Obras de Kandinsky en torno a la rampa del Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York / Foto: David Heald © Solomon R. Guggenheim Foundation, 2021
En la rampa helicoidal ascendente que configura el impresionante vacío central del Museo Guggenheim de Nueva York se escucha desde hace unos meses una sinfonía de sonidos cromáticos. El lenguaje pictórico de Vasily Kandinsky se ha expandido por sus salas con una exposición que reúne casi cien obras del artista y que se podrá visitar hasta el próximo 5 de septiembre.
Pese al tiempo transcurrido, el edificio de la Quinta Avenida –diseñado por Frank Lloyd Wright e inaugurado en 1959– todavía aguanta el paso de los años. Realmente es difícil encontrar un espacio tan acorde como este para exponer a Kandinsky. Sus pinturas, que tiempo atrás fueron vanguardistas, aún nos siguen emocionando y ayudando a comprender nuestro mundo.
¿Quién era Kandinsky?
Kandinsky albergaba en su interior un mundo lleno de fantasía. Un mundo de aventuras encantadas y leyendas medievales que provenía de los cuentos rusos y alemanes que le contaba su tía de pequeño. Su amor a Moscú, donde nació en 1866, y su gran pasión por la música forjaron en él un espíritu libre y lírico. Su exquisita sensibilidad, cultivada en sus escapadas por los pueblos campesinos de Rusia, le reportó un extraordinario dominio de los colores y las formas. Cuando contemplaba esas escenas populares, memorizaba las impresiones cromáticas: eran para él como impactos de color que le dejaban absorto.
De ahí que sus pinturas posean una gran belleza cromática. Quería “atraer con gran fuerza al espectador”; dejarle deambular boquiabierto por las distintas emociones expresadas en el lienzo, aunque a propósito siempre ocultara su contenido más profundo. Kandinsky no solo era sinestésico, y unía colores a sonidos musicales, sino que asociaba a los colores distintos estados de ánimo. Estaba convencido –y se lo decía a su amigo compositor Schoenberg– de que la pintura podía “desarrollar la misma energía que la música” teniendo en cuenta la influencia psicológica de los colores en el espectador: “El alma es un piano con muchas cuerdas. El artista es la mano que, mediante una tecla determinada, hace vibrar el alma humana”.
Su deseo de profundizar en el arte le llevó a dejar sus estudios de Derecho y trasladarse a Múnich. Fue ahí, durante esa primera estancia en Alemania (1896-1917), dedicado ya de lleno a la pintura, cuando Kandinsky alumbró en 1910 lo que sería el arte abstracto. Un descubrimiento que producirá en su obra un alejamiento progresivo del objeto real, y que revolucionará el mundo artístico. La independencia y exuberancia del color en sus pinturas irá difuminando progresivamente los paisajes, figuras y casas, creando una atmósfera imprecisa de colores y formas.
Su polifacética personalidad incluye también la enseñanza, que impartirá tras su regreso a Moscú (1917-1922); y más tarde junto a Paul Klee en la academia de la Bauhaus de Weimar y Dessau (1922-1933). En las clases conseguirá trasmitir a muchos jóvenes sus ideas. Aunque gran parte de ellas ya las había puesto por escrito en su conocido libro De lo espiritual en el arte, publicado en 1911. Algunos pensaron que solo era una teoría de los colores, o un conjunto de instrucciones sobre cómo pintar, cuando más bien –como explicaba él mismo– lo que pretendía era “despertar la capacidad de captar lo espiritual en las cosas materiales y abstractas”. Por eso remarcaba: “Yo no he pretendido apelar a la razón y al cerebro”, entre otras cosas porque las asociaciones que hacía de colores y formas provenían en gran medida de supuestos místicos y simbolistas.
Pese a todo, con el tiempo, su pintura se fue haciendo más geométrica, con elementos aislados y colores más fríos. Sin duda, por el influjo técnico-funcional de la Bauhaus, pero también por el de la vanguardia rusa, aunque él se distanciaba de ella por su originalidad y su gesto expresivo. La repercusión de sus escritos fue enorme, sobre todo la del primer libro, pero también el segundo: Punto y línea sobre el plano, publicado en 1926, sirvió para reforzar sus ideas. Su propuesta teórica influyó en otros artistas, como Kupka, Malevitch o Mondrian, quienes plasmaron, cada uno con su estilo, concepciones similares.
Para Kandinsky, el círculo era la forma perfecta: ¡un símbolo cósmico! Y en último término, un elemento romántico lleno de fuerza interior que, junto al ángulo, las curvas y las rectas, formaba parte de su vocabulario geométrico, en una época en la que su obra se torna más intelectual y menos dramática.
Sin embargo, la exposición neoyorquina comienza por las pinturas de su última etapa parisina (1933-1944), y continúa hacia arriba por la rampa del Guggenheim en orden cronológico inverso. Las pinturas realizadas en la capital francesa, a la que se trasladó Kandinsky tras el cierre de la Bauhaus, reflejan el influjo de las ciencias naturales y el movimiento surrealista. Algunas de ellas parecen sacadas del mundo microscópico o biomorfo y resuenan extraordinariamente con la obra de Miró. Poseen una riqueza formal impresionante, desplegada en sus lienzos como un universo de elementos flotantes: caballitos de mar, amebas, culebrillas…, pero también dameros, bandas, escaleras, rejillas, arpas, molinillos…, y círculos, muchos círculos.
¿Qué podemos aprender de Kandinsky?
Volver a contemplar las pinturas de Kandinsky es percibir de nuevo esos destellos luminosos de su creación artística. Y, ¿por qué no?, quizá puedan servirnos como luces que iluminen nuestras vidas, a veces más o menos escasas de creatividad. Cuando Kandinsky afirmaba: “Siento que la armonía de los colores y las formas son la alegría de este mundo”, tenía al mismo tiempo muy claro que la simple armonía cromática no era el objetivo último de su pintura. Él aspiraba a expresar la fuerza y el drama de la vida, con sus contrastes y contradicciones. Y por eso buscaba una armonía llena de contenido, fruto de una gran diversidad dimensional y formal, con elementos pictóricos autónomos de diferentes tonos e intensidades. Pero sin olvidar nunca los valores psicológicos que acompañan a los colores y su significación más profunda.
Como buen oriental, se valía de analogías y asociaciones para aumentar la riqueza simbólica de su vocabulario plástico. Si algo se puede aprender del arte de Kandinsky, es la importancia de expresar las emociones, que él logra mediante las formas y el color. Pero no emociones vacías, sino las que hacen vibrar el alma. Los diferentes sonidos de sus pinceladas animan a salir del gris monocorde, que sería algo parecido a expresarse sin variar el tono de voz, sin intensificar lo más importante. También sus pinceladas animan a renovar las formas, porque con el tiempo se gastan. En definitiva, a hacer de la existencia una sinfonía, como él hace con sus pinturas, en las que suenan violines, trompetas, platillos o contrabajos.
Sin embargo, contemplando en conjunto su obra pictórica, destaca sobre todo su talento para establecer unas nuevas premisas con las que transformar el propio arte. Kandinsky, influido por los idealistas, busca regenerar la pintura, recuperar la esencia oculta tras formalismos vacíos o apariencias externas. Y en ese proceso por encontrar un arte nuevo: espiritual y vibrante, con potencia de futuro y con capacidad para renovar aquella sociedad materialista y utópica, halla un nuevo lenguaje: abstracto y colorista. Sabe que va a navegar a contracorriente, porque la vanguardia rusa era poco amiga de lo romántico y lo trascendente. Pero es consciente de que el arte, como la vida, ha de evolucionar o acaba siendo un cadáver. Con ese fin logra que la abstracción se convierta en la expresión más adecuada para vivificar la sociedad de ese momento, aunque la motivación dominante y persistente en toda su obra siga siendo la expresión espiritual.
La exposición del Guggenheim Alrededor del círculo da en el centro neurálgico de la obra de Kandinsky: una trayectoria circular en busca de ese ideal. Ideal que intenta hacerse presente en todas sus pinturas en forma de una mágica frescura y espontaneidad. Sus cuadros parecen universos de ocurrencias, mares de intensos contrastes con tonos flotantes y vaporosos… No hay sensación de repetición. Todo parece fruto de un impulso momentáneo. Y, sin embargo, es el resultado de estudios minuciosos de los detalles, de un trabajo previo y esforzado. Como de tantos grandes artistas, hay mucho que aprender de su obra.
Antonio Puerta López-Cózar
Arquitecto