La metanfetamina (MA) -también conocida como «anfeta», «meta», «tiza»- y el clorhidrato de metanfetamina -«hielo», «cristal», «arranque», «vidrio»- son drogas que liberan dopamina -un neurotrasmisor que estimula las células cerebrales y produce bienestar- en niveles mucho más altos que la cocaína o la heroína. En Estados Unidos se ha extendido mucho en los últimos diez años. Allí ya se ha convertido en un problema, en gran parte porque es muy fácil de producir en laboratorios caseros. En Europa está casi inédita pero cumple los requisitos para convertirse en un «bestseller».
El uso médico de la MA es muy limitado (narcolepsia, déficit de atención y control de la obesidad). Se consume por vía oral (en polvo se disuelve fácilmente en agua o licor), intranasal, intravenosa o pulmonar, y produce una sensación general de bienestar que dura de 6 a 8 horas. Por vía intravenosa o pulmonar, el usuario experimenta además una sensación intensa de euforia, de corta duración, conocida como «arranque», que no se da en las otras formas de consumo.
Los usuarios se pueden convertir en adictos después de una sola dosis y cada vez consumen más. Se ha demostrado que los elevados niveles de dopamina que se desprenden en el cerebro tienen efectos tóxicos en las terminales de los nervios de las regiones que contienen ese neurotrasmisor. El estado de agitación que produce el consumo conduce a algunos usuarios a comportamientos violentos. Los consumidores crónicos pueden sufrir ansiedad, confusión, insomnio, paranoia, alucinaciones, delirios, etc. El peaje irreversible para estos consumidores es una reducción anual del 1% del tamaño del cerebro.
Algunos usuarios de éxtasis (MDMA) y cocaína se han pasado a la MA. También ha tenido mucho éxito en algunos ambientes homosexuales de Florida, Nueva York y otras ciudades. Se piensa que esta es la causa de cierto aumento del sida, ya que la MA incrementa la actividad sexual de riesgo y se inyecta en condiciones poco higiénicas.
En Europa todavía es una droga poco conocida y en España se han incautado pequeños alijos pero, según algunos expertos estadounidenses, la MA se está convirtiendo en la droga más problemática. Hace diez años, el consumo estaba confinado en California y la costa norte del Pacífico, pero ahora se consume en todo el país. Por ejemplo, en 2004 se descubrieron 2.000 laboratorios clandestinos solo en Missouri, cuando en California se hallaron 673. Y en Hawai, en los seis primeros meses de 2004 el 56% de los ingresos para tratamientos de toxicomanías (excluyendo el alcohol) fueron por consumo de MA.
Es muy fácil de fabricar. Se necesitan pocos ingredientes -pseudoefedrina (descongestionante que se encuentra en muchos medicamentos contra el resfriado), fósforo rojo (cerillas), ácido muriático (limpiadores), fertilizante, yodo- y las recetas circulan en Internet: en un día de trabajo en la cocina se pueden fabricar docenas de dosis. En mayo, la policía de Salem (Oregón) desmanteló un laboratorio que podía producir 400.000 dosis en dos o tres días.
Varios Estados ya han puesto restricciones a la venta de medicamentos que contienen pseudoefedrina. México importa 224 toneladas al año de esa sustancia, cuando se calcula que solo necesitaría unas 130 toneladas; Argentina y Colombia también están importando cantidades inusuales, según la DEA, la agencia anti-droga estadounidense.
Muchas campañas antidroga se centran en los riesgos de la marihuana, como la depresión, tendencias suicidas o esquizofrenia. Mitch Earlywine, profesor de la Universidad de South California, afirma que las campañas pueden fracasar si los jóvenes comprueban que la marihuana no provoca esos males. «Entonces, les diremos que la MA reduce el tamaño del cerebro -que es así- y no lo creerán», afirma.
Puede ser, pero la disminución de la percepción del riesgo de la marihuana no se debe solo a que haya consumidores que no terminan sufriendo esquizofrenia, sino también a los mensajes sobre el uso terapéutico del cannabis -emitidos desde todos los niveles, también políticos- (cfr. Rafael Maldonado, investigador del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas de Barcelona, «El País», 19 julio 2005) y a la facilidad de acceso que se ha copiado de algunos países políticamente envidiados, como Holanda.
La MA no se adornará con el título del uso terapéutico pero habrá que ver, en caso de que se introduzca masivamente en Europa, cómo le afecta la política de reducción de daños («si no podemos evitar el consumo, reduzcamos los daños») que es la última moda en algunos países como España.