Axel Kahn, genetista francés, investigador del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica, descalifica en una conferencia resumida en Le Monde (15 febrero 2000) la idea de que el comportamiento humano esté determinado por los genes.
Es grande el peligro de que todos los que están persuadidos de que el destino humano viene determinado por su dimensión biológica se encuentren confortados en sus prejuicios por una determinada presentación del Proyecto Genoma Humano y por la interpretación apresurada de numerosos estudios genéticos, en particular sobre el comportamiento. El destino está escrito, pensaban los griegos. Está inscrito en seres biológicos sometidos a los mecanismos de la evolución, propone la lectura que la sociobiología hace del darwinismo. El destino puede ser leído en ese gran libro del hombre que es el genoma humano, llegan a afirmar a veces genetistas imprudentes o marcados por la ideología.
La realidad de tal peligro se observa prácticamente todas las semanas en las publicaciones científicas y en su eco en los medios de comunicación. Nos enteramos así que se han localizado, identificado o incluso manipulado los genes del amor materno, de la violencia, de la curiosidad intelectual, de la fidelidad masculina, de la homosexualidad… o de la inteligencia.
De hecho, los progresos recientes de la genética y de la neurobiología molecular no dicen nada de esto. Lo que gobiernan los genes humanos es la plasticidad cerebral, es decir, la sensibilidad del cerebro humano a las impresiones dejadas por el medio sociocultural. Son así el medio para aflojar el cerco de los comportamientos innatos a los que están tan estrechamente sometidos los mamíferos no humanos. En este sentido, los genes humanos son más bien instrumentos de la libertad que límites.
Sería igualmente poco razonable rechazar toda forma de determinismo genético: los genes, de acuerdo con su definición, son determinantes de propiedades biológicas. El hecho de que estas dependan a menudo de la intervención de varios genes y varíen en función del medio ambiente no quita nada a esta realidad en la que se funda la ciencia genética. (…)
El desarrollo de las investigaciones en genética humana ofrece instrumentos de una temible eficacia para buscar por otros medios los viejos designios eugenésicos. Más allá del diagnóstico prenatal de enfermedades genéticas gravísimas, se abre paso la tentación de someter con carácter más general a los embriones humanos a una selección sobre la base de características menos patológicas, o totalmente fisiológicas, como el sexo. Lo que está en juego aquí es que las características de cada individuo no queden sometidas a la voluntad de terceros, aunque sean sus padres. (…)
El mito de un eugenismo positivo que tenga por fin no la eliminación de los sujetos con dotación genética insuficiente, sino el aumento del potencial genético por la aportación de genes «mejores», es antiguo y hoy parece ganar consistencia, si no científica, al menos ideológica.
En el plano científico, las cualidades propiamente humanas, la aptitud para crear sentido, belleza, bondad, son evidentemente irreductibles a la manipulación grosera de algunos genes. (…) Es perfectamente ilegítimo hacer decir a la ciencia que todos somos prisioneros de nuestros genes. La ciencia no basta tampoco para fundamentar nuestra exigencia de libertad. En este punto, el compromiso es de otra naturaleza. Es moral.