Pensamos que el contacto con los microbios es peligroso, cuando no siempre es así. En su libro «Let Them Eat Dirt: Saving Your Children From an Oversanitized World», el microbiólogo Brett Finlay y la profesora de fisiología Marie-Claire Arrieta explican por qué una excesiva protección de los niños frente a las bacterias puede derivar en una maduración deficiente de su sistema inmunológico o de su metabolismo. Su consejo para los padres es: “Haz que tus hijos sean buenos y sucios”.
“Durante la mayor parte del siglo pasado hemos pensado que los microbios eran una mala noticia, y con razón: causan enfermedades, pandemias y muertes”, explican Finlay y Arrieta en un artículo para el Wall Street Journal, que resume el contenido del libro. Gracias a avances como los antibióticos, las vacunas o la esterilización de alimentos se han reducido drásticamente “el número y la gravedad de las infecciones”.
Pero este logro ha tenido un precio. “En los países desarrollados, nuestra campaña contra los microbios ha ido de la mano de una explosión en la prevalencia de enfermedades crónicas no infecciosas y otras afecciones” como la diabetes, las alergias, el asma, las enfermedades autoinmunes, algunos tipos de cáncer, la obesidad o el autismo.
El origen de estas enfermedades es en parte genético, aunque no solo: “Estudios recientes han descubierto una relación directa entre la presencia o ausencia de ciertas bacterias y las enfermedades crónicas mencionadas”. Según un estudio publicado por los mismos Finlay y Arrieta, los bebés de tres meses en cuyas heces se han descubierto cuatro microbios específicos son menos propensos a tener asma. Su conclusión es clara: “Nuestra salud depende en gran medida de que mantengamos un conjunto robusto y variado de microorganismos en nuestro cuerpo”.
Los primeros meses de vida son decisivos: el sistema inmunológico necesita interactuar con bacterias para desarrollarse y diferenciar las que son beneficiosas de las nocivas. Además, tienen un papel clave en nuestro metabolismo y en el desarrollo neurológico. A la vista de lo que se sabe ya sobre los microbios, a Finlay y Arrieta no les extraña que hoy se diagnostiquen enfermedades inflamatorias (asma, alergias…) y metabólicas (obesidad, diabetes…) en más niños.
Para compensar los desajustes introducidos por nuestro moderno estilo de vida, ambos autores proponen a los padres dos cambios concretos: dejar que los niños jueguen más tiempo fuera de casa –sin miedo a que se ensucien–, y procurarles una dieta más variada. También previenen contra un uso abusivo de los antibióticos, la principal causa de la pérdida de microbios: “Los antibióticos no son misiles teledirigidos que matan solamente la bacteria infecciosa; son bombas que aniquilan indiscriminadamente las bacterias buenas y las malas”.