“Rights Here, Rights Now” (Derechos aquí y ahora) ha sido el eslogan escogido para el XVIII Congreso Internacional sobre el Sida (Viena, 18-23 de julio). Así, los organizadores querían poner de manifiesto la estrecha vinculación entre la transmisión del sida y la violación de los derechos humanos en muchos países del mundo. “No se pondrá fin a la pandemia a menos que aseguremos la protección de los derechos humanos de aquellos que son más vulnerables al VIH y al sida”, exclamaba Julio Montaner, presidente de la International AIDS Society.
Las ponencias del Congreso giraron en torno a temas como la relación directa entre las condiciones de vida en las cárceles y la extensión del sida, la importancia del apoyo y los cuidados paliativos a los pacientes, y los riesgos de la coinfección de hepatitis C y VIH. La prevalencia del sida en las cárceles -se dijo- y las medidas con las que las autoridades suelen manejarla a menudo violan los derechos humanos: a un preso se le priva de la libertad, eso no significa que pierda el derecho a no ser sometido a un trato degradante o dañino para la salud.
Dónde está el riesgo de infección
Sin embargo, en la lucha contra el sida no basta asegurar los derechos humanos. Una de las conclusiones más claras del informe de Onusida publicado en noviembre pasado (cfr. Aceprensa, 26-11-2009) señalaba que mientras en el conjunto mundial las nuevas infecciones por VIH habían disminuido un 17% en los últimos ocho años, la epidemia había crecido entre homosexuales de los países desarrollados, donde se supone que los derechos humanos son respetados. Esta escalada de infecciones no obedece a violaciones de derechos sino que “está ligada al aumento de prácticas sexuales de riesgo”, según el informe. Son las prácticas que se dan en los grupos que los propios organizadores de la Conferencia Internacional denominaban también “de riesgo”: principalmente “drogadictos, prostitutas y hombres que realizan prácticas sexuales con otros hombres”.
Los derechos humanos se han de respetar en todo caso y a todos, incluidos desde luego los seropositivos, cualquiera que sea el origen de su infección. Esto no obsta a que, para frenar el sida, sea imprescindible reducir las prácticas que más favorecen su extensión. A la vista de ello, resulta ingenuo lo que propuso en el testimonio de clausura de la conferencia de Viena Waheedah Shabazz-El, afroamericana de 55 años, miembro del Community HIV(AIDS Mobilization Project (CHAMP) y portadora del VIH. Según ella se deberían retirar todos los fondos destinados a programas de abstención, porque atentan -dijo- contra el acceso a la información para una vida más segura de los más jóvenes. Si de eso se trata, la continencia es completamente segura.
La decepción económica
Y es la prevención más barata, ventaja que resulta aún más decisiva en estos tiempos. El Congreso ha estado también marcado por la decepción de los organizadores al comprobar que la crisis económica ha sido el principal argumento de los principales países donantes para justificar la reducción de su ayuda en la lucha contra la enfermedad. “Me entristece mucho la decisión de Obama de dedicar menos dinero del que prometió para tratar a los enfermos de sida en África”, afirmaba en un artículo en el International Herald Tribune Desmond Tutu, presidente honorario de la Global AIDS Alliance.
En un escueto mensaje audiovisual, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se comprometía a redoblar sus esfuerzos en la prevención y tratamiento del sida en América y en el mundo. Pero se centró más en anunciar una estrategia nacional en la lucha contra el sida orientada a reducir las infecciones en los grupos de riesgo -gays, bisexuales, drogadictos- entre los que se concentran la mayor parte de los más de 56.000 nuevos casos que se producen al año en Estados Unidos.