Kinshasa. Si un estudiante carece de suficientes recursos familiares para costearse la carrera universitaria, el remedio común son las becas o los créditos. No en la República Democrática del Congo, donde en estos tiempos no hay ayudas disponibles, a la vez que la dura situación del país ha hecho crecer las necesidades. Han venido a suplir esta carencia iniciativas privadas como la villa universitaria Kinduku, donde los estudiantes pueden ganar el dinero que necesitan cultivando hortalizas.
Kinduku («amistad» en lengua kikongo) es idea de diez profesores universitarios, entre ellos Mons. Tarcisse Tshibangu Tshishiku, en la actualidad obispo de Mbujimayi, y el sacerdote jesuita Jacques Paulus, director de la villa. Se dirige en especial a los estudiantes de modestos recursos procedentes de provincias lejanas a la capital. Aunque los promotores y los que dirigen el proyecto son católicos, pueden beneficiarse estudiantes de cualquier religión. También hay profesores y administrativos entre los habitantes de Kinduku; en todo caso, los miembros son de la Universidad de Kinshasa o del Instituto Superior de Técnicas Médicas, de la misma ciudad.
Quien aspira a entrar en Kinduku, primero debe pasar tres meses de iniciación en el oficio hortícola y en el sistema de funcionamiento de la villa. El candidato se ejercita en la huerta común y, terminado el periodo de prueba, es propuesto a la asamblea general de la villa. Si es admitido, se le adjudica una parcela que cultivar.
Kinduku funciona en régimen similar al de una cooperativa. Los productos se venden a las mujeres que regentan puestos de verduras en un mercado próximo, y cada estudiante-hortelano recibe el valor de su cosecha, una vez descontada una parte para sufragar los gastos generales de Kinduku. Además, cada miembro ha de trabajar al menos cuatro horas semanales en la huerta común, cuyos frutos se destinan a la caja de la villa.
Esta actividad puede permitir costearse los estudios, pero sin holgura. Con una porción de terreno de 1,5 por 10 metros, que empieza a dar frutos al cabo de 40 ó 45 días, se puede ganar como mucho el equivalente de 7 dólares. Los estudiantes más emprendedores pueden obtener 60-70 dólares cultivando diez porciones. Restados los gastos para las necesidades diarias, quedan entre 30 y 40 dólares para abonar la matrícula, que en el presente curso asciende a 180 dólares para los alumnos de primer año y 150 dólares para los demás. En fin, las cosechas de un curso entero alcanzan apenas para pagar la universidad.
Y eso, siempre que uno no se conceda casi reposo. Las clases de la universidad se tienen de 8 a 12 de la mañana y de 2 a 6 de la tarde. El estudiante tiene que levantarse hacia las 4 de la mañana para trabajar unas dos horas en la huerta antes de ir a clase, tomar de nuevo los aperos al final de la jornada lectiva y quizá también durante la interrupción del mediodía. A esto hay que añadir el trabajo semanal en la huerta común, hacer la comida y demás tareas domésticas y, naturalmente, estudiar.
No es raro que algunos no lleguen a mantenerse y pagar los estudios con su trabajo en Kinduku. En tal caso, la caja común de la villa presta el dinero necesario, que ha de ser devuelto tras la siguiente cosecha.
Philémon Muamba Mumbunda