Del espejito al filtro: obsesionados por la belleza

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La polémica estalló hace unas semanas cuando TikTok lanzó su filtro Bold Glamour. Quien más, quien menos se había puesto orejas de conejo con Snapchat, o diademas de flores en Instagram o había probado cómo le quedaría el pelo azul. Pero este nuevo filtro de belleza, creado por inteligencia artificial, conseguía en segundos lo que la madrastra de Blancanieves no alcanzó en toda su existencia: el elixir de la belleza.

Con una sorprendente calidad, sin que apenas se note que el rostro no es real, el filtro borra las arrugas, cierra los poros, marca los pómulos, hace crecer las pestañas, quita las ojeras, blanquea los dientes, rellena los labios y te maquilla. Como mínimo. Otros filtros además te ponen pecas o te cambian de color los ojos. Hasta aquí todo ok, divertido y aparentemente inocente. El filtro tuvo millones de descargas en pocas horas y miles de personas subieron el antes y el después. El problema es que, en la era de las redes sociales, cuando según los últimos estudios, los jóvenes y adolescentes pasan entre tres y cuatro horas diarias en internet, lo que ocurre en la pantalla tarda muy poco en afectar la vida real. Y en la vida real no hay filtros, y tenemos arrugas, y ojeras, y no somos tan guapos. Y, aunque no debería importarnos, nos importa. Y empiezan los problemas.

Se llama dismorfia

Los que clamaban contra el filtro lo hacían señalando que podría tener un impacto negativo en la salud mental y especialmente en la de los más jóvenes y podría acentuar un trastorno que lleva tiempo creciendo: la dismorfia. Un trastorno que no es nuevo. Fue un psiquiatra italiano, Enrico Morselli, el que, en 1891, definió la dismorfofobia –después bautizada como dismorfia– como “el sentimiento subjetivo de fealdad o defecto físico que el paciente cree que es evidente para los demás, aunque su aspecto está dentro de los límites de la normalidad”. Hasta 1980 esta patología no se consideró trastorno mental, y entre medias fue variando de nombres, entre otros, hipocondría de la belleza.

“Cuando hablo con mis pacientes, especialmente los jóvenes, noto cómo hay una presión social y una alta exigencia en cuanto al aspecto físico” (María Martín Vivar, psicóloga)

Durante los últimos años, y en medio de la vorágine de una sociedad volcada en la imagen, los psicólogos y psiquiatras no dejan de alertar de un fenómeno creciente que amenaza con convertirse en epidemia. “Sí, cada vez tengo más casos –señala María Martín Vivar, psicóloga especializada en infancia y juventud– y no solo de chicas, cada vez hay más chicos obsesionados por ese control de su cuerpo. Recuerdo el caso de un paciente que se media los milímetros desde la nariz a los ojos para comprobar si su rostro era simétrico. Además, ahora son más jóvenes. Estos trastornos se situaban antes alrededor de los 16 años, pero ahora vienen chicos afectados muy jóvenes, de 12 o 13 años”.

Como en otros trastornos de salud mental, Martín Vivar no duda en hablar del peso que tienen las expectativas y las exigencias sociales: “Cuando hablo con mis pacientes, especialmente los jóvenes, noto cómo hay una presión social y una alta exigencia en cuanto al aspecto físico. Hoy todo el mundo es guapo y muchos de los chicos y chicas piensan que, si no lo son, no van a gustar y no los van a querer”.

A esta presión se suma la aparente facilidad con la que puede alcanzarse la belleza. Los servicios relacionados con la estética –desde gimnasios hasta aplicaciones para encontrar centros de belleza– crecen exponencialmente. Igual que los tratamientos que dispensan estos centros, que empezaron unidos a las peluquerías ofreciendo manicura y depilación y hoy se han independizado ofertando toda una batería de propuestas que va desde el lifting de pestañas al bótox. “Me sorprende mucho la proliferación de estos centros –señala Martín Vivar– y cómo se está facilitando el acceso a todo tipo de operaciones que prometen un cambio corporal. Antes eran intervenciones carísimas y ahora se hacen por unos cuantos cientos de euros. El mensaje que se acaba enviando es que es muy sencillo llegar a la perfección, pero la realidad es muy diferente, primero, porque se busca una perfección irreal y, en segundo lugar, son intervenciones que conllevan un riesgo”.

En esta tendencia, Martín Vivar señala también el peso de las influencers. María Pombo, Laura Escanes, Rocío Osorno, María Fernández Rubíes o Teresa Bass son algunas de las influencers que han compartido con sus seguidores sus rinoplastias, aumento o reducción de pecho, relleno de labios o sesiones de bótox para prevenir las arrugas. A este fenómeno se refería, hace unas semanas, la actriz Anna Castillo: “Vengo de una generación de actrices que no se operaban hasta ser mayores y ahora tenemos muchísima presión porque te ponen delante caras espectaculares que te hacen ver que no eres tan guapa y te planteas por qué –si yo siempre he estado a gusto conmigo misma– ahora tengo que competir con un estándar de belleza que no soy yo”.

Este afán de retocarse se traduce en un aumento de las operaciones. En España se realizan alrededor de 400.000 operaciones de estética al año. Una cifra que va subiendo. En América Latina, aunque no se llega a estas cifras, se percibe una especie de turismo estético que tiene como destino Argentina y Colombia, que son los dos países que más han desarrollado esta industria. En cuanto a la edad, los cirujanos plásticos afirman que llega gente cada vez más joven a sus consultas pidiendo cosas imposibles porque, si antes se acudía a la peluquería con una foto del actor o actriz famoso para imitar un peinado, ahora le piden al cirujano que reproduzca la imagen que se han acostumbrado a ver en sus selfies o stories de Instagram. Algo que resulta misión imposible porque la imagen que proyecta la inteligencia artificial simplemente no es real. Por otra parte, la polémica está servida para quienes consideran que los filtros, además de insanos, son racistas, ya que el canon que muestran sigue una pauta que mezcla razas (cejas asiáticas, labios afroamericanos y nariz europea) pero en la que predomina claramente los rasgos occidentales.

Todos juegan

Aunque la alarma social se centra en los jóvenes, no son los únicos que se ven afectados por esta tendencia. Y, de hecho, los adultos –al gozar de mayor capacidad adquisitiva– recurren a tratamientos más caros y complejos. Ellas, dependiendo de los países, se operan sobre todo el pecho y la nariz, y ellos, el mentón y la papada. En ellas y ellos son frecuentes las liposucciones y tratamientos que oculten el paso de la edad.

En el fondo, se trata de una carrera contra el tiempo que puede volverse patológica: “Estamos en una sociedad que deifica la juventud y considera la vejez una patología –afirma Martín Vivar–. En la consulta veo, con frecuencia, cómo muchas personas viven con angustia cumplir años, o tener arrugas o engordar. Y se someten, de manera obsesiva, a un control de la alimentación o a unos excesos de actividad física que ponen en peligro la salud. Y lo más grave es que, en el fondo, estas obsesiones están muy relacionadas con la falta de aceptación de uno mismo, con la preocupación excesiva por cómo nos ven los demás”.

Las redes potencian la obsesión por la belleza, pero también pueden tener un papel positivo para concienciar de los excesos, con iniciativas que muestran a “influencers” sin maquillar, presumiendo de su rostro real

Mientras unos y otras se obsesionan, el mercado de la belleza, el fitness, la nutrición saludable y la cirugía estética miran con satisfacción sus cuentas de resultados. Porque hay muy pocos que duden que, en el fondo de este fenómeno, se encuentra un capitalismo y consumo exacerbado y una crisis de valores y referentes sociales.

Un remedio: abrir el foco

Para salir de la espiral, Martín Vivar propone dos líneas. “En los más jóvenes es importante detectar estos trastornos pronto, comprobando si los chicos y chicas se quedan en casa porque se ven feos, después de cambiarse mil veces de ropa o si muestran excesiva inseguridad ante lo que los demás opinen de ellos. Y, por supuesto, es importante que esa obsesión por el aspecto físico no se fomente por los padres”.

En jóvenes y mayores, la clave está en ampliar el foco. “La fórmula mágica, en el fondo, es entender que no sólo somos imagen y llenar la vida de más cosas: de amigos, familia, intereses culturales… lo que hace el combo de una persona segura de sí misma. Considerar que tú eres tú, por encima de la belleza. Y me encantaría hacer una llamada social para entender que los gestos, las risas o el cansancio, se marcan… pero estas marcas son vida, son experiencia, no hay que esconderlas”.

Para la psicóloga, al igual que las redes potencian la obsesión por la belleza, pueden tener un papel positivo para concienciar de los excesos y, en ese sentido, celebra algunas acciones que muestran a influencers sin maquillar, presumiendo de su rostro real. Sin filtros.

Hace unos meses, y a raíz precisamente de la polémica con los filtros Bold glamour y Teen, Dove –una marca que tiene como lema defender la belleza real y que lleva años advirtiendo de los peligros de la perfección digital– proponía con un hashtag (#turnyourback) dar la espalda a los filtros. Algunas influencers se unieron a la acción consiguiendo millones de visionados… No fueron tantos como descargas, pero, al menos, es una gota que puede servir para concienciar sobre una realidad que empieza de manera festiva (reconozco que me lo he pasado muy bien probando filtros para escribir este artículo), pero que puede terminar en un trastorno de salud mental que no tiene ninguna gracia.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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