La pregunta es todo lo provocadora que puede ser, y el editor de MercatorNet, Michael Cook, se la plantea en un artículo a partir de los argumentos que, con un toque irónico, desarrolla el académico Roland Kipke, experto en Bioética de la Universidad de Tubinga, Alemania.
El suicidio asistido –señala Cook– es una idea que evoluciona en muy impredecibles modos. ¿Quién pudiera haber pronosticado el desarrollo de grupos de no-doctores que ayudan a morir a cientos de personas en Suiza? ¿Qué tal si las compañías vieran una oportunidad comercial en este mercado del suicidio asistido?
“Casi todo el mundo encuentra esta idea decididamente repugnante, incluidos los ardientes defensores del suicidio asistido”. Pero Cook afirma, citando a Kipke, que el “suicidio asistido comercializado” (SAC), en el que se paga a un no-doctor para quitar la vida a pacientes, es una derivación lógica del suicidio asistido por médicos (SAM).
En la revista Bioethics, el experto de la universidad germana explica que no hay argumentos éticos contra el SAC que no puedan invocarse también contra el SAM. A pesar de ello, el SAC horroriza no solo a los oponentes del suicidio asistido, sino —y esto es lo ilógico— a los simpatizantes del SAM.
“A favor” del SAC, Kipke sostiene que este no constituiría una violación de la ética médica, porque no habría doctores involucrados. Una compañía que cobre por quitarle la vida a un enfermo estará más dispuesta que un doctor, pues este podría tener remordimientos de conciencia.
Además, aunque un proveedor comercial no esté bien preparado para identificar la depresión, la enfermedad comúnmente asociada con las intenciones suicidas, tampoco lo suelen estar los médicos.
“El más común desorden psiquiátrico –escribe Kipke– y, al mismo tiempo, la enfermedad más comúnmente asociada con los intentos de suicidio, es la depresión. Varios estudios muestran con claridad que un alto número de médicos no saben reconocer los desórdenes depresivos en sus pacientes. Esto es de subrayar porque las personas deprimidas constituyen el 10 por ciento de los pacientes atendidos por los médicos generales. Por tanto, no se justifica decir que los doctores están generalmente capacitados para evaluar las condiciones de una decisión autónoma de suicidio”.
Tampoco los doctores son particularmente competentes al prescribir las dosis adecuadas de fármacos para cometer suicidio. “Un médico normalmente no aprende –ni en su formación ni en sus prácticas profesionales– cuántos gramos de pentobarbital sódico causan una muerte rápida. Después de todo, el conocimiento necesario sobre la correcta dosificación es limitado y puede ser fácilmente adquirido por un no doctor”.
En su reto argumentativo, Kipke opina que los pacientes pueden tener más autonomía acerca de su decisión final si acuden a una compañía comercial: “Los estudios demuestran que la valoración de los médicos sobre la calidad de vida y sobre los deseos suicidas de los pacientes gravemente enfermos dependen significativamente de la situación psicológica de los propios doctores, y que estos subestiman sistemáticamente la calidad de vida de sus pacientes. Además, son muy pocos los doctores que abogan por una consejo directo, incluso en asuntos moralmente controvertidos. Es probable que ello no sea fundamentalmente diferente en el caso de sus decisiones a favor o en contra del suicidio”.
Finalmente, ¿sería el SAC otro paso hacia la condescendiente comercialización de la vida humana? No realmente, explica Kipke, y lo ilustra. “Los médicos siempre se ganan la vida atendiendo las necesidades de sus pacientes: nadie se ofende”. ¿Por qué no puede hacerlo una compañía comercial de servicios de muerte?
El académico de Tubinga concluye, ya sin ironías, que no habría una sola razón ética que persuada únicamente contra la práctica del SAC: “Rechazar el SAC mientras se apoya el SAM es éticamente injustificable e incoherente. Por ello, la posición de los liberales defensores del SAM tiene que revisarse. Tienen que ampliar su defensa para incluir al SAC y, como resultado, radicalizar considerablemente su posición, o revisar su rechazo a algunos argumentos que se plantean contra el suicidio asistido”.
Quizás, opina Cook, todo esto es un buen argumento para desplegar en un debate. Si los servicios de suicidio comercial son demasiado peligrosos, ¿qué pruebas tenemos de que el suicidio asistido por médicos lo es menos?