Los premiados posan al término del Festival (foto: Aleksandra/Festival de Málaga)
El Festival de Málaga de cine español y latinoamericano acaba de clausurar su 26 edición. Según algunos críticos, y me cuento entre ellos, una edición muy destacable en cuanto a la calidad de las películas. Como este año formaba parte del jurado de la crítica, no podía escribir sobre la calidad de las películas así que decidí centrarme en los temas y las historias que se han abordado en Málaga. Y como escribo sobre argumentos, aviso: hay spoilers.
No poder escribir sobre las películas tiene su emoción… y sus limitaciones. Pero ver de principio a final una Sección Oficial, sin escaparse de ninguna de las 20 películas, ni saltarse la cinta muda de autor, te da también una perspectiva temática del festival muy rica. Dicen que el cine imita a la vida o viceversa, y es así… pero con matices. En el último Festival de Málaga hemos visto mucho retrato generacional y poca crítica. Mucho foco en el lado oscuro, mucho trauma y poco contraste. Mucho cliché y pocas voces diferentes.
La pareja, mal, muy mal, gracias
Un absoluto desastre. Sobre todo, la pareja heterosexual. No hemos visto ni una película en la que un hombre y una mujer se soporten (no digo ya quererse) con un mínimo de estabilidad –pongamos media hora– en la pantalla. El castigo de Matías Bizé (Biznaga de Oro a la mejor dirección) y Upon entry (Biznaga de Plata a la mejor interpretación masculina) son dos crónicas nigérrimas de la descomposición de una pareja. La primera relata la búsqueda desesperada de un hijo perdido en el bosque, y la segunda, el complejo proceso de una pareja para entrar en los Estados Unidos. En ambos casos hay falta de comunicación, mentiras, y en El castigo, además, un trauma arrastrado. Es interesante, porque, en las dos cintas, se resuelven los conflictos externos de las parejas, pero salimos de la sala abrumados pensando: “Y ahora estos dos tienen que seguir su vida juntos”.
Bajo terapia, de Gerardo Herrero, centrada en un taller que realizan tres parejas en crisis, muestra unas relaciones absolutamente tóxicas, donde la mentira y el egoísmo campan por sus respetos. Los dos protagonistas de Tregua quedan de vez en cuando para acostarse en un hotel. Su relación parece ir sobre ruedas… hasta que –lógicamente, por otra parte–, surgen las dudas ante una evidencia: para vivir sus ansiadas treguas están engañando a sus respectivas parejas. La película de Mario Hernández, al menos, es honesta al mostrar la mentira en la que viven los protagonistas.
Nefasta es la relación entre los padres de la niña trans de 20.000 especies de abejas (Biznaga de Oro a la mejor película española); el padre del protagonista de Desperté con un sueño (Premio de la Crítica) dejó a su madre por un director de teatro; en El fantástico caso del Golem todas las parejas que salen –homosexuales y heterosexuales– se usan y se dejan de la manera más burda. La protagonista de Matria (Biznaga de Plata a la mejor interpretación femenina) sufre el alcoholismo y el abuso de su pareja cada noche. La de Els encantats (Biznaga de Plata al mejor guion) acaba de separarse de su pareja, y en Una vida no tan simple, la notable película de Félix Viscarret, no lo hacen por los pelos. Aquí, al menos se abre una puerta a la esperanza. Me dejo fuera muchos títulos, pero, en resumen, la radiografía de la pareja en este Festival es la de un auténtico cadáver.
Y los hombres, peor
Pero si la pareja sale malparada, los personajes masculinos salen aún peor. Este Festival casi consigue hacerme revisar mi apoyo al feminismo; porque una cosa es luchar por la igualdad y otra hacerlo con el inventario de tópicos a cuestas. Y al por mayor y sin anestesia. Con poco ingenio y a golpe de slogan. El día que escuché a la protagonista de Unicornios preguntarse “por qué un coñazo es negativo y cojonudo es positivo”, tuve que restregarme los ojos. A ver, que eso fue un tuit ocurrente hace una década… pero ¿estamparlo en un guion en 2023?
Varios títulos componen una muestra del individualismo de la sociedad actual
Y no ha sido el único caso. Por más que conecte con el tema, cuando las o los protagonistas de una película empiezan a declamar lemas del 8-M desconecto; igual que cuando la película se llena de personajes masculinos de mirada vidriosa, que solo mueven las manos para golpear o abrirse la hebilla del pantalón. Un poco básico y de brocha gorda. Aquí no cito películas, que me iba a quedar muy largo el artículo.
Sexo, mucho y muy triste
Para enmendarle la plana a Irene Montero, preocupada porque no se habla de sexo, el Festival ha hablado y mostrado mucho sexo. En todas sus variables. Un sexo tan explícito, físico y animal como, en el fondo, triste y descafeinado. Un sexo instrumental, de usar y tirar. Un sexo rápido, que destruye más que une, que se utiliza como arma arrojadiza, que se vive con prisa y, en casi todos los casos, desvinculado del amor. Un sexo absolutamente gélido. Unicornios, El fantástico caso del Golem, Las hijas (Biznaga de Oro a la mejor película latinoamericana) o La desconocida son, en el fondo, magníficos ejemplos de este sexo-no sexo.
Yo, me, mí, conmigo
Aunque quizás la razón de todo lo anterior es que, si ha habido un elemento que ha brillado por su ausencia en casi todos los títulos, ha sido el amor. La sección oficial del Festival se podría estudiar como una maravillosa muestra del individualismo que campea en la sociedad actual. Una gran mayoría de los protagonistas de las películas que hemos visto atraviesan los 90 minutos de historia como islas, con sus traumas y sus heridas, chocando con el resto… pero sin llegar ni a comunicarse, ni a ayudarse, ni a rendir las armas.
La protagonista de El castigo es una mujer que ha perdido a su hijo… pero que es incapaz de dejar de dar vueltas a su propio drama. Pobre mujer. Pero igual le ocurre a la protagonista de Els encantats, ansiosa de encontrar una pareja que tape su desesperación (aunque, también en este caso, Elena Trapé es honesta con el conflicto), y no digamos a los protagonistas de El magnífico caso del Golem o Unicornios, las películas más generacionales y también las más insoportablemente ególatras.
La salvación son los otros
Pero Málaga no ha sido solo una colección de aguafuertes de Goya. Ha habido sombras, pero también luces. Y hemos visto al conmovedor padre de Zapatos rojos recorrer México para enterrar con dignidad el cadáver de su hija, o a la protagonista de Empieza el baile hacer algo parecido para acompañar a su hijo en un momento difícil, o a la protagonista de Matria tratar por todos los medios de recuperar el afecto de la que fue su niña. O a ese entrañable chaval, que con la ayuda de su madre, se dispone a ser lazarillo de su hermano ciego en la emotiva Saudade fez morada aquí dentro. Por no hablar, como señala con acierto Carlos Zanón en su crónica del festival, de la trascendental presencia de las abuelas en esta edición. Esas abuelas que, como en el caso de 20.000 especies de abejas o Desperté con un sueño, están dispuestas a seguir cuidando y mirando al resto… mientras el resto se contempla el ombligo tratando de superar sus traumas.
Y la verdad es que me alegra pensar que entre las cintas más valoradas por el público y las que más sopesamos los críticos están precisamente estas últimas películas. Las del claroscuro. Las de más luces que sombras. Quizás es una pequeña señal de que, al final, por mucha crisis que tengamos y mucha terapia que necesitemos, el ser humano no es un puro trauma. Una señal de que a lo mejor hay que dar una vuelta a los clichés que volcamos en la pantalla, porque tienen más de cliché que de realidad.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta