Alex Katz, Blue Umbrella,1972
(Fotos cedidas por el Museo Thyssen-Bornemisza)
A sus 94 años, Alex Katz sigue siendo un pintor en activo. Sus lienzos a gran escala, el gusto por los colores planos que pueblan sus fondos, los retratos individuales o de grupo, las enormes flores y los envolventes paisajes de color son algunas de sus señas de identidad. El artista, siempre ansioso en la búsqueda de la verdad, se propone dar una vuelta de tuerca a los cánones de la figuración; por ello sus enormes lienzos destilan modernidad.
Este pintor neoyorquino derrocha vida. Es un trabajador incansable: cada mañana se levanta a las 7.30 para pintar con la libertad que le otorgan sus años. Alex pinta todos los días, aunque confiesa que “unas veces trabajo 20 minutos y otras, el día entero”. En ocasiones, cuando no hace nada fluye la inspiración, “vienen las mejores ideas, ideas maravillosas; hay que aprovechar la nada”.
Retrospectiva
Con aires de verano arranca la primera retrospectiva en España de Alex Katz, en el Museo Thyssen-Bornemisza. Se trata de una exposición que cuenta la historia de una ausencia con final feliz. Blanca y Borja Thyssen han adquirido un retrato de Vivien, nuera del artista, que cederán al Museo como donación para suplir así el vacío existente.
35 grandes lienzos, 4 pequeños estudios y un cut-out suman un total de 40 obras que sintetizan la trayectoria del artista, desde sus primeros trabajos a finales de los años 50 hasta cuadros más recientes de 2018. Es un recorrido que evidencia la vida fecunda del pintor, que ha sabido conjugar con acierto la capacidad de innovación con la fidelidad a su estilo figurativo.
La muestra, programada para 2020, tuvo que posponerse por razones de salud pública, con toda la complejidad que conlleva esta demora. Además, ha sido laborioso adaptar los grandes formatos al espacio museístico, pero Guillermo Solana, comisario de la exposición, se siente orgulloso del trabajo realizado. La puesta en escena de la muestra ha contado con el apoyo del propio pintor, que ha supervisado, junto con su hijo Vincent y su nuera Vivien, todo el montaje. “Es algo inusual e inimaginable, ha sido como tener hilo directo con Dios”, comenta Solana.
En ocasiones parece que los astros se alinean en una conjunción perfecta; esto es lo que le ha ocurrido a Alex Katz, ya que, a la vez, el Museo Guggenheim de Nueva York está ultimando los preparativos para otra gran retrospectiva del pintor que tendrá lugar el próximo otoño. Este acontecimiento ha propiciado sinergias verdaderamente interesantes entre museos: 12 cuadros del Thyssen viajarán a Nueva York para estar presentes en la muestra. Esta es una feliz coincidencia que pone de manifiesto la vigencia del pintor en los circuitos del arte y la cultura del siglo XXI.
Claves para entender su pintura
Los comienzos de Alex Katz fueron duros: no contaba con el reconocimiento de la crítica, que lo consideraba un artista superficial. Estamos hablando de finales de los años 50 del siglo XX; era la época en que el arte abstracto norteamericano estaba de moda, Nueva York se había posicionado como la nueva capital del arte y proponía los gustos estéticos del momento. Nos referimos a unos gustos que Katz dejó de lado; él supo nadar a contracorriente y se planteó cómo hacer una pintura figurativa postabstracta que a la vez fuera actual.
Uno de los hallazgos claves fue el formato grande extraído de los mass media –fotografía, cine e incluso el aspecto invasivo y urbanita de las vallas publicitarias–. Pero el gusto por el formato grande viene avalado también por el auge de la pintura abstracta norteamericana. Pintores como De Kooning, Pollock o Kline fueron realmente inspiradores, no en la gestualidad que proponía la Action Painting, pero sí en la sobredimensión que adquirieron sus lienzos. En ellos se podía habitar el espacio de la pintura en vez de contemplarlo. Esas mismas grandes dimensiones también las encontramos en el Guernica de Picasso, que en ese momento se encontraba en Nueva York.
En el año 1977, Alex recibió uno de esos encargos que solo llegan una vez en la vida: realizar un gran mural en Times Square. Este mural –Nine Women– se hizo con 23 primeros planos de mujeres distribuidos en un panel de 25 metros de ancho por 6 metros de altura. Fue una experiencia enriquecedora e inolvidable para Katz, gracias a la que descubrió, como él mismo dijo, que su “pintura era más potente que cualquiera de las vallas publicitarias que la rodeaban”
Los retratos
En el imaginario del artista subyace la fascinación por el ser humano, y qué mejor manera de abordarlo que a través del retrato. A lo largo de siete largas décadas son muchos los retratados, y esto supone un campo enorme de experimentación y hallazgos novedosos. Fue en el año 1958 cuando conoció a su segunda esposa (Ada), que se convirtió en su musa y a la que retrato en más de mil ocasiones. En este mismo año fue también cuando comenzó a utilizar los fondos monocromáticos y planos tan característicos de su pintura. En ellos la figura se separa del fondo y se enmarca en un espacio desnudo, sin luces, ni objetos, ni referencias espaciales.
Poco después, Alex se interesó por la estética sobredimensionada y decidió llevar la pintura figurativa al lienzo grande; a medida que aumentaba el tamaño del soporte debía crecer también el rostro. Este fue el comienzo de los “retratos de gran formato”. En ellos, el personaje aparece en un primer plano muy rotundo, con rasgos fragmentados donde las partes que se muestran se potencian (un ojo, la boca, un perfil o incluso una pose). En cuadros como The Red Smile y Red Coat podemos apreciar estas características además de sus originales encuadres sorpresivos.
Ya hemos comentado que sus retratos no tienen nada que ver con una trasnochada figuración. El formato grande, los colores planos, la simplificación del dibujo y la ausencia de espacio son las características del personalísimo estilo del pintor, al que, en ocasiones, como podemos apreciar en Black and Brown Blouse, le gusta resaltar un plano geométrico o crear asimetrías de clara inspiración picassiana.
En el sentir de la gente, la pintura de Alex recuerda la estética del Pop Art. Él nunca perteneció a este movimiento, aunque sí fue uno de sus precursores. A partir del año1959 se planteó ir más allá de la representación individual en favor del retrato múltiple: se trataba de presentar diferentes ángulos de la misma persona en un solo cuadro, como se aprecia en el retrato de Vivien. Hablamos de un despliegue simultáneo de imágenes diferenciadas que establecen un movimiento virtual en un instante congelado.
Tanto en los trabajos seriados como en el impacto que provocan las imágenes icónicas encontramos similitudes con la pintura de Andy Warhol. Sin embargo, los mitos de Warhol son muy populares porque provienen del cine y los medios de comunicación, mientras que Katz pinta su entorno cotidiano, sus entrañables amigos –poetas, músicos, marchantes de arte, etc.– y su propia familia –su esposa Ada, su hijo Vicent o su nuera y nueva musa Vivien–.
Otra manera de transcender el retrato individual fueron los retratos de grupo. En The Cocktail Party el artista recoge una animada fiesta en su loft neoyorquino. Aquí ya no vemos fondos planos, ahora disfrutamos de la vista nocturna de la ciudad; los personajes interaccionan (bebiendo y fumando) en animada conversación, y la abigarrada composición se resuelve a base de una superposición de planos y volúmenes. Para Alex, esta escena termina siendo muy estática; desde este momento sus esfuerzos se centrarán en dotar de dinamismo y movimiento las escenas.
Los problemas de composición y el deseo rupturista de presentar imágenes estáticas en busca de movimiento son asuntos resueltos en la pintura de flores: estas invaden todo el lienzo con gran libertad, rompiendo el orden establecido en los retratos de grupo (que marcaban una línea divisoria entre las figuras, abajo, y el vacío, arriba). Las flores no son entendidas como un bodegón o naturaleza muerta: son recreadas en una multiplicidad de facetas y en una superposición de formas.
En 1986, el Whitney Museum de Nueva York realizó una retrospectiva del pintor que propició el deseo de cambio que necesitaba. Es la apuesta por el paisaje narrativo de gran formato –en la doble modalidad de nocturnos y bosques–. Los paisajes consiguen tener ese efecto envolvente que se logra cuando los cuadros miden entre 4 y 6 metros de ancho. Interesante es también el diálogo abierto con los pintores abstractos como Pollock, la admiración que sintió por los campos de color envolventes de Barnett Newman o el poder hipnótico del color que suscitaban los cuadros de Mark Rothko. En estos paisajes también cobran protagonismo el espacio tridimensional y la luz. “La luz –dice Katz– es algo que coge las ideas, es el elemento esencial de la pintura junto con el tiempo. Los cuadros deben tener los máximos contenidos de luz y tiempo”.
Ponemos fin a este itinerario por la obra de un pintor cuyos retratos se asoman a la superficie del personaje sin ahondar en el complejo mundo de las emociones. Katz ha sabido encontrar como nadie la belleza escondida en la vida neoyorquina y cool de sus contemporáneos.