Los beneficios psicológicos de la libertad… y los costes del determinismo

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Libertad / Freedom

A lo largo de la historia, la creencia en la libertad ha corrido pareja con la obstinación por negarla, ya sea adoptando visiones fatalistas o determinismos de la más variada índole. Tal vez hoy no estemos dispuestos a creer que nuestro destino cósmico es inexorable, pero no han dejado de abundar posturas que se valen de expresiones de la ciencia para revelarnos que somos marionetas al albur de nuestro ADN o seres gobernados por impulsos neuronales. Un amasijo de átomos cuyo timón no controlamos.

Ahora bien, por mucho que una tomografía nos muestre la zona del cerebro que se activa cuando decidimos, algo nos dice, según Kennon Sheldon, profesor de psicología en la Universidad de Missouri, que somos nosotros quienes optamos por la derecha o la izquierda en una bifurcación. Dicho de otro modo, la mejor demostración de la libertad es nuestra experiencia, el convencimiento interior de que hay un “yo“ que activa o no las palancas. Porque las acciones son de “alguien” y es este quien responde de ellas, para bien o para mal.

Incluso cuando todo parece confabularse para indicarnos lo contrario, aparece el resquicio del libre arbitrio. Los estoicos enseñaron que ser libre consistía en aceptar -voluntariamente- el guion del universo. Viktor Frankl advirtió, además, que ni siquiera el infierno frío e inhumano de Auschwitz puede corroer la posibilidad de afrontar como deseemos lo que nos sucede, por muy trágico que sea.

Seres multicondicionados

Sheldon lleva años explorando la manera en que los individuos realizan sus elecciones; ahora expone brevemente el fruto de su trabajo en Freely Determined (Basic Books), un libro publicado a finales del año pasado. Su interés no estriba en ofrecer sesudos argumentos para defender la existencia del libre arbitrio; busca, sobre todo, estudiar sus efectos en la vida y bienestar de los individuos.

Por un lado, señala, el determinismo simplifica demasiado el proceso de toma de decisiones. Para apoyar su argumentación recurre al ejemplo del coche: rueda gracias al motor y a las bielas, pero sin el conductor podría llegar a muy pocos sitios. De forma análoga, hay que remitirse a la intención de un sujeto para comprender una determinada acción.

Por otro lado, los condicionamientos a los que están sometidas las personas -desde las enfermedades hasta el contexto social o cultural en que se educan- hacen que sea pueril aislar, como causa de sus resoluciones, un determinante único o definitivo. Los seres humanos nos proponemos cosas, deliberamos sobre el medio de alcanzarlas, triunfamos…o nos equivocamos. Pero todo ello se encuentra integrado en un proceso que nunca es completamente racional, ni está jamás suficientemente engrasado; hay variables, como el estado de salud o la situación climática, que influyen en nuestros actos, aunque sin determinarlos.

Los múltiples condicionamientos a los que están sometidas las personas hacen que sea pueril aislar, como causa de sus resoluciones, un determinante único o definitivo

Esta conclusión sugiere que la libertad es una maravilla y a veces un rompecabezas; el misterio, en fin, en que encalla una y otra vez el cientificismo determinista, afirma Sheldon.

Los perjuicios del determinismo

Puede parecer, en cualquier caso, que la creencia en el determinismo hace la vida más fácil o relajada. La libertad es un riesgo y provoca vértigos, de modo que nada mejor que escoger la vía que amortigua la responsabilidad.

La mayoría de la literatura científica sobre el asunto, sin embargo, ofrece otro discurso: las repercusiones del determinismo son negativas. K. Vohs y de J. Schooler, que han llevado a cabo muchos experimentos sobre la cuestión, aseguran que quienes piensan que la libertad es un espejismo tienen menos éxito en sus carreras y son más proclives a la depresión o a infligir daño a los demás. Su autoestima también queda dañada.

“El determinismo -explica Sheldon- tiende a hacer a los individuos menos competentes, menos felices y menos éticos (…) Hay muchos ensayos que demuestran que decir a las personas que su vida está determinada afecta negativamente y de diversos modos a su existencia”. Por el contrario, convencerles de que poseen libre albedrío aumenta su bienestar y su sensación de felicidad.

Sheldon se inscribe en la senda de Martin Seligman, el fundador de la psicología positiva, una corriente centrada en investigar la arquitectura emocional de la felicidad. A pesar de las críticas, el enfoque ha obligado a muchos investigadores a centrarse no tanto en lo patológico como en el estudio de la plenitud y la satisfacción, una dimensión que, por desgracia, había relegado también la filosofía moral.

Quienes piensan que la libertad es un espejismo tienen menos éxito en sus carreras y son más proclives a la depresión o a infligir daño a los demás.

Una vida con sentido

Pese a su defensa del libre albedrío, Sheldon no cae en la simpleza de insinuar que, más allá de las circunstancias, si uno cree que es feliz y libre, lo será. Para él, indudablemente, creer en la libertad es positivo, pero no porque dicha certeza libere endorfinas, sino porque realmente somos la causa de nuestros actos. Y precisamente cuando estos son buenos, nos sentimos satisfechos y traspasamos el umbral que nos conduce a la felicidad.

Como muchos otros autores, desde Aristóteles a Kieran Setiya, Sheldon también explica que el bienestar se halla en la elección de acciones con sentido, esto es, en actividades que posean valor en sí. Sus investigaciones en este campo, estudiando a personas de carne y hueso, le permite afirmar que la motivación intrínseca -hacer las cosas porque queremos- y aspirar a bienes valiosos, con independencia de su utilidad o fruto, es uno de los principales atajos para lograr la plenitud.

Shennon, que recuerda insistentemente que nuestras acciones definen quiénes somos, aconseja ser más reflexivos antes de elegir, sin olvidar nunca el bien o los grandes ideales. Añade, asimismo, una reflexión muy interesante: quizá sea hora de pensar en la felicidad no como la consecuencia o el resultado que obtenemos cuando nos va bien en la vida, sino como la causa de que esta siempre acabe por sonreírnos.

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