Aunque cuando se logró descifrar el genoma humano en el año 2003 se intuía que podría aplicarse en el tratamiento de enfermedades hasta esa fecha sin cura, solo recientemente se ha podido usar en la clínica. En uno de los últimos números de la revista New England Journal of Medicine se revisa qué tratamientos están disponibles y se hacen algunas consideraciones sobre las condiciones de empleo.
Desde 2016 se han aprobado en Estados Unidos y en Europa seis productos de terapia génica. Dos son para el tratamiento de algunas leucemias de células B (terapia de células CAR-T: Chimeric Antigen Receptor T-Cell o receptor de antígeno quimérico de células T). Los otros cuatro son para enfermedades monogénicas (debidas a un solo gen). Una es la β-talasemia, un trastorno hematológico que reduce la producción de glóbulos rojos sanos y hemoglobina normal, lo cual hace al paciente dependiente de transfusiones periódicas. Otra es una rara forma de pérdida de visión que afecta a adultos. La tercera es una variedad infantil grave de atrofia muscular, que ocasiona la muerte por insuficiencia respiratoria antes del año de edad. La última terapia aprobada es en una forma poco frecuente de inmunodeficiencia primaria (la deficiencia de adenosín desaminasa), que cursa con infecciones graves, potencialmente letales en los primeros meses de la vida.
¿Cómo funciona la terapia génica en estas enfermedades monogénicas? Básicamente existen dos estrategias, que se basan en el empleo de un transportador (vector), generalmente un virus modificado, que lleva el fragmento del gen sin alteraciones, para o bien integrarlo en el genoma de las células madres y, por tanto, mantener el efecto de forma indefinida, o bien hacerlo en células con vida media-larga, por lo que se precisa repetir la infusión periódicamente. En este último tipo de tratamiento “conviven” células con el defecto con otras con el gen corregido, por lo que no es un tratamiento curativo, sino que mejora los síntomas en mayor o menor intensidad.
Algunas de estas enfermedades tienen otras alternativas terapéuticas, por ejemplo, un trasplante de médula en el caso de la inmunodeficiencia combinada severa, pero con la dificultad que entraña conseguir un donante adecuado y con los riesgos que conlleva el procedimiento.
La terapia génica es muy cara, pero a largo plazo puede ser más barata que los tratamientos actuales para algunas enfermedades
Las nuevas terapias plantean también nuevos retos. Por una parte, el uso de vectores virales –virus vivos– como trasportadores del gen, que pudieran interferir en la división celular –y, por tanto, con riesgo de producir tumores–, o bien ver afectada su eficacia a medio plazo por el desarrollo de inmunidad (anticuerpos) frente a ellos. Pero también por razones de accesibilidad: el tratamiento de una dosis de terapia génica en la atrofia muscular espinal es de algo más de dos millones de dólares. Es cierto que el tratamiento actual de mantenimiento es también elevado –400.000 dólares al año en un paciente con talasemia–. La terapia génica podría entenderse como una inversión –pago mucho hoy para ahorrar mañana–, como ha ocurrido con el tratamiento antiviral en el caso de la hepatitis C.
En investigación hay otras tantas enfermedades a un paso de ver también alternativas ya comerciales, como es el caso de la distrofia muscular de Duchenne –que lleva a una silla de ruedas en la adolescencia temprana– o el corea de Huntington, grave y rara enfermedad neurológica, hereditaria y degenerativa, caracterizada por movimientos anormales incontrolables –corea– de aparición en edad adulta temprana. Estas técnicas abren una perspectiva de esperanza a enfermedades hasta hace no mucho tiempo catastróficas.
Dr. José Manuel Moreno Villares
Pediatra
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