En un artículo publicado en Spiked (9-09-2013), Frank Furedi argumenta que atribuir una fobia fuera del contexto médico es una estrategia para presentar como irracionales las ideas de los demás. Paradójicamente, el que recurre a esta táctica acaba demostrando un temor a exponer las suyas en un debate racional.
Como ocurre con cualquier diagnóstico médico, atribuir una fobia a una persona supone hacer una declaración sobre su estado de salud mental. Por eso afirma Furedi que “calificar a alguien de ‘homófobo’ o ‘islamófobo’ no implica tanto un juicio sobre el contenido de sus palabras como un veredicto sobre sus capacidades mentales”.
Este tipo de epítetos en contextos que no tienen nada que ver con la medicina no solo pretenden descalificar automáticamente a una persona: también aspiran a implantar un sistema de creencias con el que interpretar la realidad. En efecto, todo el mundo entiende que las opiniones o los sentimientos que han provocado semejante diagnóstico son “malos”.
Se produce así una confusa mezcla de categorías morales y médicas que entorpece el intercambio maduro de ideas. No es posible tener un auténtico debate –dice Furedi– cuando a uno de los interlocutores le han atribuido una fobia por defender determinadas ideas. “El recurso a la fobia exonera a la gente de la difícil tarea de defender sus opiniones a través del debate. (…) El diagnosticado será visto como un irracional o un enfermo al que se puede ignorar tranquilamente; sus opiniones pueden ser consideradas como síntomas de un trastorno mental, que no hay por qué tomar en serio”.
A Furedi esta estrategia le recuerda el modus operandi vigente en la Rusia de Stalin, donde algunos disidentes eran recluidos en psiquiátricos. “Por supuesto, en Occidente hoy no se encierra a los diagnosticados con una fobia. Pero no dudamos en estigmatizarles e imponerles diversas formas de inhabilitación cultural y social. ¿Cuánto falta para que empecemos a exigirles que participen en terapias para controlar sus miedos?”.
Para Furedi, los discursos que apelan con tanta facilidad a las fobias esconden una premisa deshumanizadora que frustra cualquier posibilidad de entendimiento: “El rechazo sistemático a tomarse en serio las capacidades mentales de los discrepantes es la apoteosis de la estrechez de mente. Cuando la gente se niega a someter sus razonamientos al escrutinio público, con la excusa de que quienes le llevan la contraria se mueven por el ‘odio’ o por una ‘fobia’, entonces difícilmente pueden clarificarse los asuntos en discusión y la verdad permanece oculta. Acabamos así metidos de lleno en la debatefobia”.