En la sociedad occidental, las enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación y con los hábitos de vida, entre las que se incluyen las enfermedades cardiovasculares, la diabetes o algunos tipos de cáncer, constituyen la principal causa de muerte y constituyen una gran carga para los sistemas de salud.
En 2016, casi 40 millones de personas murieron por estas enfermedades, conocidas en el lenguaje de salud pública como enfermedades no transmisibles, para distinguirlas de las infecciosas, tradicionalmente la principal causa de muerte fuera de las causas violentas. De esos fallecidos, algo más de 17 millones fueron víctimas de enfermedades cardiovasculares (infarto, accidente cerebrovascular), y casi 9 millones, de cáncer. Además, las cifras de personas que padecen hipertensión arterial, obesidad o diabetes continúan creciendo. En los últimos 10 años, han aumentado alrededor de un 3%.
Aunque la dieta de mala calidad no es la única causa de este incremento, contribuye en gran medida a esa carga (ver el caso de las carnes rojas o procesadas). Las autoridades sanitarias se han embarcado en promover políticas de salud pública encaminadas a mejorar la alimentación de la población, con el fin de disminuir el riesgo de padecer una enfermedad crónica. Por una parte, se ha puesto de manifiesto la importancia que tiene la alimentación en las primeras etapas de la vida en la adquisición de esos hábitos saludables. Los mil primeros días de vida (desde la concepción hasta el tercer cumpleaños) constituyen un momento clave en la prevención de la enfermedad en la vida adulta. En 2017, la Agencia Española de Consumo y Seguridad Alimentaria (AECOSAN) puso en marcha una campaña de divulgación que, lamentablemente, apenas llegó al gran público. Por otra parte, además de establecer políticas de salud que incluyen recomendaciones sobre la disminución del consumo de sal o de azúcares simples en la dieta, el esfuerzo se ha centrado en facilitar información nutricional clara y comprensible en las etiquetas de los alimentos.
Etiquetas ilegibles
En la actualidad, los alimentos manufacturados deben detallar en su etiqueta cuál es la composición y qué porcentaje de nutrientes contiene una determinada porción. Lo manda la normativa europea sobre la información a consumidores, INCO, que entró en vigor en la UE en diciembre de 2014. Sin embargo, en la práctica, esa información es difícil de entender para el consumidor habitual o, incluso, de leer por el diminuto tamaño de la letra. Resulta cuando menos curioso que en una época en la que la preocupación por la alimentación está a la orden del día, en la mayoría de las ocasiones desconozcamos el contenido de muchos de esos productos. Con frecuencia, esto lleva a calificar los alimentos en buenos o malos por impresiones o sensaciones, o incluso por el fruto de la publicidad o de la crítica y no tanto por una información ponderada.
Los nuevos sistemas de etiquetado sintetizan en un solo símbolo o puntuación la calidad nutricional del producto
A falta de una legislación europea común sobre lo que se conoce como etiquetado frontal de los envases, la mayoría de los países del continente se han puesto a trabajar en elegir un modelo que permita caracterizar adecuadamente la calidad nutricional de los alimentos, sin gran esfuerzo intelectual y en poco tiempo (“de un vistazo”), para ayudar a los consumidores a identificar opciones de alimentos más saludables. Una de las ventajas de un buen etiquetado nutricional es que permite comparar, de forma sencilla, alimentos pertenecientes al mismo grupo o familia: por ejemplo, cereales del desayuno o cacao en polvo.
Hay dos grandes grupos de sistemas de etiquetado. Uno es el enfocado en nutrientes, que brinda información sobre ciertos nutrientes críticos para la salud y cuya ingesta en exceso puede aumentar el riesgo de obesidad u otras enfermedades; así son las etiquetas de advertencias nutricionales. El otro es el de resumen, que da información basada en algoritmos y sintetiza en un solo símbolo o puntuación la calidad nutricional del producto. Este último es el que parece imponerse en Europa y en otras latitudes.
Información en colores
En España, la ministra de Sanidad anunció hace un año que el modelo elegido sería Nutri-Score, que es el hoy vigente en Francia y en Bélgica. Nutri-Score es un modelo de etiquetado de cinco colores, asociados a letras, que van del verde (letra A) al rojo (letra E). Recientemente, la revista Nutrición Hospitalaria ha publicado una revisión sobre cómo se califica un determinado alimento con este modelo de etiquetado. Sin embargo, aunque se continúa trabajando en su implantación, y algunas de las grandes marcas de la industria alimentaria lo van incorporando a sus productos, Nutri-Score no está generalizado. Curiosamente –o no tanto–, es Pro-Nutriscore, iniciativa de siete asociaciones de consumidores, miembros de la Oficia Europea de Asociaciones de Consumidores, la que más está presionando para modificar la legislación actual de información al consumidor y permitir su adopción en toda la UE.
A falta de datos en la vida real sobre la influencia de usar un determinado tipo de etiquetado frontal de los alimentos en la modificación de las tasas de enfermedad, se han diseñado modelos experimentales económicos que comparan los efectos de los distintos tipos de etiquetado. M. Egnell y colaboradores han publicado recientemente que el uso del etiquetado frontal disminuiría sensiblemente la mortalidad asociada a las enfermedades no transmisibles, entre un 1,1% con el Modelo Simplificado de Etiquetado Nutricional, SENS, y el 3,4% con Nutri-Score.
Sin duda, consumidores mejor informados, junto a una buena política de información sobre los hábitos de alimentación saludable y actividad física, comenzando desde edades tempranas, son las mejores herramientas para conseguir poblaciones más sanas en el futuro.
Dr. José Manuel Moreno Villares
Pediatra