En su libro Homo Deus. Breve historia del mañana, recién publicado, el historiador israelí Yuval Noah Harari reflexiona sobre el profundo impacto que la tecnología ha tenido en el cambio de la condición humana y apunta a las posibilidades que puede alcanzar en el futuro.
A pesar del título, el libro no es breve (496 páginas en su versión impresa), pero sí demasiado ambicioso y simplificador en gran parte. Dedica mucho espacio a narrar numerosos casos, aportando solamente aquello que refuerza la conclusión a la que quiere llegar.
Harari no es un autor minoritario ni sus opiniones ignoradas por la élite. Su primer libro, Sapiens, alcanzó éxito después de que lo recomendaran Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, y Barack Obama. Su nuevo libro parece que responde a un deseo de aprovechar la ola de popularidad que alcanzó el primero y, por ello, la acumulación de “pruebas” a veces es una improvisación poco contrastada. Por ejemplo, se afirma que más personas leen libros electrónicos que impresos en EE.UU. Es falso: según una encuesta del Pew Research Center, actualmente el 65 % de los estadounidenses afirman que leen libros impresos frente al 28 % que leen libros digitales.
El dataísmo quiere conectar a todas las personas a cada vez más cosas y entre sí, incluidos a los herejes que no quieren ser conectados
El libro refleja el estupor del hombre contemporáneo ante el poder de la tecnología, el “big data” (datos masivos) y los algoritmos. Según Harari, el humanismo ha demostrado que “Dios es producto de la imaginación humana”. Y el dataísmo –la nueva religión– ha respondido: “Sí, Dios es producto de la imaginación humana, pero la imaginación humana es a su vez producto de algoritmos bioquímicos”. Es la alianza entre la biología y la tecnología, el posthumanismo más radical.
El término dataísmo no lo ha inventado Harari. Parece ser que el columnista del New York Times David Brooks lo creó en 2013, y existe un libro con ese nombre, Data-ism, de Steve Lohr, otro comentarista del mismo medio.
El humanismo mató a Dios y el dataísmo acabará por considerar obsoleto al hombre cuando el Internet de las Cosas conecte todos los organismos y objetos, se extienda por todo el universo y sea como Dios: estará en todas partes y lo controlará todo, y los humanos estamos destinados a fusionarnos en él. El homo sapiens sólo habrá sido la herramienta para crear este Matrix, el precursor de una especie nueva: el homo deus.
Una asimetría preocupante
Lo más valioso del libro es el capítulo final, en el que desgrana los peligros de la nueva religión de los datos y el algoritmo, el dataísmo. El principio fundamental del dataísmo es la defensa del flujo de datos y la defensa a ultranza de la libertad de la información: atención, porque no es la libertad del ser humano para recibir y comunicar información sino un derecho de los datos, que deben ser liberados.
Sin embargo, las grandes corporaciones que están lucrándose de los datos de los usuarios –fundamentalmente Google y Facebook– mantienen en secreto sus algoritmos, algo que debería hacer reflexionar sobre la legitimidad de esa asimetría.
Advierte que el dataísmo es especialmente peligroso porque se está propagando por todas las ramas del saber y está adquiriendo el rango de único saber científico. No le falta razón, ya que en campos como el humanístico o el de las ciencias sociales se desprecia de manera sistemática todo lo que suene a especulación o reflexión teórica, las cuales han sido desterradas por los organismos privados o públicos que evalúan la investigación académica.
Harari cree que es necesario un examen crítico del dogma dataísta que, como toda religión, tiene mandamientos: 1) Un dataísta debe maximizar el flujo de datos conectándose cada vez con más medios y produciendo y consumiendo cada vez más información; y 2) Conectar todo el sistema, incluidos los herejes que no quieran ser conectados.
El sueño de la inmortalidad
Llegados a este punto, muchos lectores pueden pensar que Harari está exagerando la importancia de ese movimiento, pero hay algunas personas prominentes y con acceso a recursos ingentes que piensan que los datos masivos, por ejemplo, les van a librar de la muerte.
En el planeta Google, Ray Kurzweil, director de ingeniería de la compañía, y Bill Maris, creen en la posibilidad de alcanzar la inmortalidad mediante los datos. En 2013 Google creó una empresa, Calico, para “resolver” el problema de la muerte; y Google Ventures, fondo de inversión de Google presidido por Maris, invierte 720 millones de dólares, un tercio largo de su capital en empresas de biotecnología.
La libertad que defiende el dataísmo no es la del ser humano para recibir y comunicar información sino un derecho de los datos, que deben ser liberados
Peter Thiel, inversor americano de origen alemán, uno de los fundadores de PayPal y el primer inversor en Facebook tras Zuckerberg, es otra de las personas que aspira a vivir para siempre. Zuckerberg lo considera su mentor y Thiel forma parte del consejo de Facebook. Tiene su vista puesta en un futuro del que piensa “forzar el cambio” gracias a Internet, ya que cree que “la libertad y la democracia no son compatibles” y que la extensión del Estado del bienestar y el voto femenino han hecho desaparecer toda esperanza de que pueda haber una democracia capitalista. Que se entienda bien: él quiere más capitalismo y menos democracia. Para él, la esperanza es la tecnología, que pueda acabar con la muerte y proporcionar espacios de libertad, sea viviendo en los océanos o en el espacio exterior.
Thiel está de plena actualidad porque ha sido nombrado por Donald Trump miembro del equipo de transición entre la presidencia de Obama y la suya. Thiel es dueño de una empresa que se dedica al tratamiento de datos masivos, Palantir. En las últimas fechas, Palantir ha perdido tres clientes importantes: Coca-Cola, American Express y Nasdaq. El coste de sus servicios puede superar el millón de dólares al mes y, por lo visto, esas empresas consideraron que no era rentable el precio del servicio.
¿Construyendo Matrix o Babel?
Harari afirma en su libro que Facebook puede no sólo predecir el resultado de una votación sino inclinar la balanza, algo que indican varios experimentos en 2010 y 2012. En las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, en que se acusa a Facebook de propiciar la victoria de Donald Trump, Zuckerberg ha negado que la red social tenga tanta influencia; pero los medios han recordado al fundador de Facebook que eso no era lo que decía con anterioridad.
Varios medios de comunicación acusan a la plataforma de no filtrar los bulos e incrementar el efecto burbuja, de manera que los seguidores de Trump recibían un gran número de falsas noticias que circulaban entre los usuarios sin que Facebook hiciera nada por verificar su contenido. Tanto Google como Facebook han anunciado que impedirán en el futuro que los sitios de noticias falsas reciban ingresos publicitarios.
¿Serán capaces? Hace meses los cambios en Facebook consistieron en eliminar todos los editores humanos de noticias y dejar al algoritmo a cargo de la selección, lo cual disparó la publicación de noticias falsas. Recientemente los mismos algoritmos llevaron a que se censurara, por ejemplo, de manera automática, la conocida fotografía de la guerra de Vietnam que muestra a una niña desnuda corriendo y llorando tras un bombardeo con napalm.
Quizá los millonarios de Silicon Valley querrían crear un Matrix pero les está saliendo más bien una Babel. Como comentaba Zeynep Tufekci, ya que han creado un problema de tal magnitud, deberían preocuparse de solucionarlo antes de intentar colonizar Marte.
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Montse Doval Avendaño es periodista y profesora en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo.