El modo en que la prensa y el Vaticano han gestionado la crisis de los abusos sexuales que estalló en la primera mitad de 2010, ha sido analizado en una reunión con una veintena de periodistas de importantes medios estadounidenses. George Weigel y John L. Allen hicieron sendas exposiciones sobre la cobertura mediática de la crisis, tal como informa éste último en National Catholic Reporter.
Weigel dijo que en la crisis de abusos sexuales en la Iglesia en EE.UU. en 2002 la prensa informó con bastante acierto, impulsando a la Iglesia a afrontar la realidad que había sido ignorada o minusvalorada. En cambio, la cobertura de 2010, centrada especialmente en el Vaticano y en el Papa, estuvo marcada por “errores en la información y sesgada en la opinión editorial”.
Weigel señaló siete “suposiciones equivocadas” que, a su juicio, influyeron en esta mala cobertura: desde la creencia de que el Papa “es un monarca absoluto, que mantiene un control total sobre la vida católica” hasta la idea de que el problema de los abusos sexuales es “un problema específicamente católico”. Weigel concluyó que es necesaria “un importante cambio en la cobertura periodística sobre la Iglesia católica”.
Por parte de la Iglesia, Weigel señaló dos “problemas crónicos” que hay que resolver: la mala política de comunicación del Vaticano y la falta de un mecanismo para prescindir de obispos manifiestamente incompetentes.
En su exposición, Allen se preguntó “cómo es posible que Benedicto XVI, que para los entendidos es el gran reformador en el modo de afrontar los abusos sexuales, haya aparecido de algún modo como el símbolo global del problema”. Allen recuerda, que la pasividad para afrontar la crisis en las décadas de 1980 y 1990, contrasta con la aceleración de centenares de casos a partir de 2003, cuando Ratzinger obtiene especiales facultades de Juan Pablo II para no exigir un juicio canónico y apartar a los abusadores del sacerdocio de un modo más expeditivo.
Allen advierte que en el modo de reaccionar ante las acusaciones contra Benedicto XVI pueden haber influido también el temor a censurar a otros antiguos responsables vaticanos y quizá en último término a empañar la memoria de Juan Pablo II, que sobre todo en los años finales de su vida no estaba en condiciones de gestionar bien la crisis.