Ignacio Aréchaga, director de Aceprensa durante tres décadas largas, falleció el pasado 30 de junio a los 77 años de edad.
Has sido pieza fundamental hasta el último momento. Al jubilarte de la dirección, escribiste aún más que antes, libre de las tareas diarias de preparación, puntualidad y pulcritud de los originales. No paraste hasta que no pudiste más.
Gracias por tanta dedicación de años a un trabajo que comenzamos juntos, pero tú llevaste pronto todo el peso de la tarea, con una entrega silenciosa que solo se hacía clamorosa cuando se plasmaba en el papel. Muchos solo te conocen por esas páginas, ciertamente numerosas. Admiran tu capacidad de observación, tu interés por descubrir lo esencial de cada tema, la sobriedad de la expresión que compara enfoques distintos y sugiere los más atinados, la amabilidad de la crítica cuando es necesaria, el reconocimiento del trabajo ajeno bien hecho.
Pero esas facetas de tu personalidad resplandecían también en el trato personal, aunque no eras hombre de muchas palabras. Estabas tan entregado a las responsabilidades diarias que no parecían costarte. Tampoco cuando ibas siempre por delante en excursiones por las sierras del Guadarrama, abriendo camino con el mapa…
Quienes han estado a tus órdenes en la Redacción de Aceprensa han tenido en ti un maestro de periodistas. Al novel le señalabas el tema y le facilitabas las referencias indispensables, junto con pistas valiosas para enfocar el trabajo. Tenías verdadera agudeza para captar la relevancia de un asunto en el contexto de la actualidad, detectar los aspectos significativos y hallar un enfoque original. No te guardabas información: generosamente transmitías lo que habías descubierto.
Periodismo cultural
Hoy debo mirar atrás, desde aquellos lejanos tiempos en la Facultad de Económicas de Barcelona, con tu empeño por sacar adelante la interesante revista Diagonal, editada por el Colegio Mayor Monterols. Desde allí marchaste a Pamplona, para acogerte en lo que sería avant la lettre un máster de un año, que terminaba con una reválida oficial y el título de periodista.
Coincidimos poco después en Madrid. No habíamos pensado aún en la aventura de periodismo cultural en la que nos embarcaríamos al unísono al final de los sesenta. Echábamos de menos un medio de comunicación distinto, que informara con la profundidad de un trabajo académico, pero con estilo periodístico, sobre las principales tendencias de un mundo en transformación. Veíamos la necesidad de una documentación viva, pegada a la actualidad, que diera respuesta rápida y con rigor a las abundantes incertidumbres intelectuales de la época.
Los “contrapuntos” de Ignacio Aréchaga son auténtica expresión de su personalidad y su estilo
Ese fue el contexto de la transformación de Aceprensa –un título más amigable que el oficial: Agencia Central de Prensa–, una agencia de colaboraciones inscrita en el registro de empresas del ministerio de información y turismo. Conocía al propietario, Francisco Salazar, impresor y editor de publicaciones especializadas, que se arriesgó a entrar en el campo estrictamente informativo tras la promulgación de la nueva ley de prensa. Pero no tuvo éxito, y decidió suspender esta actividad pocos meses después, porque no daba beneficios: no calculó que había ya demasiados reportajes sobre deportes y personajes populares.
El déficit estaba en la cultura. Bastó mi nombramiento como director y de Ignacio Aréchaga como subdirector para convertirla en un medio con una orientación muy distinta, que abordaría los temas culturales y sociales candentes, dirigida a lectores con inquietudes. Desde el primer día, además de escribir, buscamos colaboradores idóneos, capaces de aunar lo científico y lo periodístico, para descubrir y difundir claves interpretativas, siempre con tono positivo, alejado de las hispanas lamentaciones estériles.
Contrapuntos
Pronto, los contrapuntos de Ignacio –auténtica expresión de su personalidad y de su estilo– se convirtieron en un emblema del espíritu abierto y dialogante que intentábamos proyectar en Aceprensa, también cuando era preciso entrar a fondo con visión crítica: aportar ideas y hechos, a veces acumulativos o contradictorios en sí, sin prejuzgar apenas conclusiones: mejor que el lector calibrase los diversos enfoques, formase su criterio y decidiera con libertad.
Nos parecía el mejor modo de contrarrestar algunos climas propios del tardofranquismo, así como la naciente amenaza de intolerancias, fundamentalismos y nuevas inquisiciones, que se reflejaban ya en los albores de lo políticamente correcto –hoy impuesto–, nacido en los campus universitariosde Estados Unidos.
Poco a poco, fue creciendo la difusión de Aceprensa, también fuera de España, junto con los colaboradores de otros países, que aportaban una valiosa documentación internacional. No había llegado aún la globalización económica, pero veíamos la necesidad de enfocar el trabajo con cierta perspectiva mundial, que iba a facilitar la implantación de la informática en las empresas informativas.
Nos planteamos la posibilidad de trabajar para todo el mundo desde Roma. Y para allá se fue Ignacio en 1986, ya como director. Ese proyecto nos llevó a constituir formalmente una entidad mercantil que, en realidad, era una sociedad de redactores. Ignacio fue vicepresidente del consejo. En Roma se alquiló una oficina, en la que trabajó también eficazmente Fernando Monge. Pero siguió en Madrid otra parte de la redacción -con Rafael de los Ríos a la cabeza- y los servicios administrativos.
A pesar de su completa dedicación, la experiencia no cuajó, en gran medida porque allí se tenía información religiosa de primera mano –que comenzaba ya a llegar al día a todo el mundo–, pero no era en la misma medida un foro de creación intelectual y cultural. De hecho, en mis frecuentes viajes, charlé mucho con Ignacio y, aunque no perdía su buen ánimo, fuimos viendo que no valía la pena su permanencia allí. Con la mayor facilidad para las comunicaciones, bastaba tener alguien que actuara como corresponsal, como había hecho en su día, de modo informal, Rafael Gómez Pérez. Esta idea se confirmaría cuando se extendió el uso de internet. Ignacio estuvo desde septiembre de 1986 a 1990: regresó a Madrid con la misma sencillez con la que se había trasladado. Y recomenzó el impulso cotidiano de la tarea como si hubiera estado siempre aquí. En cierto modo y en circunstancias históricas tan distintas, era como el “decíamos ayer” de Fray Luis de León…: una estabilidad de ánimo que, a quien no conociera a Ignacio, podría parecer impavidez, porque no afloraba la inmensidad de su gran corazón.
Servir a los lectores
Desde entonces, Ignacio pilotó con buen criterio las sucesivas iniciativas para incorporar los avances técnicos: suya fue la idea de reunir los artículos en una base de datos documental que se distribuyó durante varios años en CD-ROM y luego pasó a la web. Sobre todo, trabajó para consolidar un equipo de redactores y colaboradores, con un estilo propio, riguroso y periodístico, y una perspectiva fundamental: servir a los lectores, no al lucimiento del escritor. Ese enfoque permitió superar momentos difíciles, porque, como es sabido, en las crisis económicas los primeros en caer son los gastos culturales. Gracias a él –sin personalismo–, Aceprensa sigue aportando mucho en tiempos de hipercomunicación: la abundancia de las informaciones hace más necesarios aún los criterios propios bien fundados.
En memoria suya, elaboraremos una antología de textos de Ignacio, desde los primeros contrapuntos hasta las señales de su último Sónar. En cierto modo, su trayectoria intelectual y su estilo se reflejan ya en la selección emblemática que preparó él mismo para los cincuenta años de Aceprensa. Por fortuna, sus artículos y reseñas se pueden localizar fácilmente en el archivo digital desde 1993, tiempo más que suficiente…
Ignacio se nos ha ido como vivió: con la sencillez de quien batalla en primera línea con la aparente tranquilidad de la retaguardia. Nos deja sus agudos análisis, modelo para un no pequeño número de personas que se formaron en la Redacción de Aceprensa y hoy trabajan en tantos lugares dentro y fuera de España.
Ante la noticia de la muerte de Ignacio Aréchaga, estoy seguro de que reaccionarán también con gratitud. Has hecho mucho bien en la vida. Te has ganado un cielo muy grande. Muchas gracias, Ignacio.
17 Comentarios
Siempre lo leí con interés y con gusto, por la pertienencia de los temas que tocaba, por su sensatez y elegancia en el uso del lenguaje. Sin duda descansa en paz, ojalá la labor que inició dure muchos años y siga informando con tanta precisión.
me inspiraba confianza ver su firma a la hora de acometer la lectura de un artículo: me la ganó sucesiva y progresivamente. Lamento su pérdida, descanse en paz.