Suelen designarse siempre unidas: literatura infantil y juvenil; pero aunque les unen muchas cosas, cada especialidad tiene sus propias características. La literatura infantil, más asentada y de mayor tradición, no ofrece muchas discusiones: todas las partes implicadas -editores, docentes, bibliotecarios, padres y autores- reconocen los beneficios de su fomento y sus limitaciones. Más difícil lo tienen los que defienden la creación de una literatura de marcado carácter juvenil. Apenas hay colecciones, se duda de su utilidad, escasean los autores y los jóvenes leen poco.
Según un reciente informe (1), los escolares españoles leen menos a los 14 años que a los 10. «A medida que aumentan en edad -escriben los autores-, baja visiblemente la afición de los niños españoles por la lectura». Y es entre los 14 y los 18 años -los años del Bachillerato y la Formación Profesional- donde se aprecia el menor interés por la lectura. Este fenómeno coincide con la escasez de colecciones destinadas a este público.
Algunas de las causas de este drástico descenso son ajenas a la literatura. Por ejemplo, los alumnos gozan de una mayor autonomía personal y reciben el continuo bombardeo de ofertas atractivas para gastar su tiempo y dinero. De este modo, en su índice de preferencias la lectura está muy por debajo de otras actividades (salir con los amigos, hacer deporte, ir al cine, ver la televisión, etc.). Además, los alumnos repiten que las clases de Lengua y Literatura son las más aburridas y las más alejadas de su realidad.
Siempre el profesor
Otra posible causa es la minusvaloración de la literatura juvenil por parte de los profesores. Desprecio que se traduce en la fácil repetición de que lo más importante es la lectura de los clásicos. Pero aquí no se discute la categoría de los clásicos, sino la manera de poner en práctica técnicas que mejoren los bajos índices de lectura.
De hecho, el profesor sigue siendo la figura idónea -y a menudo casi única- para suscitar la afición lectora. Y es algo que el sistema educativo debe asumir, proporcionándoles las ayudas necesarias para poder llevar a cabo su función.
Las experiencias de animación a la lectura más exitosas entre los jóvenes insisten en algunas ideas básicas (2): variar las lecturas preceptivas, pues las que imponen los temarios son poco atrayentes; facilitar, mediante una adecuada preselección, que el alumno elija su libro preferido; huir de los trabajos obligatorios, que consisten la mayoría de las veces en copiar mecánicamente exhaustivas introducciones; proponer ejercicios de redacción que subrayen la afición a la lectura; leer en clase textos de calidad literaria previamente seleccionados…
Preferencias según el sexo
También hay que tener en cuenta que las preferencias de los lectores juveniles varían según el sexo. Los chicos, por orden de importancia, aprecian los libros de aventuras, humor, juegos y deporte, policiacos, históricos, biografías, geografía, descubrimiento del mundo viviente, novelas psicológicas y de problemas humanos. Las chicas, por su parte, tienen otro orden de preferencias: novelas psicológicas, aventuras, históricos, humor, problemas humanos, geografía, medicina, descubrimiento del mundo viviente, biografías y juegos y deporte. Por géneros, hay una abrumadora presencia de la novela. Apenas se lee poesía, y el teatro ni siquiera se menciona. Las diferentes modalidades que existen de literatura juvenil explican también bastantes cosas sobre los intereses de este grupo (3).
Llama la atención la abundancia de novelas históricas. Estructuralmente utilizan un personaje joven y atractivo, una serie de claves (amor, odio, venganza, justicia…) sabiamente dosificadas, y un rigor histórico contrastado. También son habituales los «relatos de amistades y vida sentimental juveniles», que muestran, sin grandes profundidades y a menudo tópicamente, un análisis psicológico de los años adolescentes. Además, para trazar puentes entre lo real y lo fantástico, recurren a parábolas simbólicas, oníricas. A menudo parten de los «enfrentamientos» de estos jóvenes con todo lo que les rodea.
Otra modalidad en alza son los «relatos fantásticos» y las «novelas de ciencia-ficción», donde se encuentran algunos de los títulos más leídos. Suelen tener protagonistas juveniles -característica común a casi todas las modalidades-, un sentido de la anticipación científica, y analizan a su manera los problemas sociales de la humanidad, sobre todo, el enfrentamiento del hombre con la máquina.
Aventuras urbanas
«La novela juvenil de aventuras» sigue contando con muchos adeptos. Aunque hoy día se prefieren los relatos urbanos en los que se sitúan aventuras apasionadas. A diferencia de novelas anteriores de este tipo, huyen del marcado maniqueísmo de los personajes. También hay que resaltar la proliferación de «novelas sobre grupos de jóvenes marginados», que frecuentan los bajos fondos y conviven con las lacras de la sociedad: abusos sexuales, drogadicción, delincuencia. Una nota común es su descarnado realismo en los temas y en el lenguaje.
Las novelas que analizan «la conflictividad íntima de la evolución a la madurez» son las más específicas de este público, pues tratan problemas que les afectan muy directamente, como la crisis de la adolescencia. Son novelas que explotan conflictos sociales y sentimentales, y que, aunque no los resuelvan, aportan una dosis de esperanza. En la misma línea están las novelas de «conflicto generacional», donde hay una clara oposición con el mundo de los adultos (en estas novelas sí se cae a veces en un fácil maniqueísmo).
Las novelas «policiacas y de misterio» siguen siendo bien recibidas. Se abandona, sin embargo, la actuación en pandillas y se reiteran ambientes y situaciones más propias de la novela negra que de la novela policiaca tradicional. La literatura de terror tiene muchos lectores, a pesar de los pocos libros de calidad que circulan. Como detalle anecdótico hay que hacer referencia a los pocos libros que se publican sobre humor y a la escasa presencia de la experiencia de lo religioso.
El criticado didactismo
En todas las culturas ha habido un tipo de novela pedagógica dirigida a orientar el desarrollo humano de los más jóvenes. Durante la Edad Media, por ejemplo, se extendió el empleo de los apólogos y las fábulas para transmitir unas enseñanzas éticas y didácticas. Esta idea no ha cambiado, y sigue siendo la más repetida a la hora de buscar beneficios «prácticos» a esta modalidad literaria.
Aunque hoy se rechace un deliberado didactismo como ingrediente habitual, tampoco la literatura juvenil es neutral. En muchos de estos libros subyace una moral de marketing, un tipo de conflictos que han sido asimilados por una ética imperante que se transmite incesantemente en los canales de comunicación. Faltan actitudes seriamente críticas y modelos de conducta que faciliten la reflexión y la superación personal. Por el contrario, abundan novelas con un acomodaticio y superficial sentido del hombre, de la vida y de la cultura, fiel reflejo de las ideas de moda. Lo cual no deja de ser otro didactismo implícito. Escasean los autores que sepan presentar una escala de valores sólida, sin incurrir en moralinas ni argumentos cursis.
Si es cierto, y las encuestas en este caso no fallan, que la juventud lee poco, algo habrá que hacer. Pero sin caer en un excesivo planteamiento de marketing, pues puede suceder lo mismo que con los libros para niños: son muy entretenidos, pero, a la larga, no crean lectores. Es preciso reafirmar que la literatura -también la juvenil- no tiene como única finalidad la diversión y el entretenimiento; si sólo se aplica este argumento en la creación literaria, los libros no podrán competir con la televisión, la informática y los videojuegos. Hay que ofrecer algo más.
El mercado editorial de la literatura infantil y juvenil
El reciente Primer Congreso de Literatura Infantil y Juvenil, celebrado en Ávila en el mes de octubre, ha analizado la situación de este mercado, que mueve todos los años más de 30.000 millones de pesetas, suma considerable si se tienen en cuenta los bajos índices de lectura españoles. Según el informe FUINCA sobre la industria del libro en España (ver suplemento 2/93), cada año aparecen en el mercado de la literatura infantil y juvenil cerca de 5.000 nuevos títulos.
Sólo existen en España 35 librerías especializadas en literatura infantil y juvenil, de un total de 4.005 librerías. Como el 85% de las librerías no superan los 200 m2, apenas hay espacio para acoger la cantidad ingente de novedades, por lo que cerca del 40% de los libros editados para el público infantil nunca serán comprados.
Otra consecuencia de esta carencia de librerías -y también de bibliotecas- es la estrecha relación, a veces sospechosa, que se da entre las editoriales y la escuela. En la mayoría de los casos, cuando se compra un libro infantil o juvenil, es porque ha sido propuesto por el profesor. Como la prensa apenas se ocupa de estos libros, los fenómenos de best-sellers son raros y los precios no tienen un efecto considerable sobre las ventas, el papel de los profesores es determinante.
El mercado está sufriendo las lógicas consecuencias de la crisis, lo que de paso está provocando una política de reajustes después de la época dorada que fue la década anterior. El último año ha descendido el volumen de producción: 4.656 títulos en 1992, 300 menos que en 1991; ha aumentado ligeramente el porcentaje de traducciones (ya es el 50% del total); se han incrementado las reediciones; las editoriales no ofrecen proyectos arriesgados, verdaderamente culturales; no surgen autores noveles, de ahí que los escritores consagrados sean firmas habituales en casi todas las colecciones; la calidad literaria deja mucho que desear. Últimamente han aparecido muchos libros de consumo destinados a un público infantil y juvenil que entran de lleno en los denominados libros kleenex o de «usar y tirar», que buscan unos criterios de rentabilidad a corto plazo y no convierten a los jóvenes en futuros lectores.
Los autores más leídos
Aunque no escribieran pensando en el público juvenil, siempre ha habido autores cuyas obras han tenido una gran acogida entre los jóvenes. La lista sería interminable. Una selección de estos clásicos debe incluir a Lewis Carroll, Arthur Conan Doyle, Fenimore Cooper, Oliver Curwood, Daniel Defoe, Charles Dickens, Alejandro Dumas (padre), Emile Gaboriau, Zane Grey, Rudyard Kipling, Jack London, Maurice Leblanc, Gaston Leroux, Herman Melville, Karl May, Alessandro Manzoni, Edgar A. Poe, Henry Rider Haggard, Antoine de Saint-Exupéry, Emilio Salgari, Walter Scott, Henry Sienkiewicz, R.L. Stevenson, Jonathan Swift, Julio Verne, Mark Twain, Oscar Wilde, H.G. Wells, P.C. Wren. Asimismo, autores más modernos se han convertido rápidamente en clásicos indiscutibles, como J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Michael Ende y J.D. Salinger.
Autores extranjeros
Durante estos últimos años ha aparecido un buen grupo de escritores que han conseguido conectar con el público juvenil, no sólo en España sino también en América y especialmente en Europa. Unos sobresalen por su realismo cotidiano, como Erich Kästner; otros incorporan un realismo más dramático, que a veces deriva en una literatura cruda y testimonial, como Susan E. Hinton, Peter Hartling, Margaret Mahy y Ursula Wölfel. Hay autores que prefieren el realismo poético, como Reiner Zimmik, Almatov y Tornod Haugen. Otros autores cultivan la ciencia ficción con tintes humanistas, como John Christopher.
El recurso a la fantasía lúdica -Gianni Rodari- o humorística no es muy frecuente. Por el contrario, abundan los autores de temas ecologistas, como Gerald Durrell. También se han puesto de moda los que recrean episodios históricos con ingredientes reales o mágicos -María Gripe-, y los que prefieren la narración biográfica, como Judith Kerr. Christine Nöstlinger y Roald Dahl, muy leídos también entre el público infantil, incorporan el humor en sus tramas realistas, además del rechazo, a veces exagerado, del mundo de los adultos.
Los españoles
La literatura juvenil -advierte Fidel Villegas- es un subgénero «reciente en España, poco definido, poco cultivado, y cuya misma existencia es admitida por investigadores y críticos con sumo cuidado» (4). Escasean los autores españoles y abundan las traducciones. Entre los autores españoles más leídos hay que destacar a Andreu Martín, Joan Manuel Gisbert, Jordi Sierra i Fabra y Concha López Narváez. Andreu Martín (solo o con la colaboración de Jaume Ribera), y tras el éxito de No pidas sardina fuera de temporada, repite el mismo esquema policiaco, aventurero y adolescente, con una ambientación realista y tratando problemas contemporáneos, en Todos los detectives se llaman Flanagan, No te laves las manos, Flanagan y Cero a la izquierda.
Joan Manuel Gisbert ha cosechado uno de los más logrados triunfos con El misterio de la isla de Tökland; lo malo es que después ha repetido hasta la saciedad los mismos ambientes enigmáticos y de ciencia-ficción. Jordi Sierra i Fabra ha escrito más de 150 obras de todo tipo -ciencia-ficción, realismo crítico, novelas exóticas, de aventuras-; pero en casi todas da muestras de un estilo epidérmico y facilón, que es todavía menos brillante cuando escribe sobre aspectos más relacionados con la juventud actual. Las obras de Concha López Narváez gozan de mayor prestigio literario, especialmente sus novelas históricas.
Otros autores que merecen citarse son Manuel Alfonseca, Montserrat del Amo, Juan Farias, Gabriel Janer, Fernando Lalana, Fernando Martínez Gil, Juana Aurora Mayoral, Pilar Molina Llorente, José Luis Olaizola, Emilio Teixidor. Autores para un público adulto han alcanzado también éxito entre los jóvenes, como Bernardo Atxaga, Alejandro Gándara, Carmen Martín Gaite y José María Merino.
Sugerencias de lecturas
La siguiente lista de libros se ha elaborado con la colaboración de profesores de colegios. No pretende abarcar todas las modalidades de la literatura juvenil. Simplemente, son libros que han dado buen resultado. Se han dejado a un lado, por ser más conocidos, los clásicos del género. Por supuesto que hay muchos más. El orden es alfabético.
- Manuel Alfonseca, El rubí del Ganges
- Montserrat del Amo, La piedra de toque
- Bernardo Atxaga, Memorias de una vaca
- Lucía Baquedano, Cinco panes de cebada
- Isaac Bashevis Singer, Cuentos judíos
- Thea Beckmann, Cruzada en jeans
- Forrest Carter, La estrella de los cheroquis
- John Christopher, La trilogía de los trípodes
- Roald Dahl, Boy (relatos de infancia)
- Gerald Durrell, La excursión
- Alejandro Gándara, Falso movimiento
- Joan Manuel Gisbert, El misterio de la isla de Tökland
- María Gripe, Los escarabajos vuelan al atardecer
- Japter Haar, El mundo de Ben Lighart
- Peter Hartling, Muletas
- Tornod Haugen, Zepelín
- Thor Heyerdall, La expedición de la Kon Tiki
- Joseph Joffo, Un saco de canicas
- Erich Kastner, Emilio y los detectives
- Richard Kennedy, Los ojos de Amy
- Judith Kerr, Cuando Hitler robó el conejo rosa
- Concha López Narváez, La tierra del sol y de la luna
- Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan
- Fernando Martínez Gil, Amarintia
- Ana María Matute, El polizón del Ulises
- Juana Aurora Mayoral, Cuerpos de cobre, corazones de jade
- José María Merino, El oro de los sueños
- Pilar Molina, El aprendiz
- Christine Nöstlinger, Konrad
- Scott O’Dell, La isla de los delfines azules
- José Luis Olaizola, Senén
- Gudrum Pausewang, El abuelo en el carromato
- Gianni Rodari, Cuentos escritos a máquina
- Jules Sennel, Dolor de rosa
- Jordi Sierra i Fabra, El cazador
- J. Vallverdú, El alcalde chatarra
- José Mauro de Vasconcelos, Mi planta de naranja-lima
- Reiner Zimnik, La grúa
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(1) Varios Autores, Los valores de los niños españoles en 1992, FSM-Ediciones SM, Madrid (1993).
(2) Son parecidas a las que propone Daniel Pennac en su libro Como una novela, Anagrama, Barcelona (1993). Ver servicios 131/92 y 74/93.
(3) Esta clasificación está tomada de un catálogo de la editorial Alfaguara. Ideas muy parecidas se encuentran en el resto de las editoriales. También puede consultarse el volumen Corrientes actuales de la narrativa infantil y juvenil en lengua castellana, Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, Madrid (1990).
(4) Fidel Villegas Gutiérrez, «Literatura juvenil española, ¿literatura senil para jóvenes?»; artículo incluido en el libro Breve diagnóstico de la cultura española, Rialp, Madrid (1992). Para este autor, la literatura infantil corre el riesgo de convertirse «en un producto prefabricado, en libros construidos utilizando información sobre las características del previsible público, y calculando su trama, lenguaje, personas y desenlace a su medida».