Comunicación y cultura de la vida
La mayoría del público no lee las revistas científicas; pero eso no significa que no le influyan. Las informaciones y la ideología que difunden alcanzan un amplio eco a través de los medios de comunicación generales. Así lo pone de manifiesto el Dr. Gonzalo Herranz, catedrático de Medicina, director del Departamento de Bioética de la Universidad de Navarra, en el siguiente análisis de las publicaciones biomédicas más importantes del mundo. El texto -del que ofrecemos unos extractos- procede de la ponencia del autor en el reciente simposio sobre «Comunicación y cultura de la vida», organizado en Roma por la Facultad de Comunicación Social Institucional, del Ateneo Pontificio de la Santa Cruz (1).
La parte culturalmente más significativa, la verdaderamente formadora de opinión pública, de las novedades biomédicas que se difunden a través de los medios ordinarios de comunicación se origina en las páginas de unas pocas publicaciones que, por decirlo así, actúan a modo de dominante agencia mundial de noticias sobre las ciencias de la vida y de la salud. Para acceder a esas noticias, es suficiente examinar cada semana media docena de revistas biomédicas. Yo las llamo las «seis grandes». Son: Nature, Science, The New England Journal of Medicine (NEJM), The Lancet, The Journal of the American Medical Association, The British Medical Journal.
Credo cientifista
La influencia de esas revistas no se basa tanto en los datos y perspectivas estrictamente científicos que publican, sino en la filosofía y el proyecto que las inspira. Aunque las seis grandes presentan entre sí diferencias marcadas de estructura y estilo, coinciden, sin embargo, en su propósito de crear un clima social favorable a la ciencia.
En general, la influencia de estas publicaciones no se ejerce primaria y directamente sobre el pueblo llano. Sus objetivos consisten en informar a los universitarios y educadores, a políticos y financieros, a los artífices de la opinión pública y del desarrollo social, de asuntos como la programación de la política científica, las prioridades de la investigación y el desarrollo tecnológico, las políticas de población y sanidad, las directrices ecológicas, las aplicaciones y usos de la biotecnología, la planificación de la economía sanitaria. Y, por encima de todo y dando forma a todo el conjunto, definen y difunden el proyecto universal de dar a la humanidad entera un credo científico, una visión cientifista del hombre y de la sociedad humana como fundamento de una forma de vida satisfactoria.
Esta alfabetización y esa catequesis del cientifismo es practicada por esas seis revistas suavemente, en un riego gota a gota, lento pero de gran eficacia. De mil modos diversos, el mensaje de las seis grandes llega, primero, a las elites científicas, políticas y económicas, y después, por el intermedio de agencias y medios, alcanza capilarmente a todas partes, a la gente corriente. En fin de cuentas, la prensa escrita, la radio y la televisión nos dicen de mil modos distintos que la ciencia nos ayudará a vivir muy bien en este mundo, que nos dará la explicación de todo, que la salvación está en la ciencia.
Ciencia y opinión
Las seis grandes son revistas que publican materiales muy diversos. Es un hecho digno de mención que, en este tiempo de especialismo, las seis grandes subsisten y florecen precisamente por ser revistas generales: abarcan todas las ciencias naturales, o abarcan toda la medicina. Pero el contenido de sus artículos puede distribuirse en dos géneros bien caracterizados: el género científico y el género opinante.
El primero está representado por artículos de investigación o revisión, sólo accesibles a los preparados en la materia. El segundo está formado por materiales accesibles a todos, que tratan justamente de evaluar y de poner en perspectiva los artículos de la otra sección, para divulgarlos, dándoles forma de noticia o de comentario, sopesando su significado para el futuro de la empresa científica, o aprovechando la oportunidad para chismorrear sobre personas o instituciones del ramo. A veces, simplemente para divertir. Con muchísima frecuencia, para adoctrinar.
Las seis grandes gozan, en cuanto revistas científicas, de prestigio muy alto. Los artículos que publican están en la línea de avance de la investigación y del pensamiento científico. Poseen un índice de impacto muy elevado, lo que significa que son muy leídas y que los artículos que publican son muy frecuentemente citados. Publicar un artículo científico en una de las seis grandes es el secreto ideal al que aspiran muchos investigadores y médicos, pues es privilegio alcanzado por pocos y considerado universalmente como una marca de distinción en el curriculum vitae.
El número de suscriptores de cada una de las seis grandes supera largamente los doscientos mil. Todas ellas aparecen no sólo en edición de papel: sus textos electrónicos, más o menos completos, aparecen con exacta puntualidad en Internet.
Pero las seis grandes son, al mismo tiempo, poderosos órganos de opinión, instancias enormemente influyentes. No carece de fundamento pensar que su liderazgo en el campo de la ciencia se ejerce principalmente no por su función de vehículo muy prestigioso para la publicación de investigación de primera clase, sino a través de su función opinante.
Selección de artículos
Ejercen esa función de diversos modos. Lo hacen, para empezar, indirectamente, cuando seleccionan los artículos científicos que publican. Aunque aquí el criterio básico sea la calidad científica intrínseca de los artículos, no cabe duda de una cosa: cuando la oferta de artículos de excelente calidad es tan elevada, la selección se basa también en criterios de política editorial, de oportunidad «periodística».
El público tiene de la ciencia una visión idealizada. Piensa la gente que lo que dicen los libros y las revistas científicas es, si no la verdad absoluta, sí la descripción más objetiva del asunto tratado, tal como es conocido en el momento histórico en que el autor escribe. Y no sospecha que la realidad puede ser otra: que en la presentación y evaluación de la ciencia el autor influye mucho, porque está inevitablemente vinculado a un determinado modo de ver las cosas, cuando no limitado por conflictos de interés, más o menos importantes, de orden económico o ideológico.
Las revistas científicas suelen adoptar decisiones de política editorial. Puede una revista, por ejemplo, decidirse a tomar el liderazgo en un aspecto importante: por ejemplo, en el estudio y discusión del presente y en la programación del futuro de la economía de la atención sanitaria. Ello trae como consecuencia inmediata un cambio de criterios de selección de lo que publica: ya no es el mérito intrínseco de los artículos en sí mismos lo que decide su publicación, sino su congruencia con la línea de política editorial. Si eso lo hace una de las seis grandes, se opera una especie de cambio de prioridades. Lo que antes ocupaba un lugar periférico, ahora está en el foco visual de todos.
Es lo que, por ejemplo, hizo el NEJM durante el periodo en que Arnold Relman rigió su política editorial: la revista, que durante el periodo anterior, bajo Franz Ingelfinger, había asumido el liderazgo de la ética médica, se transmutó en la activadora de la crítica de la estructura económica de la medicina norteamericana y en la inductora del análisis económico de los servicios de salud. El NEJM siguió siendo una revista duramente científica, pero su sección de opinión cambió el campo de su interés principal: de la ética a la economía.
Desde la ciencia a la prensa
Los artículos de opinión son de contenido y forma muy variados. Suelen ser notas breves y llenas de brío. Algunas, como los editoriales, los comentarios y las cartas al editor son elementos clásicos para la opinión y el debate, que han sido tomados de la prensa general. Son el medio de expresar la libertad de pensamiento y palabra de editores y lectores. Pero hay también secciones de noticias, de comentarios breves y penetrantes.
Las noticias, editoriales y comentarios no interesan sólo a los que trabajan en hospitales y laboratorios de investigación; son justamente las que pueden pasar con facilidad suma a los medios generales de comunicación. Estas pocas publicaciones funcionan como lanzaderas que traspasan la información científica sobre la vida y la salud desde el mundo de la ciencia al mundo abierto de la información.
Las relaciones que se anudan entre publicaciones científicas y medios de comunicación son intensas, cordiales y, a la vez, complejas. Bastan para demostrarlo unos pocos datos. En una búsqueda en Bioethicsline del material bibliográfico sobre cuestiones de bioética, reunido entre 1973 y diciembre de 1997, he anotado el número de artículos sobre bioética que han publicado algunos periódicos estadounidenses. Los datos son estos: New York Times, 1.930; Washington Post, 653; Newsweek, 112; Wall Street Journal, 60. Conviene señalar que casi todos esos artículos son secundarios, es decir, son comentarios a noticias publicadas en la prensa científica.
Quienes hojean regularmente las seis grandes observan que en las páginas o suplementos de ciencia y salud de diarios y revistas, los periodistas recurren al fácil expediente de copiar casi literalmente los comentarios o noticias importados de aquellas. La sección «ABC de la Ciencia», del suplemento cultural de los viernes que publica el diario ABC de Madrid, se alimenta casi sin excepción de Nature.
La imagen de la ciencia en los medios
Las relaciones entre los editores de las revistas científicas y los periodistas que llevan las secciones de ciencia y salud de periódicos, radios o cadenas de televisión tienden a ser amistosas, colegiales, pues unos y otros se necesitan mutuamente. Están obligados a vivir en una relación en cierto modo simbiótica: comparten intereses, si no comunes, sí relativamente próximos.
Se puede imaginar que el movimiento de las noticias científicas vaya predominantemente, si no exclusivamente, de las revistas científicas hacia los medios. Pero conviene dejar bien claro que existe también un flujo al revés: no tan denso y abundante, pero igual de real y efectivo.
Desde los medios de comunicación y, a través de ellos, desde la misma opinión pública, llegan frecuentes mensajes a los científicos. En primer lugar, porque éstos son gente de la calle y se comportan como tales. Dicho entre paréntesis, les gusta a ellos, como a la gente de la calle, salir en los periódicos, hablar por la radio o aparecer en el telediario o en programas especiales de televisión. Además, la investigación científica, para recibir de la sociedad el mucho dinero que necesita, tiene que gozar de crédito, ante el público y ante los gobernantes, y depende en buena medida de los medios de opinión para alcanzarlo. No perjudica a los investigadores, todo lo contrario, a la hora de buscar dinero para sus investigaciones, ser bien conocidos, gozar de buena imagen, caer bien a los medios.
La divulgación influye en los científicos
Pero hay más. La misma comunidad científica es increíblemente sensible a la divulgación científica. En 1991, Phillips et al. publicaron en el NEJM (1991;325 1180-3) un artículo titulado Importance of the lay press in the transmission of medical knowledge to the scientific community, que trataba de responder a una pregunta muy interesante y audaz: el hecho de que determinada investigación médica sea divulgada por los medios populares, ¿ejerce algún efecto sobre la comunidad científica o sobre el grupo que la ha producido?
El modo más sencillo de medirlo consiste en ver si los trabajos científicos que encuentran eco en los medios importantes de comunicación social son después más citados en las publicaciones científicas que los que no encuentran ese eco. Phillips y sus colaboradores lo hicieron comparando, con la ayuda del Citation Index, las menciones que recibían un conjunto de artículos de contenido y calidad semejantes, publicados todos ellos en el NEJM, según hubieran sido o no comentados en el New York Times. Observaron que los artículos publicados en el NEJM que eran después comentados en el New York Times recibieron un número mucho más elevado de citas en artículos científicos publicados a lo largo de los diez años siguientes, en especial en el primer año.
Llegaron a la conclusión de que la investigación que es cubierta por la prensa general ejerce un efecto amplificador de la transmisión de esa investigación sobre la misma comunidad investigadora. Es decir, los investigadores científicos son informados y educados, en cuanto investigadores científicos, por la prensa general.
Este es un descubrimiento muy interesante, que echa sobre los hombros de los divulgadores científicos unas responsabilidades y también unas oportunidades formidables.
Lo que se puede hacerLa ponencia se presentaba en un simposio dedicado a buscar modos de transmitir eficazmente una cultura de la vida a través de los medios de comunicación. De ahí que en el apartado final de su intervención el Prof. Herranz abordara este aspecto.
En la encrucijada decisiva, en la que las informaciones científicas se han de convertir en opinión pública, ¿cómo incorporar a la cultura de la vida todo el caudal de la ciencia biomédica?
Las noticias y comentarios que cada semana nos traen las seis grandes deben ser evaluados a la luz del evangelio de la vida. Muchas veces, nos traen buenas noticias, que nos llevarán a anunciarlas, celebrándolas con alegría, proponiéndolas como servicio a todos, en especial a los más débiles de salud y más pobres en poder. Tiene la empresa científica una extraordinaria potencia de progreso, de hacer el bien, de vencer la enfermedad y de aliviar el dolor. Tiene también la empresa científica, junto a una divertida capacidad de meterse en callejones sin salida y de cometer errores sorprendentes, una capacidad ilimitada de rectificar el error, un sentido, agudo y bienhumorado, de volver a empezar después de cada fracaso. Esas virtudes humanas de los científicos nos dan una capacidad grande de entendernos con ellos, de dialogar con ellos de tú a tú, de dar de los progresos científicos una visión positiva, a veces incluso entusiasta.
Pero muchas otras veces, las noticias no provocarán alegría, sino dolor. Vendrán cargadas de ideología cientifista, manipulativa: tratarán a ciertos seres humanos, en especial a los más pequeños y débiles, como si fueran cosas; reducirán su alma a un cibersistema autorregulado y predecible; el cuerpo del hombre ya no es templo de un alma, sino un conjunto de sistemas moleculares interactivos capaces de ser descritos según modelos físicos. A la hora de discernir lo que hay de noble en muchas noticias, tendremos que eliminar ante todo un envoltorio de interpretaciones cientifistas, en que vienen presentadas, hay que reconocerlo, con una habilidad consumada.
Gracias a la ciencia no habrá ya, nos dicen, más revoluciones políticas: el bienestar social y el progreso económico serán conquistados en el futuro gracias a la biotecnología, que dará pan y salud a todos. Insisten una vez y otra en que la ciencia no sólo cambiará nuestras condiciones de vida: cambiará nuestro modo de ver el mundo, la naturaleza, el hombre.
El mensaje que hemos de debelar es una mezcla de ciencia verdadera y de ideología utópica. Ahora, nos dicen, con la biología molecular y la nueva genética, tenemos por primera vez una imagen congruente del mundo biológico. Los organismos funcionan y se reproducen como sistemas gobernados por sus propios genes. Un embrión clónico es tan válido como un embrión biparental obtenido por reproducción sexuada. No tardarán las neurociencias en ofrecernos el mecanismo molecular del pensamiento. Ya no habrá misterio, sino conocimiento de sistemas programados. Todo será reprogramable.
Antes de seguir adelante: ¡con qué extraña dureza ha sido tratado el Papa por algunas de las seis grandes! Su respuesta ha sido muchas veces un frío y calculado silencio ante documentos de extraordinaria riqueza humana, que llevaban mensajes que tocan el corazón de la ciencia. Y, en cambio, críticas frívolamente feroces, de simplismo ético alarmante, acerca de Evangelium vitae. Y cuando el Papa ha tenido el coraje moral sin paralelo de publicar el documento sobre evolucionismo o sobre Galileo, la respuesta en alguno de los seis fue de mofa, de ensañamiento, pidiendo más humildad, más autoacusación.
Los buenos hijos hemos de dar la cara por el Santo Padre. A los editores de las seis grandes no les falta sentido de la profesionalidad: publican las cartas que les envían los lectores, aunque sean fuertemente contradictorias, si tienen calidad humana, razonabilidad, coherencia e, idealmente, una pizca de sentido del humor. Sus columnas están, en principio, abiertas.
La secciones de los periódicos cristianos han de tener una sección de ciencia que no sea la mimética repetición de sensacionalismos o de mensajes moderadamente cientifistas. Han de tener la fuerza de aquella fatiga de la conciencia. Porque aquí se vuelve a hacer verdad que las batallas las ganan los soldados cansados.
Gonzalo Herranz_________________________(1) Roma, 28-29 de abril de 1998.