La escritora italiana Susanna Tamaro escribe en Corriere della Sera sobre las razones con que se justifica la maternidad subrogada.
Primero, dice, se manipula el pensamiento por medio del lenguaje, al llamar a la maternidad subrogada “gestación para otros” (gestazione per altri) en vez de “útero de alquiler”. “El concepto de alquiler lleva consigo la idea de objeto y de comercio (…) mientras que la denominación ‘para otros’ nos encamina a una positividad buenista que hace de esa práctica algo no solo aceptable, sino también deseable”. Así, quienes se oponen son “personas retrógradas, egoístas, prisioneras de un oscurantismo que ya no tiene sentido y, sobre todo, enemigos de la Felicidad y del Amor (…) ¿De verdad vas a negar a alguien el derecho de ser feliz, el derecho de amar?”
Con el mismo argumento se quiere persuadir a las jóvenes para que donen sus óvulos. “¿No quieres hacer feliz a una pareja a la que el destino ha negado este derecho?” Tal discurso parece inocuo. Solo que, como dice una joven donante en una entrevista, “Dios mío, ¿y luego no habrá por ahí niños que se me parecen?”
Llamando a las cosas por su nombre, señala Tamaro, “los óvulos son nuestros hijos”. “Hijos que primero hibernamos y después lanzamos al mundo como si fuésemos plantas que nos confiamos a la fecundación anemófila. Esparcimos semillas sin saber dónde irán a parar. Nosotras, las madres, no llegaremos nunca a conocer su destino. ¿Puede haber algo más atroz?”
La propaganda a favor de esta práctica recurre al caso extremo, a fin de “dejar en la sombra, con su fuerza emotiva, los principios éticos que durante miles de años han regido la vida de los hombres”. Así, se da por supuesto que el niño engendrado mediante esa técnica, por haber sido “deseadísimo”, tiene asegurado el amor. “Pero cuando, un día, se mire al espejo y comprenda que nunca podrá remontarse al origen de una parte de su rostro, ¿bastará el amor? ¿Y bastará cuando se dé cuenta de que su madre, a cambio de una compensación, vendió el óvulo que lo engendró, o sea, su vida?”
Por eso la autora pregunta: “¿En nombre de qué puede una persona, para ejercer su derecho a la felicidad, privar conscientemente de su genealogía a otro ser? ¿En nombre del amor? Pero un amor que a propósito, por principio, priva a otro de un derecho mejor fundado, ¿qué amor es?”
Los esfuerzos que se invierten en la maternidad subrogada estarían mejor empleados en la acogida y la adopción. “Librar a niños de la falta de cariño y del abandono debería ser la primera preocupación de una sociedad humanamente digna. Pues, como dice el Talmud, ‘quien salva una vida, salva al mundo entero’, y esta salvación es el único verdadero y humilde antídoto que podemos aplicar contra la maternidad subrogada y contra el poderío del bio business sobre la vida”.