José Luis Garci es un torbellino de proyectos, una vitrina de éxitos vivos, un cineasta puntero y un señor que no está dispuesto a darse importancia, por mucho que usted le saque los colores de sus triunfos. Ganó el primer Oscar para el cine español con Volver a empezar en 1983 y tiene una filmoteca extensa cuajada de sabiduría humana, ojo, arte, amigos, maestría, pasión y disfrute. Pero las alfombras rojas le pillan muy lejos de su forma de ser.
Libros bebidos. Películas inoculadas. Conversaciones con puntos suspensivos. Bagaje y dudas. Conocimiento y humildad. En la butaca con estrella desde 1977 –Asignatura pendiente– hasta 2019 –El crack cero– haciendo crónica de un tiempo, de una clase media, de un estilo de trabajo en equipo. Nunca verá usted en los títulos de crédito: “Una película de José Luis Garci”.
Su producción literaria está ahora echando humo. En breve saldrá Lo que el viento se llevó. Un recuerdo. Un comentario. Entonces sabremos hasta qué punto esa película satanizada por lo políticamente correcto fue su teta cinematográfica, y algunas cosas más.
Primerísimo primer plano de unos ojos chispeantes. Al doble de revoluciones por minuto habla el crack, el abuelo, el tiovivo…Trávelin y al turrón:
— A veces los periodistas venimos con unas preguntas y, sin querer, teledirigimos la conversación. Prefiero saber qué tiene en la cabeza.
— Pues la verdad es que no me paro a metaanalizarme. No le dedico mucho tiempo a pensar en mí mismo. Prefiero leer, escuchar música y ver películas, que es lo que conforma mi rutina diaria. Tengo muchas cosas en la cabeza, cosas de fondo y cosas muy prácticas, pero estoy abierto a todas sus preguntas.
— Tenga lo que tenga, se le ve con paz.
— No paro, pero, sí, hay una cierta paz de trasfondo, aunque, ya le digo, no suelo darme muchas vueltas.
— Como si su misión cultural independiente haya sido exitosa.
— ¡No soy yo muy consciente de tener una misión cultural! La cultura es mi manera de dialogar con el mundo, y he hecho lo que he podido y he sabido hacer. Tampoco creo que haya palabras mayores y grandes discursos detrás de ese empeño. He trabajado, he intentado ofrecer materiales que valgan la pena y he disfrutado ofreciendo la mejor versión de mis supuestos talentos. Y aquí seguimos, aprovechando cada día.
— Aprovechándolos con intensidad: acaba de publicar un libro –Deborah–, y tenía todavía fresco en librerías el que sacó tras el confinamiento: Películas malas e infravaloradas, que, además, está escrito de memoria…
— Sí, me puse a escribirlo durante los meses duros del confinamiento en Málaga, y como no tengo Internet y no tenía a mano los libros de mi biblioteca de Madrid, tuve que tirar de los recuerdos: los libros leídos, las películas vistas, las conversaciones por aquí y por allá. Toco madera: de momento conservo la buena memoria que he heredado de mi padre.
“Aburrir o aburrirse son pecados tremendos”
— Usted el cine lo ha asimilado en vena. ¿Podrán ser cineastas buenos los que no saben nada con seguridad si no lo buscan en Google?
— Cada uno es hijo de su generación y de su tiempo, pero, en general, el conocimiento es una herramienta estupenda para hacer mejor las cosas. Para hacer cine es mejor saber de cine, es evidente. Y con eso no digo que yo sepa mucho. Solo digo lo que digo.
— Está en una etapa creativa importante.
— Si no hago cine, escribo libros. ¡No me voy a quedar parado! En breve sale otro libro nuevo que se titula El toque Lubitsch y otros roces. Y dentro de un mes saldrá a la venta otro: Lo que el viento se llevó. Un recuerdo. Un comentario. Se trata de una obra con una primera parte bastante personal llena de recuerdos, y otra que espero que sea amena y divertida y provoque alegría entre los lectores. En cualquier caso, espero no aburrir, porque aburrir o aburrirse son pecados tremendos.
— Menuda tasa de producción…
— Basta con escribir un folio o un folio y medio al día. Como los proyectos cinematográficos se han venido abajo, tengo más tiempo para escribir.
— Y escribe a mano.
— Sí. Escribo a mano, y mando cartas, y postales. No lo digo por presumir, porque, en realidad, es algo ridículo que no me haya acercado nunca a internet y no tenga teléfono móvil… O que siga escribiendo a máquina en mi Olympia… Pero las cosas son así y no creo que cambie a estas edades. La verdad es que me complica un poco la vida, pero bueno.
— Deborah es un homenaje, también, al cine romántico, al que usted ha estado siempre abierto.
— A mí me gusta el cine en todas sus dimensiones y géneros, también el romántico. He hecho películas como Historia de un beso o Volver a empezar, que son marcadamente románticas. Estoy abierto a todo, porque también estoy abierto a todo como espectador.
— Dice que, si volviera a rodar una película, sería de amor.
“Decía mi padre que, si eres independiente, al final mueres solo. Bueno, pero duermes tranquilo, y eso es un gran logro”
— Sí, pero no he vuelto a rodar desde El crack cero, que es una película más bien policiaca, aunque con sus dosis de amor. En realidad, prácticamente todo en la vida gira en torno al amor.
— ¿Dedicarse a la cultura siendo independiente es la única manera posible de vivir en paz?
— No lo sé. Habla usted de propósitos quizás demasiado altos y, sinceramente, nunca he pensado en palabra así de grandes. Tampoco me he planteado ser independiente, porque considero que o lo eres, o no lo eres. Esas cosas no se impostan. Decía mi padre que, si eres independiente, al final mueres solo. Bueno, pero duermes tranquilo y eso es un gran logro. Pero tampoco absolutizo mi forma de estar en esta profesión, porque tampoco es malo depender de ideas o personas, allá cada cual. Yo no tengo más carnet que el de identidad, y porque es obligatorio. Ya no me queda ni el del Atleti…
— Porque para dedicarse a la cultura hay que saber y asimilar, y leer, y acertar, y equivocarse. Pero nunca dejarse atropellar por una ideología.
— La verdadera cultura trasciende las ideologías, y es muy saludable que sea así, porque la cultura abre los ojos, afina los oídos, y enriquece el diálogo, también en la sociedad. Yo he crecido en un ambiente que le daba importancia a leer, a contemplar, a disfrutar de la belleza del Museo del Prado o de la sabiduría de un cómic, a escuchar músicas que engrandecen el alma… Y yo mismo he querido que ese ambiente fuera parte importante de mí para siempre. Apreciar la literatura, el teatro, el cine y las artes, en general, es un placer y una suerte. ¡Qué habríamos hecho durante los momentos más serios de la pandemia sin libros y sin películas! Una buena cultura es sana para el desarrollo de nuestra personalidad.
— Y además le gusta el fútbol, el boxeo…
— ¡Claro! Disfruto mucho de esa cultura popular. He aprendido a disfrutar de una sinfonía de Beethoven y de un partido de fútbol, aunque sean realidades que no tengan mucho que ver. La cultura popular también es parte de lo que somos.
— Su cine combina ambas facetas.
— El cine es un arte estupendo lleno de emociones con una versatilidad tremenda que, además, es un recreo y una manera de reproducir la sociedad de una época.
— Dice muchas veces que “el cine es una vida de repuesto”.
— Sí, más allá de la vida de asfalto y oficina, de calle, de casa, de familia, de vecinos, de hoy, el cine ofrece una vida paralela, quizá espiritual, que también nos enriquece por dentro.
— Su vida está llena de amigos, muchos de ellos ya muertos. Entre las ideologías y las personas, usted lo ha tenido claro.
— La amistad y el respeto a las ideas de los demás está por encima de todo, lógicamente. Sí, estos últimos años han sido muy malos. Se me han muerto grandes amigos como mi querido David Gistau, del que soy compadre. Y Manolo Alcántara, que ha sido para mí el hermano mayor que no he tenido. Y Nacho Valcárcel, con el que he trabajado durante más de treinta años. Es ley de vida. Un día, el muerto seré yo, porque la muerte es algo que sucede siempre.
— ¿Tiene sentido una cultura que no una personas?
— No. La cultura es lo contrario a la incultura, a la locura. Precisamente, la educación de las personas requiere aprender a leer, a escribir, a ver cuadros, y películas… La cultura es una esfera vital estupenda. ¿Y se puede vivir sin cultura? Pues también. Seguramente haya mujeres y hombres perdidos por las orillas del Amazonas que disfrutan de la vida a través de la naturaleza y del amor sin el más mínimo conocimiento cultural almacenado en sus inteligencias.
— ¿Su felicidad ha puesto casi todas las esperanzas en la cultura?
— No sé si creo en la felicidad. Pienso que existen buenos momentos y la sensación de felicidad, casi siempre en pasado. La felicidad no se conoce en presente de indicativo que, por cierto, indica poco. Hace poco falleció un nieto mío con 15 años que estaba lleno de vida. Ha sido un mazazo. Es muy duro ver sufrir a tu hija. Por eso digo que la vida es complicada, que a veces va bien y otras mal.
— ¿Qué idea agitará la cultura en la próxima década?
— Espero que nuestros clásicos no dejen de agitar siempre la cultura, al menos nuestra cultura occidental. Hay cosas que no cambian.
— Descubrió usted que, en el éxito profesional, tener suerte cuenta más que tener talento, y eso le ha alejado del monstruo de la vanidad.
— Cada vez creo más firmemente que la suerte es un factor determinante. El Atleti ha ganado la Liga jugando como en las anteriores, pero con una buena dosis de suerte hasta el último partido… La buena suerte es crucial y ser consciente de ello nos pone en nuestro sitio. Es clave estar en el lugar oportuno en el momento preciso para que te den un trabajo, o para conocer a una persona. Hay mucha gente de mi generación a la que le gusta el cine y sentía una pasión similar por este arte, ¿por qué yo he podido dirigir películas y ellos no?
“Europa se está transformando en un parque temático. La gente vendrá a ver la Torre Eiffel, el Coliseo, los cuadros de El Greco… Las ruinas son lo nuestro”
— Está a punto de volver a sus programas de cine en televisión.
— Todavía estamos cerrando los detalles en Trece. La idea es recuperar la línea de programas como Qué grande es el cine.
— Como experto en cine y en historia del cine: ¿cree que la pandemia cambiará el curso del séptimo arte?
—El cine es el mayor generador de arte del último siglo. No hay ningún arte en los siglos XX y XXI que haya hecho tanta maravilla para el mundo. Es posible que la pandemia afecte, aunque, más que la pandemia, lo que se notará es este cambio de era que estamos viviendo en directo. Pasamos del cine mudo al sonoro, del sonoro, a la televisión, y de ahí, a la tercera pantalla, la de los móviles. El cine ahora está en casa mientras desaparecen paulatinamente las salas. A pesar de esta revolución digital, lo importante es que siempre habrá alguien que nos cuente una historia. Esta revolución no es solo un cambio en el cine, sino en toda la sociedad. Hemos abandonado la era contemporánea y nos hemos adentrado en un nuevo tiempo.
— ¿Cómo ve usted el futuro de Europa?
— Europa se está transformando poco a poco en un parque temático. No tenemos Microsoft, ni Amazon, ni motores económicos potentes como fueron los ferrocarriles en su día. La gente vendrá a ver la Torre Eiffel, el Coliseo de Roma, los cuadros de El Greco… Al final, las ruinas son lo nuestro…
— ¿Avanzamos como humanidad?
— Eso habrá que preguntárselo a los sociólogos y a quienes trabajan en esos campos con profundidad. En algunos aspectos no hay duda de que avanzamos: hemos llegado a Marte y a la luna, y el despliegue tecnológico es apabullante. Por otra parte, hay quien quema los tebeos de Astérix o de Tintín, y entonces ya me lo replanteo todo… De todas formas, lo que yo opine sobre esta cuestión es irrelevante, porque soy una persona mayor. Habrá que hablarlo con la gente de la sociedad de este tiempo.
— En cualquier caso, a mí me interesa su opinión sobre la crisis de las humanidades.
— No estoy preparado para abordar esa cuestión con seriedad. Solo digo que me parece curioso que unos pantalones rotos y agujerados sean más caros que unos normales. Claramente, estamos ante un cambio social.
— Dice usted muchas veces que “en España no nos queremos”.
— ¡Es que no nos hemos querido nunca y eso ha fraguado! Andamos despegados. Somos como un traje deshilachado con los bolsillos rotos y colgando. Siempre ha sido así. Somos un país raro en el que tararear nuestro himno o apreciar nuestra bandera está mal visto. España es un país con rodilleras. No nos tenemos afecto, y eso no sucede en otros países.
— Quizá somos de querer más a la gente cuando muere, de demostrar nuestro reconocimiento en necrológicas. Ahora estamos dándolo todo con los centenarios de Fernán Gómez y Berlanga.
— ¡Y Gil Parrondo! Los tres han sido seres extraordinarios con los que he tenido la dicha de colaborar. A los tres se les ha reconocido en su tiempo, pero ahora nos damos cuenta de que son personas que han dejado una huella profunda y que están a la altura de un Pio Baroja, un Pérez Galdós o un Buñuel, por citar a tres verdaderos grandes de España.
— Un día será el centenario de José Luis Garci. ¿Por dónde le gustaría que fueran los tiros?
— No lo sé. No estaré aquí para verlo. Ya lo digo de alguna manera en la película Holmes & Watson. Madrid days: yo no creo en la posteridad. Lo que me tengan que dar, que me lo den ahora. Ni siquiera el propio Cervantes recibió el Premio Cervantes…
“Lo más difícil y definitivo es ser una buena persona. Con diez o quince personas que irradien verdadera bondad se cambia todo”
— ¿Con la edad se ha vuelto más trascendente?
— Solo se hacen trascendentes y solemnes los bobos. No tiene sentido darse importancia a uno mismo y a lo que uno hace.
— Me refiero a pensar en el más allá.
— Yo creo que, al final de la vida, o no habrá nada, o habrá misericordia. Para mí el más allá sigue siendo un misterio.
— “Somos física, química y una gota de misterio”. Entre Severo Ochoa y usted confeccionaron esta frase en formato cóctel.
— Aquello fue en Oviedo. Salíamos de la reunión del jurado del Príncipe de Asturias que se lo dimos a Berlanga, en torno a mayo de 1986. Estaba Severo Ochoa tomándose un martini y me senté a charlar con él.
— Hábleme de su gota de misterio.
— Pues es que sigue siendo un misterio… Igual ya no tengo esa gota, no sé. La cuestión se reduce a si creemos que después de esta vida hay un segundo round, o no. ¿Cuándo te vas de aquí, qué pasa? ¿Alguien me recordará como yo recuerdo a mis amigos que se fueron cuando ya no esté? ¿Habrá algo o solo quedará el recuerdo? ¿Y si hay mucho más y no estamos capacitados para entender qué puede ser? Preguntas. Misterios.
— ¿Cuál cree que es el mejor puente para unirnos como sociedad?
— Aunque suene ingenuo, la bondad. Para mí es el valor más bello y más importante del ser humano. Yo no sé cómo es Dios, pero sí sé que Jesucristo nos ha dicho que amemos al prójimo como a nosotros mismos, y eso es una revolución. Podemos ser genios de la pintura, de la música, del cine, pero lo más difícil y lo más definitivo es ser una buena persona. Con diez o quince personas que irradien la verdadera bondad se cambia todo. Pero, claro, lo que vemos es que los dirigentes de aquí y de allá se odian, y es un horror. Probablemente no es que no nos queramos en España, es que no nos queremos en el planeta.
— Usted ha sido un buen director de cine. ¿Ha sido una buena persona?
— Lo de ser buen director de cine lo dice usted. Yo he hecho películas lo mejor que he podido y he sabido. Me he entregado por completo en lo que he hecho para dar lo mejor que tenía, y por eso estoy contento. Por otra parte, no soy una buena persona en el sentido en el que yo entiendo esa bondad. En algunos momentos estoy orgulloso de mí, y en otros, no tanto. Paciencia. También es verdad que no me considero de los peores…
— Las actrices y actores que han trabajado con usted dicen que ha sido un buen director, no es un atrevimiento mío.
— He tratado bien a la gente. Cada una de las 19 películas que he hecho, además de una serie, han sido como unas navidades. Me levantaba por la mañana con la alegría de rodar y dando gracias por la posibilidad de hacer cine. He intentado transmitir esa alegría, ese buen humor y ese buen rollo, que se dice ahora. Y siempre he tratado no ser un plomo, porque también en la vida nos rodean algunos plomos taladrantes que se te pegan al cuerpo…
Álvaro Sánchez León
@asanleo