El respeto de las diferencias culturales puede tener también sus trampas cuando no se afirman a la vez unos derechos humanos universales. Un caso llamativo han sido las recientes declaraciones de Els Borts, ministra de Sanidad de Holanda, quien afirmó que le parecía «aceptable» el aborto selectivo en función del sexo. Se trataría de sacar de «una situación de emergencia» a mujeres originarias del Tercer Mundo, cuando el marido no desea que nazca una niña y puede discriminar a la mujer por esta razón. Hay que tener en cuenta que el 43% de los abortos que se realizan en el país corresponden a mujeres extranjeras que buscan resolver su problema dentro de la permisiva legislación holandesa. Así que el caso planteado por Borts no parece una mera hipótesis, sino una práctica aceptada en clínicas abortistas holandesas.
Sus declaraciones han despertado la polémica, pero entran dentro de la lógica del aborto legal que deja la vida del niño concebido al albur del deseo de la madre. Si el niño/a puede ser no deseado y eliminado por cualquier motivo (económico, social, psicológico…) que provoque un estado de ansiedad en la madre, ¿por qué no por razón del sexo? Después de todo, para familias que esperan con ansiedad un hijo, una niña no deseada puede constituir un disgusto serio. Tan «serio» al menos como el embarazo inoportuno que la ley permite interrumpir porque pone en riesgo la «salud psíquica» de la mujer.
Menos lógico parece presentar esa situación como un atavismo tercermundista. También una europea puede anhelar ardientemente que su hijo sea varón, deseo al que aún no da respuesta la planificación familiar y que puede hacer que una hija se transforme en no deseada.
Pero si se trata de sacar de una emergencia a una mujer del Tercer Mundo sin reparar en los medios y adaptándose a su cultura, no hay por qué pararse ahí. En la vecina Francia han acabado en los tribunales algunas ingenuas africanas, por someter a sus hijas a la infibulación o mutilación genital femenina. Una práctica que, de acuerdo con su cultura, es indispensable para que la joven sea respetada y pueda contraer matrimonio. Y, sin duda, su salud correría menos riesgos si las jóvenes fueran mutiladas en el higiénico ámbito hospitalario en vez de sufrir la intervención en la clandestinidad y a cargo de personal no cualificado. Si esto no se admite, es porque equivaldría a institucionalizar una práctica que con razón se intenta erradicar. Se comprende que en la Conferencia de Pekín sobre la mujer, los gobiernos se comprometieran a prevenir y rechazar tanto las mutilaciones genitales como la selección prenatal en función del sexo.
Si ahora la ministra de Sanidad considera aceptable en Holanda el aborto selectivo en razón del sexo, su mensaje sólo puede contribuir a consolidar una actitud típica de una cultura patriarcal. Así, el aborto, que se presenta como un instrumento para la liberación de la mujer, acaba sirviendo para eliminar a niñas, por el mero hecho de serlo.
Juan Domínguez