Alan, Roy, Mary y Jamie ya no están. Los tres primeros murieron octogenarios; el cuarto, con 40 años, sin querer perderse un solo instante con su pequeña hija hasta el último momento. Todos fallecieron en una pequeña isla al sur de Inglaterra. Y un joven cineasta lo filmó todo. Un documental, Island, que acaba de estrenarse en el Reino Unido, es el fruto final.
Durante un año, Steven Eastwood cruzó con su cámara varias veces, en un ferry, la estrecha franja de agua. En el recuerdo, dos pérdidas recientes: la de su suegra y la de su mejor amiga, y en el ánimo el propósito de documentar una realidad cotidiana, en muchas ocasiones sobredimensionada. Pero en el hospicio Earl Mountbatten, un centro de cuidados paliativos, el ambiente no es tenebroso. Unos cantan, otros salen en sus camas a tomar el sol, algunos beben cerveza, ven el fútbol, se abrazan… La vida manda.
Algunas de las personas más extraordinarias de nuestra sociedad, aquellas que cuidan de nosotros mientras morimos, son de las menos visibles
– ¿Alguno de los pacientes que filmaste te manifestó en algún momento haber deseado su muerte por eutanasia?
– No. El documental es mucho más sobre la muerte como proceso natural, como parte de la vida. Les hace un seguimiento a cuatro personas formidables, todas las cuales estaban muriendo de cáncer, aunque la película no entra mayormente en los detalles.
En vez de por ellos, se interesa en el modo en que comunidades completas resultan afectadas por la muerte, y nos muestra cómo nuestro cuerpo, nuestra respiración, cambian a medida que se aproxima ese momento, y cómo se pueden aplicar unos cuidados paliativos adecuados para tratar el dolor y la pena física y emocional. La eutanasia no surgió como tema en los 12 meses de filmación.
– Habrás escuchado testimonios interesantes allí. ¿Cuáles te impresionaron más?
– En lo personal, me resulta interesante ver cuánto se interesa la cultura occidental por las últimas palabras de un enfermo terminal, como si este quedara imbuido de una enorme sabiduría sobre la vida y los vivos. Tenemos muchísimo de esto a partir de los filmes de ficción populares, en los que la gente pronuncia sus últimas palabras como al servicio de la historia y de los personajes que dejan atrás.
La mayoría de las muertes son mucho menos dramáticas y más concisas que eso. Vivimos mucho hasta que morimos. De las personas que conocí, observé que querían vivir del modo más normal posible, sin hacer de su muerte el único tema de discusión.
Island no está enfocada, pues, en los testimonios, y se dicen muy pocas palabras en la película. Pero dicho esto, Jamie, que tenía 40 años, fue muy honesto y abierto con su hija de cuatro años sobre lo que iba a sucederle, y aprovechó el proceso de filmación para hablarle sinceramente, lejos de las presiones de la familia, de los doctores y enfermeros. Por su parte, Alan, de 82 años, que tenía una radical filosofía sobre la vida, imparte algo de ella en el filme. Creía que nuestros cuerpos eran solo vehículos, y no tenía miedo de morir en absoluto.
La cultura occidental mitifica las últimas palabras de un moribundo, como si este quedara imbuido de una enorme sabiduría
– Tras tu experiencia, ¿qué valor les confieres a los cuidados paliativos?
– Uno de los principales valores de la atención en ese centro es el derecho de los pacientes a morir en la forma que ellos desean. De hecho, la película fue posible como una extensión de ese ethos. Los hospicios de este tipo son espacios de vida, no de miedo. Y algunas de las personas más extraordinarias de nuestra sociedad, los enfermeros que cuidan de nosotros mientras morimos, son de las menos visibles.
Hay que decir que estamos pobremente informados de algo que es completamente natural: estamos diseñados para morir, y la mayoría de nosotros morirá de alguna enfermedad a los 70 u 80 años, bien en casa, atendido por enfermeros, o en unidades paliativas en hospicios y hospitales. Hasta que nos llega –a nosotros o a alguien conocido– un diagnóstico terminal, casi no tenemos conocimiento de este proceso natural, cotidiano e inevitable, y opino que eso está mal.
Yo me he sentido más fuerte haciendo Island, y el público me dice constantemente que se siente alentado por la película. Para mí, el arte y el cine tienen un importante papel, que es mirar directamente las realidades que nos desafían y desmontar tabúes.