El ex-marine estadounidense J.J. Hanson padece un agresivo tumor cerebral que le fue diagnosticado hace tres años. Su pronóstico de vida no superaba los cuatro meses, pero años después, tal como se titulaba una famosa comedia de los 80, “este muerto está bien vivo” y escribe en The Wall Street Journal contra el suicidio asistido.
“Yo estaba viviendo el sueño americano. Estaba felizmente casado, nuestro hijo acababa de cumplir un año, y tenía un trabajo que me encantaba. Mi vida cambió en un instante. Tuve una convulsión en el trabajo y fui al hospital. Los doctores me hicieron pruebas, incluida una de TAC, pero no encontraron nada mal. Cuando me preparaba para volver a casa, mi esposa pidió que me hicieran una resonancia magnética. Y fue ahí cuando encontraron el cáncer: un glioblastoma multiforme en grado 4. El neurocirujano me dijo que no se podía extirpar, y que solo viviría cuatro meses. Tres médicos me informaron que no se podía hacer nada. La cirugía, la quimioterapia y la radioterapia rara vez funcionan en este tipo de cáncer cerebral”.
Según confiesa, se sintió desesperado, y si en ese momento el suicidio asistido hubiera sido una opción, la hubiera tomado. Solo con el apoyo de su familia pudo vencer su depresión, y a pesar del diagnóstico pesimista, se sometió tanto a los tratamientos normales como a los experimentales. “Sabía que los médicos no siempre aciertan y que debía luchar por cada momento de vida que me quedaba. Eso fue hace tres años. Y hoy nuestro segundo hijo está en camino”.
“Lamentablemente, muchos otros, hundidos en la depresión clínica por haber recibido un pronóstico negro, por una discapacidad provocada por la enfermedad o por temor a convertirse en una carga, pierden la esperanza y les viene el deseo de suicidarse. Un estudio efectuado en Oregón en 2006 encontró que el 25% de los pacientes que pedían el suicidio asistido estaban deprimidos, y muchos de ellos tomaron el fármaco letal”.
Hanson señala que en 29 estados de la Unión hay proyectos para legalizar o expandir el suicidio asistido y que en todo el país se promueve esta práctica, que sería aplicable a casos como el suyo. Unas normas que, en lugar de dar apoyo y buscar que sea más llevadera la vida de los pacientes, les anima a tomar la opción menos cara, a saber, la muerte. “No podemos confiar en las compañías de seguros, que están movidas por el afán de lucro, para que ofrezcan cuidados de calidad a los pacientes terminales. Siempre elegirán la opción más económica”.
Por ello, como presidente del Patients Rights Action Fund, Hanson se ha dedicado a dar la batalla contra el suicidio asistido. “Si el suicidio se vuelve un tratamiento médico normal para los pacientes terminales, muchas vidas serán trágicamente acortadas, y enfermos que podrían vivir meses o incluso años más allá de los pronósticos, se matarán prematuramente”.