El Museo del Prado exhibe en sus salas del edificio Jerónimos una muestra de arte iberoamericano: un “tornaviaje”, o viaje de regreso a España que enseña la producción de obras americanas que llegan a Europa a través de la Península Ibérica.
La muestra –hasta el 13 de febrero de 2022– pone de manifiesto el tráfico ininterrumpido de obras de arte de la época virreinal que llegaron a través de los puertos de Sevilla y Cádiz durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Dichas obras se extendieron por todo el territorio nacional asentándose en conventos, iglesias y colecciones particulares. Hablamos de un trasiego de objetos muy superior al de otros países –como Flandes o partes de Italia– que pertenecieron a la corona española y cuyas manifestaciones artísticas son más conocidas por el público general. En este sentido, la exposición viene a subsanar una carencia y dar visibilidad a este rico legado desconocido.
Los trabajos realizados por el comisario Rafael López Guzmán y los curadores Jaime Cuadriello y Pablo F. Amador han reunido un total de 107 obras repartidas por toda la geografía española. Algunas proceden de pueblos recónditos, y esta muestra las rescata del olvido. El objetivo prioritario del Museo ha sido visibilizar este arte fundamentalmente cotidiano; también podemos disfrutar de alguna obra consagrada procedente de museos, aunque estas son las menos.
La muestra nos traslada a la época de los virreinatos, nos permite reconstruir su relato histórico y descifrar el significado de las obras, su identidad en la memoria colectiva y el sentido estético de belleza que contienen, que ha sido cuestionado en algunas ocasiones por absurdos prejuicios de una mentalidad más europea.
El Museo del Prado, en esta ocasión, ha mimado la puesta en escena de la exposición: por ello ha restaurado 27 cuadros que ahora lucen con su belleza original. Todo ello forma parte de un empeño por contar bien la historia.
Geografía, conquista y sociedad
El recorrido expositivo comienza con una pintura que alude a una puerta de entrada –la de los productos que venían de América–: se trata del Puerto de Sevilla y es, además, simbólicamente puerta de entrada a la exposición.
El asentamiento en el Nuevo Mundo fue un proceso lento y costoso. No se puede obviar la conquista ni los elementos violentos y dramáticos que conlleva, pero es necesario tener en cuenta el contexto histórico de la época. Tras la conquista, y con el paso del tiempo, se produce una fusión y asimilación cultural. Los españoles llevan la religión católica al Nuevo Mundo y las enseñanzas del Evangelio aportan un legado cultural con elementos pacificadores y educativos. La riqueza de los productos de la tierra, el mestizaje y la convivencia entre población autóctona, colonos españoles y una reducida presencia de asiáticos, proporcionó la creación de una cultura híbrida con personalidad propia que aportó técnicas novedosas y lecturas simbólicas.
En las primeras salas se exhiben dos obras de la conquista. Por una parte, está el la magnífica representación del poderoso Moctezuma, un retrato de aparato que presenta al tlatoani de los mexicas lleno de dignidad. La otra obra que hace referencia a la conquista es el Biombo de estrado, una pieza capital del arte virreinal fechada a mediados del XVII y realizada en óleo y pan de oro. En una cara muestra varias escenas de la conquista de Tenochtitlán y por el reverso, una magnífica vista aérea de la ciudad de México.
El desenlace de la conquista se produjo el 13 de agosto de 1521 con la rendición de Cuauhtémoc –sucesor de Moctezuma–. Se inicia, de este modo, el Virreinato de la Nueva España, un largo periodo de dominio español que durará unos 300 años y que conlleva el fin del Imperio azteca. Además de la conquista, la exposición reflexiona sobre dos elementos urbanísticos especialmente relevantes en la concepción de la ciudad.
La plaza pública: fue un lugar de encuentro y comunicación. En ella convivían todas las clases sociales -virreyes, obispos, jueces, artesanos y los trabajadores de la tierra. En este sentido, podemos destacar la importancia que tuvo como espacio de unión e integración social.
Los claustros de los conventos: no solo fueron lugares de culto religioso, sino que también se emplearon como centros de enseñanza y educación en los que, además, se desarrollaba la medicina y donde los monjes cultivaban productos de la tierra. Todo esto fomentó el desarrollo de una riqueza que formó parte del tornaviaje. El tomate, la patata, el maíz, el cacao o el tabaco llegaron a España desde América; del mismo modo llegaron los tintes naturales como el palo de Campeche que los conquistadores regalaron a Felipe II. De él se obtenía un negro muy intenso llamado “ala de cuervo” que se adhería muy bien a la ropa. Este tinte de lujo junto con la cochinilla, de la que se obtenía el color rojo, fueron determinantes para conseguir el dominio de la moda española en toda Europa. Fue muy célebre “vestir a la española”.
La atención que la exposición dedica a los retratos muestra que fueron un excelente testimonio de identidad de los americanos. Fue también una manera de dar a conocer en España lo que ocurría al otro lado del Atlántico. Hay retratos de políticos, de eclesiásticos, de nobles y grupos familiares. Uno de los más significativos es el de Los tres mulatos de Esmeraldas, realizado por el indígena Andrés Sánchez Galque. Es un óleo sobre lienzo que mandó pintar el oidor de Quito para enviar a Felipe III en 1599. Representa el momento de pacificación tras el enfrentamiento. En él vemos al cacique Francisco de Arobe y a sus hijos entrando a la catedral de Quito tras su conversión. Los personajes van vestidos a la española, aunque las argollas de oro en los labios y adornos en la nariz son propios de los indígenas, así como las lanzas que portan constituyen un referente africano.
Imágenes y cultos de ida y vuelta
La religiosidad procedente de la evangelización tiene una destacada presencia en la exposición. En este trasiego de ida y vuelta encontramos devociones marianas como la Virgen de Guadalupe, patrona de México y emperatriz de las Américas. Paralelamente, en Extremadura, tenemos el Monasterio de Guadalupe, cuya devoción es anterior al descubrimiento del Nuevo Mundo. Además de esta, encontramos la Virgen de Copacabana –venerada en los Andes y, ahora, también en Sevilla– y la Virgen de Valvanera –patrona de La Rioja–, representada en un magnífico cuadro con la técnica americana del enconchado.
La devoción a la peruana santa Rosa de Lima fue popularizada por Murillo. Este creó una iconografía propia de la santa que se extendió por el Nuevo Mundo a través de estampas. Novedosa fue la representación de La Trinidad Isomórfica: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En este lienzo, el Espíritu Santo se presenta en figura humana, no como paloma. Esta iconografía fue prohibida por el Concilio de Trento y, sin embargo, en América resultaba muy apropiada para explicar el misterio trinitario. Por último, nos encontramos a Jesús de Nazaret de la caída, también conocido como el “Divino Indiano”.
Las travesías del arte
Las bodegas de los galeones procedentes de América venían cargadas de objetos cotidianos, arcas, escritorios, muebles lacados, textiles, joyas, ajuares de iglesias (custodias, cálices, sagrarios, patenas). Eran objetos muy valiosos con diferentes destinos; podían llegar a catedrales, santuarios, iglesias rurales, residencias nobiliarias y familias de clase media. En estos viajes del arte no podemos olvidar el papel protagonista que jugaron los indianos. Estos regresaban a España enriquecidos y haciendo gala del estatus y bienestar adquirido.
Digno de mención por su calidad artística es el Cristo de Zacatecas, una escultura de más de dos metros de altura perteneciente a la iglesia de Santiago en Montilla. Es una de las primeras tallas procesionales realizadas en el Nuevo Mundo, tiene un estilo barroco con esencia española, pero realizado con fibras vegetales de caña de maíz y encolados.
Los objetos realizados en plata fueron considerados de lujo. La plata extraída de las minas de Potosí se utilizó en diferentes formatos. En la exposición destacan piezas como la magnifica Custodia de la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, un cuadro de La Inmaculada enmarcado en plata o la gran cruz procesional tinerfeña.
Impronta indiana
El argumento expositivo de esta sección quiere que no perdamos de vista la idea de fusión. Es importante tener en cuenta la pervivencia del pasado prehispánico, lo que fue propio del periodo virreinal y los modos de recepción de las obras que llegaban a la Penísula. En este sentido, es muy ilustrativa la cita de fray Matías Escobar con respecto al arte local: “A un mismo tiempo lucía la española traza vestida del ropaje indiano”.
La traza española: son obras que pueden pasar por españolas o europeas, pero cuando se profundiza en ellas se aprecian materias y técnicas americanas. El ropaje indiano alude a técnicas variadas empleadas por los artistas novohispanos. Entre ellas destacan los enconchados originarios de Asia o los trabajos en plumaria –técnica prehispánica–, como se puede apreciar en la mitra que se expone. Para finalizar, mencionamos dos obras muy llamativas: la Virgen de las Angustias y su cocodrilo, y La Cruz procesional cubana.
Podemos concluir que El Prado, como dice su director, Miguel Falomir, sin América queda cojo.
Mercedes Sierra
@Sierra6Mercedes, @atreveteconelarte
Fotografías: Museo del Prado
Un comentario
Muchísimas gracias. Impresionante.