Las miradas de cuatro historiadores extranjeros
En los últimos tiempos se habla de la necesidad de lograr un adecuado recuerdo de la guerra civil española. Se trataría de superar el «echar al olvido», que se habrían impuesto los españoles durante la transición para no reabrir heridas. Sin embargo, para quien desea conocer lo que ha pasado se añaden continuamente nuevos títulos a la inmensa bibliografía sobre el tema. Cuatro libros recientes de autores no españoles testimonian, con distinta fortuna, la vitalidad de estas investigaciones.
Un libro sobre los antecedentes de la guerra civil española (1936-1939), y tres sobre la guerra atrajeron mi interés. Se trata de: Stanley Payne, «El colapso de la República» (1); Bartolomé Bennassar, «El infierno fuimos nosotros: la guerra de España» (2); Helen Graham, «The Spanish Republic at War. 1936-1939» (3), y Antony Beevor, «La guerra civil española» (4). Es oportuno apuntar que investigué sobre la II República española y la guerra civil de 1972 a 1992, naturalmente con interrupciones. Desde el 92 he seguido la bibliografía.
Payne: Los orígenes de la guerra
El contenido del libro de Stanley Payne, «El colapso de la República», se sintetiza adecuadamente en el subtítulo: los orígenes de la guerra civil española (1933-1936). La monografía refleja la madurez del autor norteamericano, que ha trabajado décadas en la historia contemporánea de España. Son excelentes el estilo narrativo, el análisis de las causas y de la complejidad de los problemas, y la inteligencia del carácter de las personas, etc. Oportunamente el autor dice en la conclusión: «la colosal literatura sobre la Guerra civil española ha oscurecido el hecho de que, parafraseando a Ortega, son sus orígenes lo primero y quizá lo más importante que hay que saber».
Payne muestra con elegancia la diversidad de proyectos revolucionarios de izquierda, radicales y liberales que se dieron en la República española, la existencia de una voluntad de exclusión -un «republicanismo patrimonial»-, el colapso del orden público en la primavera de 1936, los ultrajes a las convicciones religiosas, el crecimiento en sectores de la derecha de una firme voluntad de insurrección, la preparación por Mola del golpe de Estado militar, y la actitud del Gobierno de Casares Quiroga desde finales de mayo al 17 de julio de 1936.
La rebelión militar y en parte cívica -carlistas, falangistas, monárquicos autoritarios- que se inició el 17 de julio fracasó, y al quedar España divida en dos, la voluntad de exterminio causó una dramática guerra civil. Indalecio Prieto había escrito: «Si la reacción sueña con un golpe de Estado incruento, como el de 1923, se equivoca de medio a medio. Si supone que encontrará al régimen indefenso se engaña. Para vencer habrá de saltar por encima del valladar humano que le opondrán las masas proletarias. Será, lo tengo dicho muchas veces, una batalla a muerte porque cada uno de los bandos sabe que el adversario si triunfa, no le dará cuartel. Aun habiendo de ocurrir así, sería preferible un combate decisivo a esta continua sangría» («El Liberal», 14-VII-1936).
Bennassar: Enfoques ponderados
Bartolomé Bennassar es un excelente historiador francés del Siglo de Oro y de la Edad Moderna de España, y ha demostrado su interés por aspectos más generales de la historia de España. Es muy notable la ponderación de los enfoques y el esfuerzo por comprender a todos los protagonistas de esa tragedia. Sin embargo, la ausencia de obras importantes lastra un tanto el valor del libro. Pienso que no es prudente publicar un estudio sobre la guerra de España sin citar, por ejemplo, el archivo del cardenal Gomá que editan José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos desde 2001.
El esfuerzo de Bennassar es grande, pero quizá no es prudente adentrarse en «les lendemains» [el día después] de la contienda sin haber reparado en el tomo I del libro de Redondo, «Política, cultura y sociedad en la España de Franco.1939-1975». El profesor Sánchez (St. Louis University) escribió a propósito de este libro: «Esta obra es el más valioso estudio sobre las relaciones Iglesia-Estado durante la época de Franco publicado hasta la fecha. Es una poderosa herramienta historiográfica que ningún futuro historiador del régimen de Franco podrá ignorar» («The Catholic Historical Review», X.2000, 703). La lectura de ese libro le hubiera ayudado, por ejemplo, a no afirmar que Ángel Herrera era «monseñor» en 1931 [p. 44 edición española y francesa]. Herrera fue ordenado sacerdote en 1940 y obispo en 1947.
Además, Bennassar debe tener en cuenta que los archivos estatales españoles, que contienen fondos documentales de capital importancia para la guerra civil, están abiertos a la consulta desde 1986. Este historiador no puede olvidar su emoción al tener en sus manos el inventario del Fondo Gobierno de Euskadi, entonces en el Servicio Histórico Militar, y acceder a documentos reservados hasta hacía unos meses.
Graham: La izquierda durante la guerra
Escribir la historia de la guerra civil española obliga a mucho. Por ello me parece excelente el libro de Helen Graham, «The Spanish Republic at War. 1936-1939». Graham es Reader in Spanish History, Royal Holloway, en la Universidad de Londres. La historiadora británica había publicado en 1991 una monografía sobre el PSOE en la Guerra civil. Ahora, en su nuevo libro determina con exquisita precisión los objetivos de su trabajo: un análisis de conjunto de las fuerzas políticas de izquierda durante la guerra civil.
La monografía se plantea como una discusión sobre dos proposiciones. La primera es: las respuestas de las izquierdas españolas -republicanos, socialistas, comunistas, anarcosindicalistas- durante la guerra sólo pueden ser entendidas en relación con sus itinerarios en el tiempo anterior a la contienda, a sus actitudes ideológicas y en la totalidad del contexto político español. Contexto que necesariamente incidió en la evolución de la cultura política de las organizaciones y en sus decisiones.
La segunda proposición se refiere a la influencia que el hecho de la guerra tuvo sobre las fuerzas políticas de izquierda. Toda guerra constituye un hecho dramático que cuartea la normalidad y hace que esa situación excepcional genere estados sociales no previstos. A esa realidad, se unió en el caso de la República, el embargo de armas por parte de las democracias occidentales.
El trabajo de Helen Graham permite ver, en mi opinión, cómo la historia de la República durante la guerra es la secuencia de un proceso de fracturas y exclusiones, que redujo a una situación límite la actuación de los gobiernos de Negrín. Situación que provocó una guerra civil en Madrid, en los últimos meses de la guerra, entre unidades de la CNT y unidades controladas por el PCE. Y, finalmente el golpe de Estado dirigido por Casado y la formación de un Consejo Nacional de Defensa. La guerra civil terminó en la República como había comenzado: con un golpe de Estado.
Se puede estar de acuerdo o no con el enfoque de Graham. Éste puede ser considerado más o menos estructuralista. Se puede disentir al valorar la naturaleza del Estado que se configuró en la España republicana desde el nombramiento de Largo Caballero como presidente del Gobierno (4-IX-1936), o sobre la política e influencia del PCE durante la guerra. No obstante, el soporte documental, tanto de fuentes primarias como de secundarias, es el adecuado, y el modo de estudiarlo impecable.
Beevor, la decepción
El británico Antony Beevor ha tenido éxito con libros de historia militar, como los dedicados a «Stalingrado» y «Berlín. La caída, 1945». Pero el intento de lectura del estudio de Beevor sobre la guerra civil española me produjo una gran decepción. Digo intento, porque al llegar a la página 350 consideré que el número de inexactitudes eran tan elevado, y tan numerosas las afirmaciones insostenibles documentalmente, que dejé la lectura.
A modo de ejemplo; me parece muy simple el modo de narrar la formación del Gobierno de la República con posterioridad a las elecciones de noviembre de 1933. La minoría parlamentaria mayoritaria que era la CEDA tenía 115 diputados, los radicales eran 102. El hecho de que Gil-Robles considerara prudente no entrar en el Gobierno, para serenar a los enardecidos propagadores de la revolución socialista (Largo, Araquistain, Baraibar ), puede ser visto como una manifestación de prudencia política. Además, parece razonable que Gil-Robles pusiera condiciones para dar apoyo parlamentario a Lerroux. Lo acaba de hacer, en Alemania, el SPD con la CDU y la CDS. El dirigente de la CEDA no puso como condición que se detuviera la reforma agraria, ya que el ministro de Agricultura del primer gobierno Lerroux fue Cirilo del Río, del partido progresista de Alcalá-Zamora.
Otro ejemplo: las escuelas católicas siguieron en activo el curso 1933/34 porque el gobierno republicano de izquierda-socialista no tuvo capacidad para sustituirlas, y porque habían cambiado de titularidad: pasaron a ser escuelas de instituciones civiles. Gil-Robles no quería «reformar la Constitución para abolir las disposiciones referentes a la prohibición de que la Iglesia controlara la enseñanza». Cualquier católico, con sentido común, sabía que la Iglesia no podía controlar la enseñanza; lo que deseaban era que existiera una verdadera libertad de enseñanza; que la enseñanza no tuviera que ser laica por mandato constitucional (artículo 48,5), que la enseñanza no tuviera que darse «mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la Escuela unificada» (artículo 48); y deseaban que desapareciera del artículo 48 el párrafo que establecía: «Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a la inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos». Precepto propio de un Estado totalitario.
Celebradas las elecciones de febrero de 1936, que ganó el Frente Popular, Largo Caballero no «vetó la participación del PSOE en el nuevo gobierno para impedir que Prieto volviera a aliarse con aquél [Azaña] para una alianza socialdemócrata». El pacto-programa del Frente Popular establecía: «un plan político común que sirva de norma de gobierno que habrán de desarrollar los partidos republicanos de izquierda, con el apoyo de las fuerzas obreras en caso de victoria» («El Socialista», 16-I-1936).
Ausencias bibliográficas
La lectura del capítulo 19 me dejó perplejo. Afirmar que Aguirre no «llegó a enterarse de la mediación vaticana» para una paz separada en el norte, supone desconocer cuanto se ha escrito sobre esta cuestión desde 1990.
Quizá los errores del libro de Beevor se deban al desconocimiento de obras fundamentales como los dos tomos de G. Redondo sobre la «Historia de la Iglesia durante la II República y la guerra civil» (1993) que Callahan calificó como «el magistral estudio de Redondo» en «The Catholic Church in Spain, 1875-1998» (2000). Las ausencias bibliográficas son manifiestas, por ejemplo: los trabajos de Marquina Barrio, Rodríguez Aisa y Goñi Galárraga.
La frase «la Iglesia católica dejó de declarar ‘mártires’ a los sacerdotes asesinados por los milicianos durante la guerra civil bajo los papados de Juan XXIII y Pablo VI» (nota 2, capítulo 20; 727) es una frase a olvidar: un paradigma de nesciencia. Actitud que se repite cuando afirma que Juan Pablo II en la canonización de Pedro Poveda «no pronunció ni una sola palabra sobre los sacerdotes vascos asesinados por los insurgentes ni sobre los asesinatos posteriores del franquismo bendecidos por la Iglesia». Además de confundir «las vísperas con las témporas», si Beevor hubiera agotado la bibliografía, habría sido más equilibrado y ponderado en ese juicio.
Pistas de lecturas
Un colega me sugiere que haga unas propuestas de libros sobre la guerra civil. Me limitaré a aconsejar autores españoles, porque la mejor historiografía sobre la guerra civil es hoy española.
Naturalmente hay excepciones: basta recordar a Alpert, Graham y Payne. Señalaré siete autores -dicen los expertos que no se retienen más nombres-: Javier Cervera Gil (sobre la guerra civil en Madrid), Albert Girona (País Valenciano), Santos Juliá (Frente Popular), Enrique Moradiellos (aspectos internacionales), Gonzalo Redondo Gálvez (política, religión y cultura), Ramón y Jesús Salas Larrazábal -ya en su cielo el primero- (aspectos militares) y Josep Maria Solé i Sabaté y Villarroya i Font (Cataluña).
La historia es una «ciencia dura», y el historiador debe mancharse las manos del polvo que impregna los documentos de los archivos; y los documentos fundamentales para estudiar la guerra de España están, por lo general, en archivos españoles.
A nosotros nos resulta más fácil acudir con frecuencia y en temporadas más largas. Aunque siempre hay la oportunidad de viajar a París, Roma, Londres, e, incluso con un portátil que tenga un excelente programa de traducción, a Moscú.
Fernando de Meer Lecha-Marzo_________________________Fernando de Meer Lecha-Marzo: Investigador, Departamento de Historia, Grupo de Historia de España s. XX, Universidad de Navarra. Es autor, entre otras obras, de: «La cuestión religiosa en las Cortes Constituyentes de la II República Española», Eunsa, Pamplona, 1975; «La Constitución de la II República, Autonomías. Propiedad, Iglesia, Enseñanza», Eunsa, Pamplona, 1978; «El Partido Nacionalista Vasco ante la guerra de España (1936-1937)», Eunsa, Pamplona, 1992.(1) Stanley G. Payne. «El colapso de la República. Los orígenes de la guerra civil». La Esfera de los Libros. Madrid (2005). 613 págs. 30 €.(2) Bartolomé Bennassar. «El infierno fuimos nosotros: La guerra civil española (1936-1942 )». Taurus. Madrid (2005). 536 págs. 23,50 €.(3) Helen Graham. «The Spanish Republic at War. 1936-1939». Cambridge University Press. Cambridge (2002). 472 págs. 19,99 £.(4) Antony Beevor. «La guerra civil española». Crítica. Barcelona (2005). 902 págs. 29,90 €. T.o.: «The Spanish Civil War». Traducción: Gonzalo Pontón Gijón.