Cómo Internet nos está cambiando

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El auspicioso futuro con que se presenta el libro electrónico en la actual Feria de Francfort coincide con la irrupción de algunas de las voces más críticas hacia el tipo de conocimiento promovido por la cultura de Internet. Un comentado artículo en la prensa norteamericana que se pregunta “¿Está Google volviéndonos estúpidos?” y un reciente libro de Lee Siegel cuestionan una era que pretende escribirse con fantasmagóricas letras de plasma.

Un artículo de Nicholas Carr (“Is Google Making Us Stupid?”) publicado hace un par de meses en Atlantic Monthly (cfr. Aceprensa 1-07-2008) se pregunta si la lectura on-line ha modificado la forma tradicional de abordar los textos. El nuevo tipo de lectura se caracteriza ahora por una rápida sucesión de ojeadas a titulares llamativos y a resúmenes cortos, en el orden fragmentario y disperso de una maraña de hipervínculos. Este hecho se presenta ya como una mutación de los mecanismos mentales y físicos adaptados durante siglos para la lectura.

El avezado lector que es Carr, antiguo editor ejecutivo de la Harvard Business Review, se basa sobre todo en una intuición salida de su propia experiencia: “No pienso del modo que solía hacerlo antes. Esto me resulta más evidente cuando leo. Sumergirme en un libro o en un largo artículo me resultaba generalmente fácil. Mi mente podía mantenerse poseída por la narración o por los giros del argumento y pasar horas recorriendo vastas extensiones de prosa. Pero éste ya no es el caso”.

Los síntomas del nuevo mal están descritos de forma casi clínica: “Ahora mi concentración comienza a dispersarse después de dos o tres páginas. Me inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar cosas que hacer. Siento que mi cerebro va a la deriva, que tengo que arrastrarlo para que vuelva al texto. La lectura profunda que solía fluir con naturalidad se ha convertido en un combate”.

Falla la lectura profunda

Otros testimonios, como el del ganador del premio Pulitzer Leonard Pitts (comentando el artículo referido en su columna del Miami Herald) o el del patólogo Bruce Friedman, quien, acostumbrado a publicar un blog sobre temas médicos, dice no poder enfrentase ya a un texto del calibre de Guerra y Paz, validan esta apreciación de Carr. Pero ¿qué valoración debe hacerse de un cambio que el propio Carr no sabe calificar?

Se comprende que Carr haya titulado su escrito con una pregunta. Intenta, en sus razones, evitar las sombras apocalípticas que surgieron ante otras transformaciones importantes en la historia del ingenio humano: así, por ejemplo, recuerda el pesimismo de Sócrates, en el diálogo platónico Fedro, cuando ante la aparición de la escritura preveía que el conocimiento dejaría de ser una auténtica posesión del hombre y pasaría a serle algo externo y, por lo tanto, sin vida.

Podéis ser escépticos acerca de mi propio escepticismo. Quizá los que desprecian a los críticos de Internet como luditas o nostálgicos demostrarán tener razón, y a partir de nuestras mentes hiperactivas, pertrechadas de datos, florecerá una edad dorada de descubrimientos intelectuales y de sabiduría universal”, concede el artículo de Carr, publicado después de todo en una de las revistas preferidas del progresismo norteamericano.

Lo cierto, para él, es que “en los tranquilos espacios despejados por la lectura sostenida y sin distracciones de un libro, o por cualquier otro acto de contemplación, podemos hacer nuestras propias asociaciones, trazar nuestras propias inferencias y analogías, adoptar nuestras propias ideas. El leer en profundidad es indistinguible del pensar en profundidad” -dice, apoyándose en las conclusiones de la psicóloga Maryanne Wolf, de la Tufts University, autora de una Historia y ciencia del cerebro lector-.

¿Mera cuestión de soporte?

La postura optimista parece prevalecer en los exámenes del informe PISA que la OCDE diseña para evaluar en lectura, matemáticas y ciencias a estudiantes de quince años en más de cincuenta países: en su próxima edición, estas pruebas tomarán en cuenta las habilidades para la lectura electrónica. Estados Unidos, que ha decidido no participar de la experiencia con el argumento de no sobrecargar a sus estudiantes, ha recibido la crítica de quienes reconocen a aquellas destrezas una importancia no menor que la de analizar un poema o una novela. “No se trata de excluir los libros -señala Donna Alvermann, profesora de Educación Lingüística y Literaria de la Universidad de Georgia-, pero éstos constituyen tan sólo una manera de relacionarse con la información en el mundo de hoy”.

No todos, sin embargo, reducen el problema a una mera cuestión de formas y presentaciones. Así, por ejemplo, el ganador del Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos en 2002, Lee Siegel, reputado como uno de los más inconformistas diseccionadores de la cultura actual, ha lanzado un libro titulado en español El mundo a través de una pantalla (1), menos explícito que el original Against the Machine. Siegel usa la palabra máquina en su sentido más literal, refiriéndose al ordenador con el que nos conectamos a la red como encarnación de las más sofisticadas formas de control.

Parodia también con su título la ambigüedad de un discurso que, en nombre del derecho a “acceder” y a “elegir”, brinda en realidad el más descerebrado colaboracionismo al sistema del que pretende desmarcarse. “El lenguaje de hacer dinero se ha identificado con el de la creatividad iconoclasta”, dice el autor, que en el revolucionario fashion-victim encomiado por David Brooks (el BoBo, o bourgeois bohemian, “burgués bohemio”) ve la representación más acabada del reblandecimiento de ideas propio del antiheroísmo posmoderno.

Aunque en su argumentación procura siempre tener en cuenta las razones que pueden oponérsele y colgarle el sambenito de inmovilista, en el agorero panorama pintado por Siegel hay, como en el caso de Carr, algo de O tempora, o mores!. El propio crítico admite que se acerca a la caricatura cuando retrata al usuario de la red y a sus hábitos como una especie de hikikomori, ese nuevo ejemplar de joven japonés que, para evadirse de la vorágine social, se reconcentra hasta el borde del autismo en la seguridad uterina de los videojuegos (cfr. Aceprensa 14-4-04). No es casual que Siegel haga una evocación de la Metrópolis de Fritz Lang para proyectar la imagen de ciberconectado mutismo en el que se va sumiendo la deshumanizada humanidad: “Internet -dice- es el primer entorno social al servicio de las necesidades del individuo aislado”.

El mundo a través de una pantalla

Describir un hábito por el abuso que se hace de él no parece ser la mejor forma de hacer honor a la justicia; sin embargo, una vez que como hábil ensayista Siegel va elaborando la trama de su exposición de modo quizá excesivamente misceláneo, pero con intención omnicomprensiva; una vez que lo que parece una descripción del mundo de Internet llevada hasta extremos delirantes se expresa con ejemplos vivos, de nuestro mismo día, y que nos resultan preocupantemente familiares, la caricatura se va convirtiendo en desfavorecedor retrato.

Lo fustigado por Siegel no es en modo alguno una simple tecnología: más bien, considera Internet como el epítome de la cultura de masas, un fenómeno que para Siegel no tiene ya tanto que ver con cosmovisiones, sino que se reduce a una estrategia comercial de dimensiones globales.. De hecho, El mundo a través de una pantalla vale la pena como guía de forasteros de los cibernegocios, por el repaso que hace Siegel de las “filosofías” (léase enfoques de marketing) que subyacen tras los más novedosos conceptos (léase productos) del universo on-line: desde el ya lejano Whole Earth Catalog (WELL) de Stewart Brand, hasta los campantes e-Bay, MySpace, Wikipedia, YouTube, Facebook, etc. Sin olvidar el lobby puramente doctrinario: Alvin Toffler y su teoría de la “Tercera Ola”, y La clave del éxito de Malcolm Gladwell.

Lo que descubre Siegel detrás de todo este discurso es la jibarización economicista: la ingeniería de sistemas sirve, en realidad, a los sistemas económicos, cuya “racionalidad”, expresada en la correspondiente jerga, valida y da sentido a todas las acciones humanas, incluyendo el ocio. Así, Internet no sólo crea la utopía de un mundo puesto al alcance de un clic y contenido en nuestra pantalla como las ciudades en miniatura que se encierran en bolas de cristal; sino que nos lo presenta esencialmente como un bien económico, viable o no en cuanto tal. Por eso, por ejemplo, la pornografía en la red cobra la apariencia de algo perfectamente ajustado a la racionalidad comercial propia del sistema.

Lo importante es dejarse ver

Esta “transvaloración”, que el crítico estadounidense denuncia sirviéndose del término acuñado por Nietzsche, tiene su expresión más acabada, según expone, en el concepto de “prosumidor” (neologismo que integra las palabras productor y consumidor), puesto en circulación hace algunas décadas por Toffler. El impulso que el boom de los blogs y de páginas como YouTube ha dado a la exposición indiscriminada de cualquier bien anteriormente circunscrito a la esfera de la vida privada, constituye para Siegel verdadera piedra de escándalo.

Lo que le subleva es la puerilidad de una cultura en la que se pretende que todo el monte es orégano, y en la que el derecho a pretenderlo se promueve como la conquista suprema. La cultura de la imagen ha despojado a la fama de su contenido ético y la ha vuelto estética, simplemente: lo importante es “salir”, dejarse ver. Porque el “prosumidor”, que consume los bienes de internet para exhibir su producto, sale resuelto, a falta de otro mejor, a ponerse a sí mismo en el escaparate virtual con la ilusión de que alguien lo descubra, esto es, lo compre. Cuál sea el valor de lo que tiene para ofrecer importa poco: el todo es que caiga en gracia; que logre desarrollar una personalidad viral, capaz de contagiarse violentamente a los demás (bella metáfora de la mercadotecnia virtual a partir de la pandemia del sida).

Actualizándolo con los ejemplos mencionados y con otros como el célebre reality-show de la televisión norteamericana American Idol (correlativo de nuestra Operación Triunfo, y versiones a su zaga), Siegel recoge el planteamiento hecho hace ya unos cuantos años por Christopher Lasch en La cultura del narcisismo. Al antiguo “todo vale” del relativismo tibio le ha sucedido un desvergonzado y audaz “todos valemos”, que ha encontrado en las páginas interactivas de la red algo así como el cambalache del tango, donde “todo es igual / nada es peor / lo mismo un burro / que un gran profesor”.

Resentimiento contra la autoridad

Desde luego, no es nuevo el tango: aunque Siegel intenta trazar una línea divisoria entre el tiempo de las vanguardias históricas y nuestra época (y así, por ejemplo, distingue entre cultura para las masas y cultura hecha por las masas), sus argumentos recuerdan voces que hace tiempo resuenan entre nosotros.

Entre ellas la de Ortega y Gasset, cuya célebre Rebelión de las masas caracterizaba ya al esnob: “siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga –sine nobilitate-, snob”.

Descripción que se parece mucho a la que hace Siegel sobre las personas que “acaban repitiendo simplemente su derecho a ser lo que les gusta ser, una declaración incesante del yo que, a menudo, adquiere el estilo de burla o rabia dirigida contra las elites privilegiadas, las cuales son percibidas como un obstáculo en la tendencia mayoritaria”. El norteamericano, que reconoce un “resentimiento contra la autoridad” detrás de estas infantiles ansias de reclamar cuotas gratuitas de figuración, coincide en tal nomenclatura con otro crítico como Harold Bloom, reivindicador del canon literario.

No deja de ser preocupante que la visión de un crítico de la cultura actual coincida en tan gran medida con la que tenía un lúcido vigía como Ortega ante la perspectiva de los monstruosos engendros político-sociales que iban llevando al siglo XX por los derroteros que ahora sabemos. El colmo para Siegel es que nuestra época quiera gestarlos en nombre de la democracia: “¿Qué problema hay en que los privilegiados o las elites aprendan una habilidad o manifiesten una excelencia innata en un arte y además puedan vivir de ello? Es una poderosa manera para que la gente desfavorecida pueda saltar por encima de las barreras sociales. La democracia es lo que hace que tales transformaciones sean posibles”.

En cambio, lo que Siegel califica de “igualitarismo antidemocrático” es un recurso alienante para “permitir que la reivindicación más firme arrincone el talento más concienzudo”. El mundo a través de una pantalla viene a ser también una advertencia contra las maneras de abonar las modalidades posmodernas y descafeinadas del totalitarismo: “Paradójicamente, en su intento de ser iconoclastas y atacar a los grandes medios, los blogueros están favoreciendo a las fuerzas políticas y financieras que quieren tan sólo que los medios críticos y analíticos desaparezcan”.

Información vs. conocimiento

Con la difusión de nuevos soportes electrónicos para la lectura (como el Kindle de Amazon y el lector de Sony), que según una encuesta entre profesionales del negocio podrán superar al libro de papel en un lapso de diez años, las nuevas generaciones pertenecerán ya a una tradición textual caracterizada no por la fijeza, sino por la movilidad, la interacción con la imagen y el consumo instantáneo.

La era de las letras que aparecen y desaparecen es también la de la información, cuya dinámica impone no sólo los ritmos, sino los fines del leer y el horizonte de expectativas del lector. Se trata, pues, de una lectura que no está hecha para dejar poso, sino más bien para dejar paso: a otra que la desactualiza y que de inmediato será desactualizada por la siguiente.

Por esto Siegel distingue entre la transmisión del conocimiento y la de la mera información: “Uno desea tener conocimientos por sí mismo, no por querer saber lo mismo que los demás o porque quiera transmitirlo a otras personas. El conocimiento garantiza la independencia. En cambio, cuando nos informamos pensamos igual que todos los demás que están absorbiendo la misma información”.

Si las habilidades del lector de la era digital complementan a las del lector tradicional o las sustituyen, es algo que se sigue discutiendo. No son pocos los que sostienen que el correo electrónico y los blogs han recuperado para el texto un interés que le había arrebatado la televisión. Aunque Siegel se pregunta si todo lo que puede inventarse debe en efecto ser inventado, habrá que concluir con él mismo que “la tecnología es neutral y sin valía, no es inherentemente buena ni mala. Son los valores los que provocan que la tecnología sean una ayuda o un obstáculo para la vida humana”. Cómo se orienten las cosas dependerá de los criterios que se defiendan y de los objetivos que se quieran conseguir.

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NOTAS

(1) Lee Siegel, El mundo a través de una pantalla, Urano. Barcelona (2008). 188 págs. 15 . T.o.: Against the Machine. Traducción: Montserrat Vendrell Aragonés.

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