La reciente concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes ha descubierto al mundo una paciente labor que por más de treinta años se ha constituido en un eficaz instrumento para la inclusión social de miles de jóvenes y niños en Venezuela. Su artífice, José Antonio Abreu, no sólo ha logrado llevar adelante una generosa empresa de utilidad pública, sino un producto artístico de extraordinaria calidad. Ahora, su iniciativa cobra la importancia de un modelo que otros países pueden imitar y, aún más, de toda una disciplina dentro de los géneros de la cooperación internacional.
Si un eslogan para promocionar el turismo decía hace algunos años que Venezuela era «el secreto mejor guardado del Caribe», este país ocultaba, hasta ahora, uno mayor: sus músicos. Ya Alexander von Humboldt, de visita en Caracas a comienzos del siglo XIX, se maravilló de encontrar allí -en unas tierras a las que viajaba con el interés del naturalista- una pequeña orquesta, en buena parte formada por «pardos» (como se llamaba en la sociedad colonial a los negros manumisos), que interpretaba y componía piezas al estilo de Haydn, de Mozart, de Pergolesi y de otras figuras que entonces signaban el gusto musical de Europa. Esta que Alejo Carpentier calificaba como una de las experiencias más excepcionales de la música americana -en un territorio más bien periférico, que no era ni siquiera sede virreinal- era la obra de un hombre que combinaba el cultivo del espíritu con la acción: el sacerdote Pedro Palacios y Sojo, tío abuelo de Simón Bolívar y fundador en Venezuela de la Orden del Oratorio de San Felipe Neri.
Doscientos años más tarde, otro hombre de condiciones semejantes, José Antonio Abreu, se ha valido de la música para enfrentar el drama de la pobreza en Venezuela. Según estudio publicado por su Instituto Nacional de Estadística, sobre un total de casi 27 millones de habitantes, hay 10,2 millones de pobres, de los cuales 3,3 millones se encuentran en pobreza extrema, esto es, sin poder cubrir el coste de la canasta alimentaria. Toda una paradoja para el sexto productor mundial de petróleo.
Excelencia en la interpretación
Abreu, que conoce muy bien la realidad de su país (además de una dilatada carrera como músico y director de orquesta tiene un doctorado en Economía Petrolera, y en la década de los setenta fue diputado y ministro de cultura), comenzó en 1975 un experimento que integra hoy a 170 orquestas en las que participan unos 265.000 jóvenes y niños, muchos de los cuales proceden de zonas rurales o de los cinturones de miseria que rodean Caracas y otras ciudades venezolanas, tan semejantes a las favelas del vecino Brasil y del resto de Latinoamérica.
El Sistema de Orquestas, sin embargo, no está concebido como una casa-cuna musical: la excelencia en la interpretación ha sido el sello característico de la empresa, y los resultados saltan, más bien que a la vista, al oído. Un caso representativo es el de Edicson Ruiz, el contrabajista que a sus diecisiete años pasó de una barriada pobre de Caracas a ser el músico más joven de la Filarmónica de Berlín. Pero la marca Abreu brilla sobre todo en el mundo al compás de la batuta de Gustavo Dudamel, el veinteañero director de orquesta del que ha dicho The New Yorker: «Los críticos saludan al fenómeno venezolano como uno de los más talentosos directores jóvenes del mundo». Dudamel, que ha ganado el prestigioso Anillo de Beethoven, que ha actuado en los principales escenarios mundiales y que fue escogido para dirigir en la celebración de los ochenta años de Benedicto XVI, ha recibido, además, el nombramiento de director musical de la Filarmónica de Los Ángeles.
Una experiencia de alcance internacional
La obra de Abreu, para la que el aporte privado venezolano ha resultado decisivo, comenzó su internacionalización gracias al apoyo de entidades como la Corporación Andina de Fomento (CAF), por la que se creó el Sistema Andino de Orquestas Juveniles. La concesión del Príncipe de Asturias extiende las miras de la empresa al ámbito iberoamericano, y como ha dicho el maestro en entrevista para El Universal, implica «el compromiso de acrecentar e intensificar nuestra labor de acercamiento con el resto de los países de América Latina y el Caribe, España y Portugal».
En efecto, el crecimiento que a lo largo de los años se ha conseguido mediante diversos convenios y programas de cooperación bilateral apunta ahora a la creación de Iberorquesta, un proyecto que, en palabras de Abreu, comprende la «formación de maestros con el apoyo de los organismos iberoamericanos; un programa de construcción y adquisición de instrumentos para atender las necesidades de esas matrículas, y, luego un proyecto de formación de maestros de coros para abrir el desarrollo coral e incorporar un mayor número de niños». Con la paciente perseverancia con que ha acometido siempre su trabajo, el ya casi octogenario músico advierte: «Que se cree un movimiento sinfónico coral en cada país va a ser una tarea de mediano plazo».