Ramón Salaverría. Foto: Daniel Fernández
En el siglo XXI, los europeos solo hemos visto una guerra armada en pantalla. Y ahora resulta que las armas más sofisticadas para atacar las democracias también pueden llegarnos en formato audiovisual: la desinformación y la propaganda. La buena noticia es que hay formas de defenderse. Hablamos de ello con Ramón Salaverría, catedrático en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra e investigador principal de Iberifier, un observatorio dedicado a combatir la desinformación, financiado por la Comisión Europea.
— Iberifier aglutina a 23 organizaciones españolas y portuguesas. ¿Qué añade este proyecto a la labor que ya hacía cada una de ellas?
— Se trata de poner en común el trabajo de universidades, organizaciones de verificación y agencias de noticias. Iberifier, además de facilitar el apoyo mutuo, nos da acceso a financiación. Esto permite aunar la labor periodística con investigación de alto nivel, en áreas como la comunicación en redes digitales y la computación.
— ¿De dónde surge este interés de las autoridades europeas?
— Es cada vez más clara la actividad de potencias extranjeras que pretenden manipular a la opinión pública, como vimos con el Brexit. No quiero decir que el Brexit fuera consecuencia de la desinformación. Lo que sí está comprobado es que se inocularon ciertos mensajes sesgados a la ciudadanía, y el resultado final del referéndum se alineó con esos mensajes. Esto despertó la preocupación de la Comisión Europea y de los Estados miembros.
— Usted compareció en el Senado para hablar de estos temas.
— España no está a la vanguardia de la preocupación por la desinformación, pero ha empezado a preocuparse. Así surgió la iniciativa de una ponencia en la Comisión de Seguridad Nacional, con la intención de afrontar el problema.
— En esa intervención, usted explicó que no le convence el concepto “fake news”.
— A mis alumnos de Periodismo les digo que es más importante que te entiendan en Huesca que en Wisconsin. Usar en España la expresión fake news, dicha en inglés, es absurdo. Además, es un señuelo que tiende a descargar la culpa en los periodistas, librando a otros actores sociales de su enorme responsabilidad en el problema.
Hablar de “fake news” descarga la culpa de la desinformación en los periodistas y libra de responsabilidades a otros actores sociales
Políticos y redes sociales
— ¿Quiénes son los responsables de la desinformación?
— En primer lugar, los ciudadanos percibimos como principales responsables a los partidos políticos, dentro y fuera del gobierno. Los políticos no son ajenos al fenómeno de la desinformación. España es, de hecho, el país donde los políticos son percibidos como mayores causantes de la desinformación, según la última edición del Digital News Report, que abarca 46 países en los cinco continentes. También están las injerencias internacionales, motivadas por intereses geoestratégicos. El último lugar es el de los estafadores, que difunden contenidos falsos para lucrarse, pero no son el actor más significativo. Los ciudadanos de a pie también podemos crear bulos con más o menos alcance, pero el fenómeno que estudiamos va más allá.
— ¿Cómo se puede discernir el origen de una campaña de desinformación?
— Hay una gestión estratégica: campañas de comunicación diseñadas que exceden la capacidad de individuos aislados. Se distinguen porque, a menudo, la diseminación de sus mensajes engañosos se apoya en perfiles falsos o bots, que actúan como altavoces masivos. Hablamos de estructuras lindantes con el crimen y que, con frecuencia, están relacionadas con ideologías populistas.
— ¿Podría poner un ejemplo?
— La criminalización de los inmigrantes. La inmigración es un claro vector de contenido desinformativo. Por ejemplo, cuando se atribuye a personas inmigrantes la comisión de supuestos delitos que, en realidad, son fabricaciones o tergiversaciones interesadas. Esa criminalización responde a una estrategia política. No cabe duda de que la polarización política y la tendencia al populismo de cualquier signo son caldo de cultivo para la desinformación.
— ¿Cuál es el papel de las redes sociales?
— Las plataformas digitales, tanto los buscadores como las redes sociales, no son causantes de la desinformación, pero no están haciendo todo lo que podrían para evitarla. Si lo hicieran, estarían echando piedras sobre su propio tejado, porque las plataformas digitales no tienen como objetivo informar, sino que la gente consuma adictivamente sus contenidos y los comparta. Esa es la gran diferencia con los medios periodísticos: el periodismo se basa en la veracidad y la credibilidad. Por el contrario, a las plataformas digitales a menudo les resulta más rentable el contenido desinformativo que la información real, pues genera más participación. ¿Por qué? Porque los contenidos desinformativos atraen más y generan más interacción. Con el clima de enfrentamiento y división que anida en muchas redes, las plataformas se están lucrando, mientras crecen los populismos y la polarización política.
Las plataformas digitales no tienen como objetivo informar, sino que la gente consuma adictivamente sus contenidos y los comparta
Posverdad
— En este caso, no se trata de bots, sino de personas reales que interactúan con esos contenidos. ¿Se ha investigado sobre esa inclinación hacia lo falso?
— Esto está asociado con el fenómeno de la posverdad. Nos persuaden más las emociones que las razones. Tendemos a considerar cierto aquello que conecta con nuestra sensibilidad o con nuestros marcos mentales. Pero hay algo aún más preocupante: muchas personas no tienen inconveniente en compartir información falsa a sabiendas, en tanto en cuanto favorezca sus posiciones personales. Esto tiene un componente moral que mucha gente está perdiendo.
— ¿Hay alguna forma de frenar esa tendencia?
— Se trata de ir un paso más allá de la alfabetización digital, que ya podemos dar por completada. Es lo que llamamos alfabetización mediática: desarrollar el criterio y la responsabilidad ante el consumo de información, en contraposición al uso acrítico e incluso adictivo. La batalla contra la desinformación está ligada a un comportamiento responsable, y esto afecta a toda la población.
— Una tarea ambiciosa, en una sociedad que relaciona el término “verdad” con fanatismo.
— Desde hace tiempo nuestra sociedad está inmersa en un relativismo según el cual todo es opinable o relativo. Digamos que hay distintos niveles de verdad. La verdad periodística no es categórica, sino aproximativa; se basa en unos hechos y se apoya en la honestidad, la transparencia y la rendición de cuentas.
Información y criterio propio
— ¿Tienen alguna iniciativa en marcha para alfabetizar a los españoles en el consumo de información?
— Tenemos la vocación de actuar en positivo, y eso pasa por desarrollar el criterio de la ciudadanía. Los adolescentes son un público prioritario, para el que estamos trabajando en un módulo educativo, orientado a promover la responsabilidad informativa en el marco de los valores cívicos. Lamentablemente, no hemos logrado despertar un gran interés por parte de la Administración, y su apoyo es decisivo. Esta área del proyecto la van a liderar desde Portugal. Allí, los colegios e institutos están desarrollando una actividad apoyada por las autoridades públicas y encomendada a profesionales del periodismo.
— ¿Los periodistas, entonces, somos parte del problema o de la solución?
— Por su capacitación, podría parecer que los profesionales de la comunicación no necesitan ser alfabetizados. Sin embargo, cada vez resulta más difícil, por ejemplo, comprobar si una fotografía o un vídeo han sido manipulados. Afortunadamente, la inteligencia artificial permite crear sistemas de detección de contenidos potencialmente desinformativos antes de que entren en circulación como “noticias”, evitando que lleguen a producir perjuicios en la sociedad. En cuanto a las plataformas de verificación de información, el proyecto también se propone favorecer su consolidación no solo empresarial sino profesional, aportando el desarrollo de estándares que mejoren la calidad de su trabajo.
— ¿Qué tiene que pasar para que usted diga: ¡lo hemos conseguido!? ¿De qué depende el “éxito” de Iberifier?
— Pienso que los objetivos se habrán cumplido en la medida en que, gracias a esta colaboración, podamos entender las dimensiones del fenómeno: en qué manera la desinformación está afectando a la ciudadanía y a la democracia. Por mi parte, debo decir que si este proyecto consiguiera desterrar el término fake news me daría por satisfecho.