The Economist, el más internacional de los semanarios hechos en Gran Bretaña y uno de los más influyentes del mundo, estrena director. El elegido es Bill Emmott, 36 años, especialista en Japón y hasta ahora redactor-jefe de economía. En lo que respecta a la edad, se mantiene la tradición: también los tres directores precedentes tenían menos de cuarenta años cuando accedieron al puesto.
«No somos una revista británica, sino una revista con sede en Gran Bretaña; nuestra influencia se ejerce probablemente más en Washington, Praga o Moscú que en Londres», explica Emmott en declaraciones recogidas por Le Monde. Afirmación avalada por las cifras de venta: de los 510.000 ejemplares difundidos, 284.000 se venden en América del Norte y 209.000 en Europa, de los cuales sólo 97.800 en Gran Bretaña. El nuevo director se declara fiel a los principios defendidos por la revista desde hace 150 años: «el librecambismo, el liberalismo y la defensa de las libertades personales y políticas».
Optaban al puesto doce candidatos de los que quedaron dos finalistas. Éstos fueron escuchados por los tres miembros del consejo de directores, que debían elegir entre los dos candidatos: Bill Emmott y Nicholas Colchester, director adjunto hasta ahora. Además ambos pusieron por escrito -en una sola hoja- su visión del estado actual de la revista y sus proyectos de cambio. Los 55 periodistas de The Economist pudieron también manifestar su opinión por correo confidencial.
El director, una vez elegido, queda como amo y señor de la revista. Los que le eligen no pueden apartarle de su puesto. De este modo disfruta de una independencia casi total. Sólo debe rendir cuentas ante cuatro expertos o trustees, que no ocupan funciones ni tienen intereses financieros en el grupo.
La mitad del capital de The Economist pertenece al grupo Pearson, con intereses también en el Financial Times. El resto son accionistas sin una participación que les conceda la mayoría. La crisis económica no parece afectar al semanario: 11,38 millones de libras fueron los beneficios brutos en 1992, y la difusión del semanario ha crecido un 150% en el último decenio.
Es norma de la revista que los artículos aparezcan sin firma. La idea es mantener la continuidad del mensaje de la revista, y afirmar a la vez su independencia. A pesar de la falta de notoriedad, trabajar en The Economist es algo ambicionado por muchos periodistas: no sólo están muy bien pagados, sino que también es un paso importante para la futura carrera profesional.