Judy Stiver, una chica de Michigan (EE.UU.), fue contratada para gestar mediante inseminación artificial al hijo de los Malahoff, un matrimonio de Nueva York. Nueve meses después, los contratantes se negaron a pagarle los 10.000 dólares prometidos, pues el bebé había nacido con microcefalia. El Sr. Malahoff se excusó: el chico no tenía su mismo grupo sanguíneo, ergo no era suyo.
El caso no es reciente. Data de 1983, pero sirve para ilustrar cómo, a pesar de contar con antecedentes tan lamentables, la práctica de la maternidad subrogada sigue, 33 años después, dando pie a situaciones como esta, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo. Y hay de todo: desde historias de rechazo a los bebés deformes o con padecimientos graves, hasta intentos de obligar a las madres subrogadas a abortar cuando el número de niños gestados se pasa del “contratado”, y aun conflictos entre países cuando los padres intencionales se saltan a la torera las regulaciones existentes en ellos.
La regularización de la gestación subrogada se beneficiaría de las brechas de desigualdad económica existentes
En un reciente artículo, el diario The Guardian –para nada sospechoso de “conservadurismo”–, describía crudamente los matices del fenómeno: “La subrogación puede haber estado rodeada de un aura de felicidad estilo Elton John, de preciosos recién nacidos y de nociones de familia moderna, pero detrás de esto hay una industria que compra y vende vida humana. Donde los bebés son hechos a medida para complacer los deseos de los ricos del mundo. Donde una madre es nada, y está privada incluso del derecho de ser llamada ‘mamá’, y donde el cliente lo es todo”.
“Es chocante ver cuán rápidamente puede ignorarse la Convención sobre los Derechos del Niño. Ningún país autoriza la venta de seres humanos, pero ¿a quién le importa, mientras nos sirvan bellas imágenes de famosos con sus recién nacidos?”.
Por no cumplir con los “requisitos”
Menudean los casos de chicos dejados a su suerte por contratantes que se dan a la estampida en cuanto advierten que el “producto” viene “defectuoso”. Casos que derivan en litigios, cuando los contratantes se niegan a asumir su responsabilidad.
El de Gammy es uno de ellos. El chico, síndrome de Down, nació en 2014 junto con su hermana, Pipah, del vientre de una madre tailandesa (ver Aceprensa, 27-08-2014). Sus padres intencionales, los Farnell, un matrimonio australiano, tomaron a la chica y volaron de regreso a su país. La protesta de la gestante, una humilde vendedora callejera, llegó a los medios, y se logró reunir un fondo de casi 160.000 euros en aportes voluntarios, para ayudarla en la crianza de Gammy.
Pero también las cámaras enfocaron a los huidizos Farnell, quienes arguyeron que, de haber sabido que uno de los niños era Down, habrían inducido a la chica a abortarlo. A esa pretensión de aborto forzoso se suma el escándalo de que el sr. Farnell estaba intentando acceder a los fondos recaudados para Gammy. Que a fin de cuentas era “su” hijo…
Otra que por poco muere por no cumplir con los “requisitos” fue la hija gestada por Crystal Kelley, una chica de Connecticut. El diagnóstico prenatal había arrojado que la niña tenía labio leporino, un quiste cerebral y una enfermedad cardíaca, por lo que los padres intencionales le ofrecieron a Kelley 10.000 dólares por abortar. Ante su negativa, pasaron de la oferta a la amenaza de obligarla a pagar los 8.000 dólares del tratamiento de subrogación. Pero la chica dio a luz y entregó el bebé a unos padres adoptivos. Si el aborto es, según el orden jurídico estadounidense, un “derecho”, también lo es que ninguna mujer pueda ser obligada a abortar.
Son estos los casos que quedan fuera de las portadas coloridas, y no son raros. Preguntado por el caso de Gammy, el Fiscal Jefe del Circuito Federal Australiano, John Pascoe, relataba a AP que este “no fue ciertamente un incidente aislado”, y que era frecuente que los padres intencionales no aceptaran a los chicos nacidos “con defectos y problemas”.
Nacer sin patria segura
En algunos sitios, esta “habilidad” para desentenderse puede acarrearles consecuencias penales a los padres, al tiempo que, a los hijos abandonados, un problema de apatridia. Lo ilustra un caso de 2012, cuando una pareja australiana “encargó” un bebé a una madre de alquiler en la India. Nacieron dos: un niño y una niña, pero los padres intencionales regresaron a casa solo con la chica, a la que la Alta Comisión Australiana en Nueva Delhi garantizó ciudadanía y pasaporte.
Las gestantes subrogadas son, con frecuencia, engañadas por las clínicas en su paga, y culpadas por sus abortos espontáneos
Según explica Liz Bishop en The Conversation, en toda Australia se prohíbe la subrogación comercial, pero en Nueva Gales del Sur, el territorio donde reside la pareja, la ley va más allá: si los contratantes viajan al exterior y pagan para tener un hijo, quebrantan las leyes nacionales, por lo que pueden enfrentar una multa de casi 75.000 euros y dos años de prisión.
La cosa no termina ahí. Según las leyes de la India, la pareja australiana puede ser puesta tras las rejas por siete años, por abandonar a su hijo. El Tribunal Supremo del país asiático ha llegado a sugerir que el gobierno australiano pudo haber ayudado e inducido a la pareja a obrar así.
En cuanto a la nacionalidad del chico, ¿puede ser australiano? Para Australia, al nacer por subrogación fuera del país no es automáticamente ciudadano. Puede solicitar la nacionalidad si los padres intencionales, en su representación, lo hacen. ¡Pero no lo han hecho!
En el subcontinente indio se han dado otros casos enrevesados. Como el de la noruega Kari Ann Volden, que tuvo “sus” gemelos por subrogación, pero se vio impedida por dos años de llevarlos a su país –para Noruega, la subrogada era la madre real, mientras que para la India, lo era Volden–. Y así también en el caso de los Yamada, una pareja de japoneses que en 2008, en pleno embarazo de la gestante, se divorciaron: el padre quiso volar con el bebé a Japón, pero la ley india se lo impedía, por ser soltero. Sin nacionalidad india ni japonesa, la niña pudo ser enviada a Japón a los tres meses, tras una gestión humanitaria del gobierno de ese país.
Lamentablemente, las improvisaciones de los padres intencionales por intentar que las leyes de los estados se acomoden a sus deseos, terminan afectando a los más vulnerables. Que no son solo los niños…
Asegurar el “producto”, desechar el “envase”
Tras el terremoto que sacudió Nepal en 2015, efectivos israelíes se desplazaron a la zona de desastre para rescatar a 26 bebés subrogados y llevarlos a Israel (ver Aceprensa, 8-05-2015). La impecabilidad de la operación se descascaró, sin embargo, al conocerse que ni se preocuparon de evacuar también a las madres que los dieron a luz. Asegurar el “producto” y desechar el “envase”.
En ocasiones, los niños nacidos por subrogación enfrentan el problema de la apatridia
Porque como eso, como simple recipientes, quedan las mujeres que sirven como peldaño hacia la “felicidad” de los que pueden pagársela. No importa demasiado el bienestar de aquellas, ni mucho menos su opinión. Hay un contrato, unas condiciones, un pago por entregas, y adiós.
Aunque no siempre hay limpieza ni aun en estos procedimientos, ya de por sí enajenantes. “En muchos casos, las mujeres que pierden el bebé durante el embarazo no reciben pago alguno”, explica a AP Ranjana Kumari, del Centre for Social Research de Nueva Delhi. “Por el contrario, los encargados del proceso culpan a la mujer por haber malogrado su gestación”.
Asimismo, según otra fuente acreditada, no son extraños en la India los casos en que los dueños de las clínicas engañan a las gestantes y solo les dan una parte de la suma que les anuncian inicialmente, que puede moverse entre los 5.000 y los 7.000 dólares.
La anulación de la mujer no es, sin embargo, únicamente visible en contextos de pobreza aguda. En EE.UU., un señor que contrató a una chica, Melissa Cooks, para insertar tres embriones en su vientre y lograr al menos dos –33.000 dólares por el primero, 6.000 por el segundo; solo faltaría ponerles etiqueta–, ahora, como los tres fueron viables, pretende obligarla a abortar uno. Como si fuera cosa de abrir la nevera, tomar una cerveza y volverla a cerrar.
A igual situación de indiferencia han reducido a una chica británica, A, que por inseminación artificial le dio una bebé a B, un amigo gay, en 2014. B citó un presunto acuerdo con A para criarla él con su propia pareja sentimental, mientras que A insistió en que lo convenido era criarla entre ella y B “como padres heterosexuales separados”. Un tribunal no le reconoció derecho alguno a la madre y le retiró a la niña, aún lactante, en el propio juzgado. “Mi bebé estaba dormida, y me quedé pensando: ¿qué va a pensar cuando se despierte?’”.
Una cosa es el papel, y otra…
Para los clientes, sin embargo, no hay “deshumanización” alguna en la subrogación, a pesar de que muchos casos tienen todos los visos de ser, sencillamente, una transacción comercial.
“No puede compararse en absoluto un proceso de gestación subrogada con algo como lo que usted comenta de compraventa de bienes materiales”, dice a Aceprensa el abogado Joan Ortiz, de Global Law Spain, un bufete que gestiona temas de este tipo. “Le aseguro que si lo pregunta a cualquier padre que haya tenido a sus hijos a través de dicho proceso, se ofenderá con seguridad y con toda la razón”.
“En nuestro caso personal –añade–, somos padres por gestación subrogada y le puedo asegurar que si por algo hemos luchado años y años de nuestras vidas, es por ser padres, y todo el proceso se llevó a cabo con las máximas garantías para todas las partes. Puedo asegurarle que un bebé nacido por gestación subrogada es un bebé muy deseado por sus padres, los cuales luchan lo indecible con tal de alcanzar su sueño”.
Según Ortiz –y así también nos lo hace saber Melisa O’Hara, del bufete californiano Meyer & O’Hara–, en los contratos suele estipularse que, aun si el bebé nace con alguna anomalía o enfermedad, los padres intencionales no tienen el derecho de renunciar a él. Solo que el papel puede reflejar situaciones ideales, y la práctica, como se ha visto, a veces toma senderos no previstos. Y bastante peligrosos.
El cliente siempre tiene razón
Como solución a las irregularidades de la maternidad subrogada, algunos proponen una receta semejante a la que otros dan para acotar el fenómeno de las drogas: la regularización.
El caso de Gammy, el bebé abandonado en Tailandia, “no fue ciertamente un incidente aislado”
Habría, sin embargo, más de un argumento para oponerse a esta “salida”. Como que ello no eliminaría la situación de desventaja en que se seguiría colocando a las gestantes de países pobres. Muy pocas mujeres, con condiciones de vida satisfactorias, verían como alternativa económica la posibilidad de llevar en su seno al hijo de unos desconocidos y de aceptar después que lo arranquen de su lado para siempre.
La subrogación, en casos así, es fruto de un pecado estructural de nuestras sociedades: como lo “importante” es la autorrealización, en no pocas ocasiones los padres intencionales se benefician de que haya mujeres en situación de precariedad. Tal vez si el planeta entero fuera Noruega o Dinamarca, veríamos cómo escasean los vientres candidatos.
La regularización, por otra parte, no impediría necesariamente los bebés “a la carta”, o sea, los tintes eugénesicos del asunto. “¿Con labio leporino? Desecharlo. ¿Uno más que los inicialmente contratados? Abortarlo. ¿Sanos, blancos, rubios…? Encárgame dos”. Como tampoco eliminaría los riesgos para la salud de la madre, ni para la estabilidad psicológica de los chicos, ni acabaría con las demandas y contrademandas legales.
Porque el cliente, que “siempre tiene la razón”, también tendrá siempre modos de manipular la ley y excusas para echarse atrás.