Fotografías: Archivo Fotográfico del Departamento de Prensa del Museo Reina Sofía
El Parque del Retiro de Madrid cuenta con dos edificios emblemáticos: el Palacio de Cristal y el Palacio de Velázquez. Ambos fueron construidos en la segunda mitad del siglo XIX, en un momento donde los límites entre arquitectura e ingeniería se confundían, se daba luz verde a los nuevos materiales de construcción –hierro, acero laminado, hormigón armado y vidrio– que resultaban muy atractivos y funcionales para grandes espacios diáfanos. Valga todo este preámbulo para entender que la exposición de Vivian Suter que ahora se exhibe en el Palacio Velázquez ha encontrado la horma de su zapato en este entorno.
“Me invitaron a venir –comenta Vivian– y ha sido una gran suerte poder exponer en este edificio rodeado de árboles y plantas: le va muy bien a mi obra. Yo trabajo en plena naturaleza”.
La muestra se inauguró en junio pasado y permanecerá abierta hasta el 2 de mayo próximo. Estamos hablando de casi un año de permanencia, algo impensable si no fuera por el esfuerzo realizado que ha supuesto reunir un total de 500 obras. Todo un regalo para la artista. “Es la mayor exposición que se ha hecho sobre mi obra”. La muestra tiene todas las connotaciones de una retrospectiva de su trayectoria: desde los años 80 en Basilea –con aquellas obras de colores fuertes que trabajaba, sin bastidor, sobre papeles que iba pegando y dando formas irregulares– hasta los trabajos más recientes realizados en la selva guatemalteca de Panajachel, donde Vivian ha encontrado un aliado inseparable en la naturaleza, queriendo que esta forme parte del proceso creativo. Se ha producido un flechazo, una mímesis con el entorno en una reinterpretación abstracta del paisaje.
Recuerdos de infancia
Vivian Suter nació en 1949 en Argentina. Su familia procedía de Centroeuropa, su padre era suizo y su madre austriaca, y se conocieron en Buenos Aires. Él tenía una fábrica de telas, la Estampería Belgrano, y ella trabajaba allí haciendo diseños. Es importante destacar que Elizabeth Wild –su madre– era pintora. Para Vivian, aquel enorme telar que tanto le gustaba era el lugar perfecto para jugar y esconderse entre los lienzos. Un entrañable recuerdo de infancia que ha querido trasladar ahora al Palacio de Velázquez, donde el visitante puede establecer esa dinámica de aparecer y desaparecer entre el laberinto de telas que se exhiben.
En 1962, cuando Vivian tenía 13 años, la familia decide regresar a Basilea. Allí es donde se formó como artista y donde comenzó a exponer. En 1971, la galería Stampa presenta su primera exposición individual; luego vendrán otras, y en los años 80 sus obras coloristas sobre papel. Pero el temperamento inquieto de Vivian se aburre en aquel ambiente urbanita de la ciudad suiza y decide emprender un viaje por América. Su primer destino fue Los Ángeles, después visitó México –con la fascinación que le produjeron sus ruinas– y finalmente llegó a la selva guatemalteca. Se estableció en Panajachel, junto al río Tatlian, en una antigua plantación de café: un lugar paradisíaco donde la naturaleza a veces es brava y no perdona. Es una zona de volcanes y de tormentas tropicales: basta recordar los daños causados por el huracán Stan en 2004 y el ciclón Agatha en 2010. “Fue un desastre –recuerda Vivian–. Yo estaba trabajando en una exposición, el estudio se inundó y mis pinturas se mancharon de barro. Fue terrible, pero después, cuando las vi ya secas, pensé: qué interesante esa marca de lodo, es parte de la obra, y comencé a cambiar mi forma de trabajar”.
Desde entonces decidió recoger en sus lienzos la huella que dejan los fenómenos naturales, y estos comenzaron a formar parte de sus creaciones. Vivian primero trabaja dentro del estudio, y cuando da por concluida esta tarea, saca los lienzos al exterior –con toda la radicalidad que conlleva este gesto– para que el viento, la lluvia, las hojas, el barro, los insectos dejen su impronta.
Vivian Suter es una mujer que te atrapa por su cercanía, por su presencia amable y la suavidad de sus palabras. Ella vive feliz en Panajachel: “Es mi paraíso”. Es un lugar alejado de los circuitos del arte donde trabaja en lo que de verdad le gusta: pintar. A pesar de ello, en su producción se aprecia el vínculo de unión de dos culturas: la occidental y la guatemalteca, ya que ambas forman parte de su vida. Esta soledad de la artista hace que su obra tenga un carácter muy exclusivo y que quizás pudiese quedar ignorada.
Pero en 2011 el director del Kunstmuseum Basel visitó a Vivian en su casa; quería recuperar el valor de la artista para la escena internacional. Desde entonces no ha parado de cosechar éxitos y ha expuesto en sitios tan prestigiosos como la Kunsthalle de Basilea, la Bienal de São Paulo, la Bienal de Taipei, el ICA de Boston o el Camden Art Centre de Londres. En 2021 recibió el premio Prix Meret Oppenheim y ahora ve reconocido su trabajo con esta gran retrospectiva en Madrid.
La instalación
El montaje artístico de la instalación ha sido pensado y planificado por la propia artista, que entre sus objetivos buscaba enfatizar la belleza del edificio. Al entrar, lo primero que nos viene a la cabeza es el recuerdo de aquella fábrica de telas de su niñez. Ella ha hecho habitable este espacio diáfano del Palacio de Velázquez: en la sala de la izquierda se encuentran los cuadros sobre papel, los que pintó en Basilea en los años 80, y en la sala de la derecha están las pinturas dedicadas a catástrofes naturales; pero la mayoría de sus obras están en la gran sala central.
Las obras se han colocado sin seguir ningún tipo de criterio –no hay orden cronológico, ni firmas, ni fechas–: su concepción del arte es tan libre que no necesita etiquetas. Sus telas se liberan de los marcos y las presenta deshilachadas, en algunas ocasiones rajadas y colgadas en estructuras de madera colocadas en diagonal –estableciendo una sucesión seriada, pero no repetitiva–. Esta colocación presenta una visión rítmica: algunas de las telas se dejan ver, otras solo se entrevén.
Otro de los soportes de su obra es la pared. En ella los lienzos se han colocado tan juntos que, a pesar de su individualidad, crean la sensación de un gran collage; es más, alguno de ellos se prolonga por el suelo a modo de un camino o alfombra.
Podemos afirmar que esta locura por el color ha conseguido “amueblar” de alegría y calidez la estancia. Cada tela es una obra de arte en sí misma, con personalidad propia, pero a su vez interactúa con el conjunto creando un concepto escultórico de color.
El espectador recorre el espacio por donde quiere, sin perjudicar en nada el contenido de la obra; es un paseo laberíntico donde esconderse y aparecer es parte del juego. Esta desestructuración es propia de la sencillez con la que Vivian presenta sus creaciones, sin pretensiones, como si estuviera en su estudio dialogando cara a cara con el espectador y le regalara una obra sin tiempo para enmarcar, dejando solo la impronta de su arte en su estado más puro, en la inmediatez de la cercanía.
Pasión por el color
El primer impacto visual que nos produce la obra de Vivian es la pasión por el color. Sus cuadros, aunque en ocasiones recogen fenómenos duros de la naturaleza, están llenos de vida, son amables, emocionan y te llegan al corazón. Y es que Vivian domina el color en todas sus gamas, en todos sus trazos y en todos sus ritmos. El color lo invade todo en una variedad cromática que se funde en combinaciones infinitas: desde los tonos pastel, pasando por los marrones, amarillos y naranjas (en lo que viene a ser una gama terráquea), a los rojos pasionales, los azules intensos, los verdes, los amarillos, los morados y también por qué no, el blanco y negro.
Sus telas se impregnan de sensaciones (fuertes, cálidas, amables, discretas, seductoras, elegantes) y de calidades táctiles que nos invitan a tocar la obra, como se observa en el lienzo de color berenjena aterciopelado en contraste con la textura de la tierra, los palos y las hojas. Pero no podemos olvidar que los trazos, texturas y colores tienen mucho que ver con una realidad cambiante transmutada por los caminos de la luz.
Vivian –como ella misma nos confiesa– está enamorada del paisaje tropical guatemalteco: “Nada de lo que he trabajado como artista tendría algún sentido sin este lugar, sin estos árboles, sin las hojas, sin mis perros que me siguen a donde voy…”
Es verdaderamente un regalo, un auténtico placer transitar por este telar de Vivian Suter.
Mercedes Sierra
@Sierra6Mercedes, @atreveteconelarte