemente a través de H. rhodesiensis). Pues bien, esta filogenia, que ya había sido puesta en duda por algunos paleoantropólogos, es ahora reformulada por los investigadores de Atapuerca a la luz de los nuevos descubrimientos hechos allí y, sobre todo, en Dmanisi.
La propuesta actual consiste en afirmar que algunos descendientes de los primeros humanos abandonaron África a través de la península del Sinaí y llegaron a las estribaciones meridionales del Cáucaso. Desde ahí unos grupos se dirigieron hacia el sudeste asiático y dieron lugar a los H. erectus clásicos. Otros grupos debieron de adentrarse en Europa y dieron lugar al H. antecessor, que sería, en tal caso, la primera especie humana de origen europeo. Siguen en pie muchos interrogantes, sobre todo: ¿cuál fue, entonces, el origen de nuestra especie? Lo que parece confirmado es que el poblamiento de Europa es mucho más antiguo de lo que se creía hasta no hace mucho (se lo fijaba en hace menos de 1 millón de años).
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(1) Cfr. Carlos A. Marmelada, “El hombre de Flores: ¿sapiens enano o una especie distinta?”.
(2) Berger LR, Churchill SE, De Klerk B, Quinn RL (2008), “Small-Bodied Humans from Palau, Micronesia”; PLoS ONE 3(3): e1780.
(3) Bermúdez de Castro JM et al. (2008), “The first hominin of Europe”; Nature 452, 465-469.