Con la eutanasia sucede algo curioso. Los políticos que propugnan legalizarla la presentan como la respuesta a una demanda social para garantizar una “muerte digna” que ahora no estaría asegurada. En cambio, los expertos en cuidados paliativos, los que tienen la experiencia diaria de la atención a pacientes terminales, son los más reacios a este tipo de actuación; para ellos, lo que hay que hacer es formar a los médicos en cuidados paliativos y dedicar recursos a este sector, porque cuando un paciente está bien cuidado, no pide la eutanasia.
Las demandas para legalizar la eutanasia –como la que acaba de presentar en España el PSOE– alegan, en primera instancia, la necesidad de evitar sufrimientos intolerables al final de la vida. Por su parte, los expertos en cuidados paliativos aseguran que hoy podemos aliviar la mayor parte de los sufrimientos, y, si es necesario, sedar al paciente terminal, como ya permiten las leyes actuales. Entonces, ¿por qué en las encuestas se manifiestan tantos a favor de la eutanasia, cuando en la realidad tan pocos pacientes la piden?
A esto contestaba Anne de la Tour, presidenta de la Sociedad Francesa de Acompañamiento y Cuidados Paliativos, en respuesta a 156 diputados franceses que habían pedido legalizar “una ayuda activa a morir”. Según su experiencia, en esa situación los pacientes se sienten divididos, vulnerables. Algunas veces desean la muerte, después dicen lo contrario.
Para la gran mayoría, dice De la Tour, despenalizar la eutanasia “no supondría un derecho más, sino un poco más de conflictos interiores, de tensiones familiares, de sentimientos de culpa, de incomodidad y de angustia”. “Sería una ley escrita para los sanos, para apaciguar su miedo a un sufrimiento lejano y potencial, cuando los que están en la situación real e inmediata lo que reclaman es que se cumpla la promesa de aliviar el sufrimiento, de un fin de vida que siga siendo vida hasta el final y de una muerte humana que no les quite nunca su dignidad”.
“Despenalizar la eutanasia obligaría a cada paciente, a cada familia, a planteársela”. Sería “perturbar el contrato de confianza entre el cuidador y el paciente, y transgredir el código de deontología médica: matar a la persona que sufre, aunque se haga con la mayor compasión, no es un cuidado”.
Los cuidados paliativos son otra cosa
La idea de que la eutanasia y el suicidio médicamente asistido forman parte de los cuidados paliativos ha sido rechazada también por la International Association for Hospice & Palliative Care (IAHPC), la principal organización del sector.
En una declaración publicada el pasado año, la IAHPC repasa las razones que suelen motivar las peticiones de eutanasia por parte de los pacientes: desde el sufrimiento físico provocado por una afección actual hasta la angustia anticipada por “ideas erróneas” o “imágenes aterradoras” acerca de la evolución de la enfermedad, pasando por el miedo a la pérdida de control, que suele estar relacionado con el temor a ser una “carga” para los familiares.
Cada una de estas situaciones demanda una respuesta concreta, con “estrategias médicas y no médicas”. Lo primero es la escucha atenta para comprender qué hay detrás de esas solicitudes: “En la discusión de estos deseos con los pacientes, se hace evidente que rara vez este deseo es una solicitud de que se lleve a cabo. Los profesionales sanitarios deben reconocer estos deseos y peticiones, e interpretarlos como el punto de partida de la atención integral, con un control adecuado de los síntomas para aliviar el sufrimiento, la atención psicosocial y espiritual adecuada, y la comunicación exhaustiva para entender mejor las motivaciones y actitudes subyacentes del paciente”.
Respecto a los pacientes, el objetivo de la atención paliativa es ayudarles “a vivir con dignidad hasta su muerte”. Lo que incluye, además del alivio del dolor, el control de los síntomas y el bienestar psicológico y espiritual, pero en ningún caso la eutanasia y el suicidio asistido, por mucho que algunos sectores quieran hacerlos pasar por “muerte digna”.
La Asociación considera que la eutanasia y el suicidio asistido vulneran la ética médica, socavan la relación de confianza entre médico y paciente, y, en cualquier caso, no deben integrarse en la práctica de los cuidados paliativos.
Más médicos con formación
También la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) piensa que la atención médica al final de la vida no tiene nada que ver con la eutanasia. Como en este tema hay mucha confusión terminológica, la SECPAL y la Organización Médica Colegial han elaborado una declaración sobre la “Atención médica al final de la vida” que precisa los conceptos (morir con dignidad, cuidados paliativos, obstinación terapéutica, sedación, eutanasia…).
Álvaro Gándara, que fue presidente de la SECPAL, criticaba en una entrevista en 2015 la asociación entre “muerte digna” y eutanasia. A su juicio, “no debería hablarse de ‘muerte digna’: la dignidad es una cualidad inherente al ser humano, y en el momento de la muerte cesa esa dignidad, luego fíjese en el contrasentido. Podría llamarse ‘buena muerte’, ‘buena calidad de muerte’, y nada más”
Lo importante para mejorar los cuidados paliativos es que los médicos tengan más formación en esta materia. “Tenemos esta asignatura pendiente: que todas las facultades de Medicina, como pasa en Reino Unido, en Australia y en Canadá, impartan los cuidados paliativos como materia obligatoria y troncal”, y que se reconozca una especialidad en este campo.
El esfuerzo de los políticos, según Gándara, debe orientarse a asegurar los recursos necesarios para que todos los pacientes puedan recibir atención paliativa, cosa que aún no se ha conseguido por completo. “El problema –afirma– es que los partidos políticos siguen jugando con la ‘muerte digna’ y con los conceptos erróneos”.
Se puede morir bien
Para saber qué significa una buena muerte nada mejor que atender a la experiencia de los centros médicos especializados en cuidados paliativos, como el Hospital Laguna en Madrid. Su director general, Eduardo Hernández de Armijo, advertía en una entrevista la corrupción del lenguaje que a menudo se da en el tema de la “muerte digna”: “La dignidad es inherente a la persona. No a la que es útil o productiva, sino a la persona sin más. Y uno de sus derechos fundamentales es el derecho a la vida, un derecho digno de protegerse. Por tanto, quien dice: ‘Voy a asistir a una persona en su suicidio, por su dignidad’, tendría que decir mejor: ‘por su indignidad, pues no la considero digna de vivir’. La dignidad ya no va asociada a la persona, sino a la creencia particular de que un ser humano que no se puede mover, o que está sufriendo, o que no produce, o que supone una carga para otros, pasa a ser indigno. Luego me siento en el derecho de poder eliminarlo.”
Su experiencia en la atención a pacientes terminales y a sus familias le permite garantizar: “La medicina ha avanzado mucho en todos los terrenos, y hoy una persona puede vivir lo que le quede de vida con dignidad, sin dolores, acompañada, y también la familia puede recibir asistencia psicológica, espiritual. Existen todos los apoyos necesarios para poder disfrutar de esa vida, de esos últimos días, semanas o meses. Hay personas que antes de entrar en este hospital, mal asesoradas, hubieran querido dar su vida por terminada.”
Los discapacitados quieren vivir
Muchas veces se presenta la eutanasia y el suicidio asistido como medidas compasivas para responder a las demandas de personas con grave discapacidad. En España el caso emblemático fue el del tetrapléjico Ramón Sampedro, que no era un enfermo terminal. Sin embargo, la realidad es que ningún grupo de personas discapacitadas apoya el suicidio asistido. Ya con motivo del suicidio de Sampedro, las organizaciones de grandes minusválidos españoles publicaron un comunicado en el que aclaraban que «la gran mayoría de los discapacitados no solo no las comparten [las opiniones de Sampedro], sino que muestran una actitud totalmente contraria a su pensamiento», que es «a favor de la vida y de la normalización socio-familiar de nuestro colectivo». Lo que piden es ayuda para vivir, no para morir.
En el mismo sentido se manifestó hace poco Juliet Marlow, representante de Not Dead Yet UK, organización británica que coordina los esfuerzos de los discapacitados de su país contra los intentos de legalizar la eutanasia o el suicidio asistido. Marlow advertía que el público debería tener en cuenta que “ningún grupo dirigido por personas con discapacidad apoya los llamamientos a legalizar el suicidio asistido”.
Y pedía a los políticos que, antes de legislar sobre la eutanasia, hablen con los discapacitados, ya que son personas a las que la ley puede afectar más. Además, en el caso de legalizarla, “también estarán enviando el mensaje, a todos sus compatriotas discapacitados, de que sus vidas son de alguna manera menos valiosas y de que no merecen protección por ley. Es un paso muy peligroso, y toda sociedad civilizada debe evitarlo.”
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