El mindfulness está de moda. Esta forma de meditación, que literalmente significa “conciencia plena”, deriva de una técnica budista denominada sati. Los expertos la definen como “prestar atención al momento presente, de forma deliberada y sin hacer juicios”.
En Occidente comenzó a popularizarse en la década de los 70, gracias a los trabajos de un biólogo molecular de la Escuela Médica de Massachusetts, Jon Kabat-Zinn, que desarrolló unos cursos de ocho semanas para personas con dolor crónico y estrés. Desde entonces se ha aplicado fundamentalmente en contextos clínicos, pero más recientemente se ha extendido a otros ámbitos, como la empresa, la escuela, la familia o la dietética.
Su popularidad ha aumentado después de que varias celebrities hayan revelado que la utilizan. La aplicación de Headspace, una plataforma que ofrece meditaciones guiadas y que se presenta como “el gimnasio de la mente”, ha superado ya los dos millones de descargas en más de 150 países. En 2014, JWT, una de las agencias publicitarias más grandes del mundo, incluyó el “mindful living” en la lista de las diez tendencias que estaban “dando nueva forma al mundo”.
El “mindfulness” centra el horizonte de la reflexión en el propio bienestar, y no ofrece un modelo ético o moral
Según sus defensores, este tipo de meditación busca que las personas profundicen en su experiencia del presente –qué sienten, tanto física como emocionalmente– para lograr una conciencia más plena de sí mismos. Aunque algunos de los gurús del mindfulness explican que se trata de una técnica de meditación, y no de relajación, muchos de los ejercicios grabados que se pueden escuchar en Internet se presentan como una “cura emocional” contra el estrés.
En teoría, el mindfulness ofrece una forma de meditar aplicable a cualquier objeto (desde una sensación física hasta un problema familiar), pero el énfasis en bloquear el pensamiento racional y “dejar que fluyan las emociones” lo hace poco útil cómo método para la reflexión ética. De ahí que la mejora personal que posibilita esta técnica quede reducida a la capacidad para embridar, en un nivel puramente afectivo, determinadas sensaciones como la angustia, el miedo o la frustración. No obstante, el mero control de las emociones ya posibilita una actitud más ecuánime y equilibrada hacia uno mismo.
Meditación en la oficina
Otra de las utilidades del mindfulness es como método para entrenar la atención. Muchas meditaciones van dirigidas precisamente a eliminar el “ruido” que rodea al objeto del que se pretende ser consciente. A personas que viven a un ritmo muy rápido, o con muchas responsabilidades, les puede ayudar a centrarse en una única tarea, o a no verse desbordadas por el estrés.
Varios autores han señalado la importancia de entrenar la atención, en un momento en que la sociedad tecnologizada en que vivimos nos empuja hacia la multitarea. Como explica el conocido psicólogo Daniel Goleman en su libro Focus, la obsesión por estar informados y conectados puede llevar paradójicamente a un deterioro de la aptitud para conocer la realidad e interactuar socialmente (cfr. Aceprensa, 9-12-2013).
Aunque se han documentado ciertos beneficios, algunos expertos piden que no se considere al “mindfulness” como la panacea en terapia psicológica
También la productividad laboral puede verse afectada por la incapacidad para “desconectar” del ruido o centrar la atención. De ahí que el mindfulness se haya popularizado últimamente en el lugar de trabajo. Son bastantes las compañías que ofrecen a sus empleados cursos o sesiones en la propia oficina. Más allá de los posibles beneficios espirituales, el objetivo es conseguir mejores trabajadores: más centrados y más capacitados para tomar decisiones importantes en situaciones de estrés. Estas cualidades son especialmente importantes en algunos sectores que se caracterizan por un ritmo de trabajo frenético, o unas jornadas de trabajo extenuantes.
Efectivamente, algunos estudios han confirmado que la práctica frecuente de la meditación, aparte de mejorar la capacidad para dominar el carácter, aumenta la concentración de materia gris en zonas del cerebro asociadas a la memoria, la atención o la facultad ejecutiva.
Algunos, en cambio, no ven con buenos ojos la llegada del mindfulness a la oficina, porque piensan que los empresarios pueden utilizar esta moda como una coartada para justificar ciertas prácticas abusivas. Se le dice al empleado –explican– que el problema de su estrés no está fuera (las condiciones laborales, la jornada de diez horas, la competitividad excesiva dentro de la empresa), sino dentro de ellos. La solución es aclarar la mente. De esta forma, se les puede seguir explotando.
Aplicaciones clínicas, pero no la panacea
Para Catherine Wikholm, psicóloga del Servicio Nacional de Salud británico (donde el mindfulness ha sido aprobado como tratamiento clínico), este tipo de meditación no religiosa viene a llenar un vacío espiritual en un mundo secularizado como el occidental.
Wikholm es autora, junto con el doctor Miguel Farias –un experto en psicología de la religión–, de un libro publicado en 2015 que trata de evaluar científicamente los supuestos efectos positivos del mindfulness. El título, The Buddha Pill. Can Meditation Change you?, suscitó en su momento una encendida polémica. Para algunos demostraba que los beneficios de esta práctica se habían exagerado, mientras que los perjuicios se habían silenciado. Para otros, el enfoque “cientifista” y escéptico invalida desde el principio el estudio de algo eminentemente trascendental. También había quien, en nombre de un empirismo antirreligioso, echaba de menos un ataque aún más contundente.
En palabras de los propios autores, lo que el libro mostraba es que, junto a ciertos beneficios (que todavía no han sido convenientemente sistematizados por la investigación), el mindfulness puede provocar experiencias negativas en algunas personas, y que esta técnica no debe venderse como la panacea en terapia psicológica. La investigación llevada a cabo por Wikholm y Farias revisa los estudios sobre el tema publicados en los últimos 40 años. Su conclusión es que muchos de ellos no son científicamente rigurosos, aunque otros sí parecían indicar ciertos efectos positivos, particularmente para las personas con episodios recurrentes de depresión.
Cada vez más empresas ofrecen cursos de “mindfulness” a sus empleados para que mejoren su capacidad de concentración y sepan manejar el estrés
Esto concuerda con lo dicho por un informe publicado en 2011 en Clinical Psychology Review, y basado en un experimento realizado con personas que habían sufrido episodios depresivos. Aquellas que recibieron un curso de mindfulness de ocho semanas de duración mostraban una menor tendencia a recaer. No obstante, esto solo ocurría con los que habían padecido al menos tres episodios de depresión, mientras que apenas se percibían efectos positivos en los demás.
Otros creen que el verdadero potencial está en la prevención. Mark Williams, exprofesor de Psicología en Oxford y uno de los pioneros de esta técnica en Reino Unido, considera que la terapia cognitiva tradicional funciona bien para pacientes que ya están enfermos, mientras que el mindfulness ayuda a evitar el estrés y la depresión.
El lado oscuro: real pero minoritario
Wikholm y Farias dedican un capítulo a explorar los efectos negativos que el mindfulness puede provocar, particularmente en personas que están atravesando una situación traumática: una depresión aguda, la muerte de una persona cercana, etc. En estas situaciones, la “conciencia plena” puede agudizar la sensación de dolor. Por otro lado, Willoughby Britton, investigadora de la Universidad de la Brown University, ha documentado episodios de paranoia y enajenación relacionados con el “vaciamiento interior” que proponen algunas técnicas de meditación.
No obstante, para la inmensa mayoría, el mindfulness es una forma de tomar más conciencia de sus emociones, de objetivar y dimensionar los problemas, de centrar la atención. No es la panacea, ni puede sustituir a las terapias psicológicas (sobre todo en casos complicados), pero constituye una forma eficaz de protegerse contra la inmediatez y el sentido de urgencia típico de la modernidad.
Un inconveniente es que puede reforzar la autorreferencialidad, el individualismo: el mindfulness centra el horizonte de la reflexión en el propio bienestar, y no ofrece un modelo ético o moral para el comportamiento más allá del “siéntete bien contigo mismo”. Esto limita su capacidad para atajar las causas de algunas “dolencias psicológicas” típicamente modernas.