Muerte a petición: ¿Ha llegado demasiado lejos la eutanasia?

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“Varios países están facilitando la elección del tiempo y el modo en que las personas desean morir, pero en Holanda, capital mundial de la eutanasia, las consecuencias de todo esto comienzan a preocupar”.

Así lo ha atestiguado el periodista Christopher de Bellaigue en el diario británico The Guardian. Su artículo recoge los testimonios de varios médicos de Holanda y Bélgica acerca de la actual aplicación del “derecho a morir”, una prerrogativa que, una vez en vigor –y es la advertencia que hace a países que se plantean su legalización– puede salirse del control inicialmente previsto.

“La eutanasia lleva siendo legal en Holanda el tiempo suficiente para mostrar qué sucede cuando la práctica se asienta. En 2002, el Parlamento de La Haya la legalizó para pacientes que estuvieran experimentando un ‘sufrimiento insoportable sin perspectivas de mejoría’”.

Antes de entrar en el caso de los Países Bajos, De Bellaigue hace un paréntesis para informar sobre cómo está el tema en otros sitios del orbe. El ascenso de la eutanasia, apunta, “parece imparable; después de Colombia en 2015, y el estado australiano de Victoria en 2017, España puede ser la próxima gran jurisdicción que legalice el suicidio asistido, mientras que uno de cada seis norteamericanos (la mayoría de ellos en California) viven en estados en los que es legal. En Suiza, que tiene las leyes más antiguas sobre suicidio asistido, los extranjeros también la pueden solicitar”.

Aunque legalmente no se consulta a los familiares sobre la decisión del paciente, para que no lo presionen, la realidad es que esas presiones existen

“El precepto de que la vida es valiosa, con independencia de la situación de salud, está siendo cuestionado como nunca antes”, afirma.

Por qué más personas se lo están pensando

Académicos y juristas han lanzado la alerta sobre lo que se conoce generalmente como la “pendiente resbaladiza”: que una medida introducida para dar alivio a los pacientes terminales se haya extendido para incluir a personas que podrían vivir muchos años, algo que afecta a quienes sufren enfermedades como la distrofia muscular, a sexagenarios con demencia, e incluso a jóvenes con enfermedades mentales.

Lo interesante es que algunas irregularidades en la aplicación del procedimiento legal están incidiendo ahora en que más personas se lo estén pensando. “Cifras oficiales recientes sugieren que las dudas sobre la dirección que ha tomado la eutanasia holandesa están teniendo un efecto en la disponibilidad de los médicos para aplicar el procedimiento. En noviembre de 2018, el ministro de Sanidad reveló que en los primeros nueve meses de 2018, el número de casos descendió un 9% en comparación con el mismo período de 2017, la primera caída desde 2006. Poco después [de que el Ministerio diera esa información], en un signo de que hay un ambiente legal más hostil, la judicatura anunció el primer encausamiento de un médico por mala práctica en la ejecución de una eutanasia”.

La situación es tan mejorable que incluso simpatizantes con la idea original de la legalización, como Theo Boer, profesor de la Universidad Teológica de Kampen y miembro de una de las Juntas de Revisión que da luz verde o paraliza el procedimiento en cada caso, ha compartido con De Bellaigue una opinión no muy halagüeña: “Cuando les muestro las estadísticas [holandesas] a la gente de Portugal, Islandia o de cualquier otro sitio, digo: ‘Mirad atentamente a Holanda, porque es lo que vuestro país puede ser dentro de 20 años”.

Con la legalización, la práctica se disparó: “El número de holandeses que recibió la eutanasia comenzó a subir notablemente, de estar por debajo de 2.000 en 2007 a casi 6.600 en 2017 (se estima que casi el mismo número ha visto rechazada su petición de eutanasia por no cumplir con los requisitos legales). También en 2017, unos 1.900 holandeses se mataron a sí mismos, mientras que los que murieron bajo sedación paliativa […] fueron 32.000. En total, cerca de un cuarto de las muertes en 2017 fueron inducidas”.

Una de las razones –añade– por las que la eutanasia se extendió en 2017 fue que se amplió el rango de supuestos admitidos, al tiempo que se relajó la definición de “sufrimiento insoportable”.

Matar a quien aún puede vivir

La relajación toma cuerpo en casos reales. “En enero pasado, una experta en ética médica, Berna Van Baarsen, causó revuelo cuando renunció como miembro de una de las Juntas de Revisión, en protesta por la creciente frecuencia con que estaban siendo eutanasiados los pacientes con demencia, sobre la base de directivas escritas que no pueden confirmar tras perder sus facultades. ‘Es básicamente imposible –dice ella– establecer que un paciente está sufriendo insoportablemente, porque ya no puede explicarlo’”.

Las aseguradoras holandesas pagan a las clínicas por cada eutanasia que ejecutan; les resulta más económico que mantener a un paciente en estado de dependencia

“Los escrúpulos de Van Baarsen han cristalizado en el primer caso de mala práctica en una eutanasia; los fiscales ya lo están preparando, y otros tres casos están actualmente bajo investigación. El presente trata de una paciente aquejada de demencia que había pedido ser eutanasiada cuando llegara el ‘momento preciso’, pero cuando su doctora entendió que el momento había llegado, la paciente se resistió. Tuvo que ser drogada y sujetada por su familia para que la doctora pudiera ponerle la inyección fatal. La facultativa que le administró la dosis –que no ha sido identificada– ha defendido su actuación alegando que estaba cumpliendo la voluntad de su paciente y que, como esta era ya incompetente, sus protestas antes de morir eran irrelevantes. Cualquiera que sea el mérito legal de su argumento, difícilmente cambiará lo que tiene que haber sido una escena de una crudeza indescriptible”.

Es así que, según De Bellaigue, en este nuevo entorno, más ambiguo, el reciente descenso de las cifras de eutanasia no parece sorprendente. Además de su temor a atraer la atención de los fiscales, algunos médicos se han sentido molestos por la creciente percepción pública de que son “proveedores de muerte digna que no rinden cuentas de su actuación”, y están rehusando participar en estos procedimientos.

La retirada de las simpatías iniciales tiene un ejemplo en el propio Theo Boer, quien ahora lamenta que la ley no estipulara que el paciente tenía que ser competente al momento de su muerte, y que si fuera posible se administrara a sí mismo la dosis letal. Al experto le preocupa además el efecto psicológico en los médicos de matar a alguien que tiene todavía una esperanza de vida considerable. Que es lo que está ocurriendo.

“No hay necesidad de sufrir”, pero…

“La eutanasia –dice De Bellaigue– está concebida [en Holanda] como un servicio de salud básico, cubierto por la prima mensual que paga todo ciudadano a su compañía de seguros. Pero los médicos tienen el derecho a no ejecutarla. Siendo algo único entre los procedimientos médicos, la eutanasia no es algo cuyo éxito se pueda evaluar con el paciente después de aplicarla. Una pequeña minoría de doctores rechaza aplicarlas por ese motivo, y otros por razones religiosas. A algunos simplemente no les cabe en la cabeza que tienen que matar a personas cuando, si entraron a la medicina, fue precisamente para salvarlas”.

Sí hay, por supuesto, a quienes les interesa que la práctica se mantenga y difunda. El periodista narra, a propósito de esto, su participación en una conferencia organizada por la Dutch Voluntary Euthanasia Society (NVVE), que agrupa a 170.000 miembros, más que cualquier partido político holandés.

‘Es básicamente imposible establecer que un paciente [con demencia] está sufriendo insoportablemente, porque ya no puede explicarlo”

“La conferencia iba dirigida a desmontar la bien conocida oposición de los psiquiatras a la eutanasia en casos de pacientes psiquiátricos”, dice. Allí tuvo ocasión de conversar con Steven Pleiter, director de la Levenseindekliniek, un centro especializado en eutanasias.

Tras fundarse la institución en 2002, dice, “Pleiter se sentó con las compañías aseguradoras para determinar lo que le pagarían a la clínica por cada procedimiento de eutanasia que efectuaran sus médicos. La cifra actual es de 3.000 euros, que se pagan a la clínica incluso si el solicitante se retracta en el último minuto. Le sugerí a Pleiter que las aseguradoras preferirían pagar de una sola vez para que se eutanasiara a una persona antes que gastar una amplia suma en mantenerla, necesitada e improductiva, viva en una residencia”.

La respuesta del ejecutivo fue cortante: “Esto no va de dinero, sino de empatía, ética, compasión. Creo firmemente que no hay necesidad de sufrir”.

“Mientras más me informaba de esto –retoma De Bellaigue–, más me parecía que la eutanasia, a la vez que confería un valor al final de la vida, podía simultáneamente abaratarla”.

Cuando los familiares empujan

Además de ciertas entidades interesadas en la práctica, a veces el entorno del paciente puede empujar en la misma dirección.

“Cuando la eutanasia era ilegal pero tolerada, el médico estaba obligado a consultar con los familiares de la persona que había pedido morir. Debido a las preocupaciones sobre la autonomía personal y la confidencialidad paciente-doctor –y una preocupación totalmente justificada de proteger a las personas vulnerables de parientes inescrupulosos–, esta obligación no se incluyó en la ley de 2002”.

Pero aun así no pueden excluirse las presiones familiares en la ejecución de esta práctica. El periodista cita el caso de una doctora de la región belga de Valonia. Marie-Louise (nombre ficticio) atestiguó la presión ejercida por la esposa de un paciente aquejado de demencia, que antes de caer en ese estado había pedido la eutanasia si su condición empeoraba. Una vez que agravó, su decisión cambió, pero la mujer insistía en que diera el paso. La especialista se negó a eutanasiarlo, pero cuando se fue de vacaciones y regresó, se enteró de que un colega había accedido a hacerlo. Ahora está pensando en dejarlo todo. “¿Cómo puedo estar aquí? –se lamenta–. Soy una doctora y no puedo garantizar la seguridad de mis pacientes más vulnerables”.

 

En los primeros 9 meses de 2018, el número de eutanasias descendió en Holanda en comparación con igual período de 2017

 

Por otra parte, precisa De Bellaigue, “aunque la ley y la cultura hacen que la eutanasia aparezca como algo más normal, sigue siendo uno de los actos más extraños que una sociedad puede condonar. No es suficiente que se observen sus sutilezas legales; se precisa de un acuerdo entre las partes interesadas sobre por qué está ocurriendo esto y con qué fin”.

“Sin consenso en estas motivaciones básicas, la eutanasia no será una ocasión para la empatía, la ética o la compasión, sino un garrote que se agita en torno a la vida de las personas, el resultado de cuyas acciones no se puede deshacer”.

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