Las familias buscan colegios que den formación moral
Hobart. Durante largos años, Australia ha presenciado el viejo debate que oponía la enseñanza pública contra la privada, con los argumentos de siempre: la escuela privada es un lujo para ricos, el Estado solo debe financiar la educación pública, integradora y no particularista… Pero en los últimos tiempos la situación ha experimentado un significativo cambio, en la práctica. Gracias al gobierno liberal que ha levantado pasadas restricciones, cada vez más familias escogen la enseñanza privada, sin atender mucho a polémicas ideológicas. Lo hacen así porque buscan lo que no es fácil encontrar en el sistema escolar estatal: formación moral, educación diferenciada por sexos, un ambiente seguro o atención personalizada a los alumnos.
El mes pasado ocurrió algo realmente insólito en el panorama educativo australiano. El nuevo gobernador general (representante de la reina de Inglaterra, que es la jefe de Estado nominal de Australia), el general de división Michael Jeffrey, tomó ocasión de uno de sus primeros actos oficiales para salir en defensa de la religión en la escuela. Ante un grupo de periodistas de las escasas publicaciones religiosas australianas, el Gral. Jeffrey dijo que se debería reforzar los valores centrales de «la fe, la esperanza y la caridad». Llegó a sugerir que no sería buena idea reducir o eliminar la enseñanza de la religión en las escuelas.
«Nuestra sociedad -dijo Jeffrey- está llamada a vivir en conformidad con los valores, sencillos y perdurables, que enseñan las grandes religiones, a inculcar en nuestros hijos y nietos el convencimiento de que redunda en bien de la comunidad que llevemos una vida moralmente buena, sin olvidar que no hay derechos sin obligaciones: de cada uno con los otros ciudadanos, con su comunidad y con nuestra nación».
Un silencioso vuelco
En la sociedad australiana, donde la religión es vista como un curioso hobby, cualquier personaje público que dirija palabras amables para los valores cristianos suele ser tachado de inoportuno y sectario. De hecho, aunque el anterior gobernador general era un obispo anglicano, rara vez mencionó sus convicciones religiosas.
Pero, asombrosamente, las palabras del Gral. Jeffrey no provocaron casi ningún comentario, favorable o desfavorable. Esto tal vez sea síntoma de un silencioso vuelco en el debate entre escuela pública y escuela privada que ha sacudido este país durante decenios. Cada vez más australianos -creyentes o no- desean que sus hijos reciban algo de formación cristiana. Y como no la encuentran en el sistema estatal, su interés va en beneficio del creciente número de escuelas privadas.
El gobierno quita obstáculos
El sistema escolar australiano se distingue por el tamaño de su sector privado, uno de los mayores de la OCDE (en torno al 30% en la actualidad). Una razón principal está en las dimensiones de la bien asentada red de escuelas católicas, que educa aproximadamente al 20% de los alumnos de primaria y secundaria. Sin embargo, abrir una nueva escuela que no fuera pública ni católica era empresa ardua. En general, las escuelas independientes (privadas no católicas) eran consideradas un lujo para familias ricas. La gente de a pie mandaba a sus hijos a las escuelas estatales o a las católicas.
Pero con la victoria electoral del actual primer ministro australiano John Howard, en 1996, se produjo un cambio significativo. El Partido Liberal de Howard propugna una política social de libre mercado, según la ideología de la «libertad de elección», que pronto fue aplicada a las escuelas australianas.
Aunque en Australia las escuelas públicas son administradas por los gobiernos de los Estados, dependen en gran medida del gobierno federal por lo que respecta a la financiación. También las escuelas privadas reciben fondos públicos, pero menos por alumno que las estatales.
Howard levantó las limitaciones impuestas por los anteriores gobiernos laboristas a la expansión de la enseñanza privada. Ahora las escuelas privadas, con independencia de su tamaño u orientación, reciben financiación pública, con tal que cumplan los requisitos fijados por las autoridades educativas de los Estados.
Surgen nuevas escuelas privadas
El cambio fue drástico. Casi de inmediato se aceleró la creación de nuevas escuelas independientes, tendencia que había comenzado a finales de los años setenta. En 1990, el 72,1% de los alumnos australianos estaban matriculados en escuelas estatales. En 1999 la proporción había bajado al 69,7%. En el mismo periodo, la proporción de alumnos en escuelas católicas permaneció prácticamente constante (19,7% en 1999). Sin embargo, el alumnado de las escuelas independientes experimentó un marcado aumento: del 8% en 1990 al 10,6% en 1999.
Aunque la variación podría parecer pequeña en términos de porcentaje, la migración de alumnos de la escuela pública a la privada es una tendencia constante y fuerte. Entre 1996 y 2002 el alumnado de las escuelas no estatales ha subido un 13%. Las escuelas privadas se han expandido y han abierto nuevos centros; se anuncian en vallas y en el exterior de los autobuses urbanos.
Este cambio se refleja también en el número de escuelas. En la pasada década, el de estatales bajó casi un 7%, mientras que el de privadas subió más de un 20%.
Lo más llamativo es la variedad de escuelas privadas, casi todas con alguna forma de inspiración religiosa. La mayor parte son «cristianas», nombre que designa una modalidad de cristianismo basado en la Biblia, no adscrita a ninguna confesión concreta. Las demás forman un manojo abigarrado que incluye colegios musulmanes, judíos, coptos ortodoxos, ortodoxos griegos, cristadelfianos, baptistas, adventistas del Séptimo Día y pentecostales. Las escuelas «cristianas», anglicanas y musulmanas fueron las que más crecieron en alumnos de 1990 a 2000.
Valores éticos
¿A qué se debe la migración de alumnos de las escuelas públicas a las privadas? La razón no puede ser el fervor religioso de los padres australianos. Al menos las confesiones más numerosas cuentan cada vez menos fieles. Los australianos que se definen «sin religión» en el censo han subido del 15% en 1996 al 16,5% en 2001.
La respuesta que surge espontánea es que los padres buscan ayuda para transmitir a sus hijos ideales y principios éticos. Y ven en las escuelas con sólidos valores un apoyo para educar a sus hijos en un mundo confuso.
De hecho, dice Phillip Heath, director de St Andrews Catedral School, un colegio anglicano de Sydney, el título «anglicano» representa un plus para una nueva escuela… pese a un exagerado alud de mala prensa a propósito de algunos escándalos. «Hoy día, muchos padres se sienten mal preparados para la compleja tarea de educar a un niño -dice Heath-. Dentro de la intrincada trama de influencias que configuran el carácter hay fuerzas que la familia no puede dominar. Todos somos fruto del ambiente, y el mundo en que hoy vivimos cambia deprisa. Es individualista, competitivo, amoral y hasta cínico…».
A juicio de Heath, las incertidumbres morales contemporáneas brindan una oportunidad a escuelas como la suya. «Somos cristianos que ofrecemos educación. Estamos, pues, obligados a poner los valores que proponemos en el contexto de la fe. Los valores separados de la fe son como flores cortadas que lucen en un jarrón solo para ser desechadas cuando ya no agradan. Aunque muchas familias no profesan nuestras creencias, decididamente buscan una comunidad cristiana donde reinen la compasión y la benevolencia. Pocas veces ha habido una época mejor para hablar a una generación tan bien dispuesta a escuchar».
El atractivo de los colegios no mixtos
Hay otras razones de peso que explican el movimiento de alumnos hacia la enseñanza privada. La educación diferenciada por sexos es un atractivo para algunos padres. Hoy casi todas las escuelas estatales son mixtas, pero un buen número de escuelas privadas ofrecen educación diferenciada.
Según el Independent Schools Council of Australia, los padres aprecian las escuelas independientes también por ofrecer un ambiente estable y seguro, que responde a las necesidades individuales de los chicos. A las familias les gusta, además, que la escuela sea responsable ante ellas, no ante la burocracia estatal.
Un ejemplo son las escuelas de la Pared Foundation, de Sydney. Aunque iniciaron su actividad hace solo veinte años, ya figuran entre las mejores del Estado de Nueva Gales del Sur. Tras un modesto comienzo con unas pocas niñas de primaria, hoy Pared tiene más de mil estudiantes en Tangara, su escuela femenina de primaria y secundaria, y en Redfield College, su escuela masculina. Tiene además dos pequeños centros infantiles y un proyecto de abrir dos escuelas en una zona menos favorecida de Sydney, de la misma escala que las ya en funcionamiento.
Andrew Mullins, el director de Redfield, dice que familias de todas las clases sociales quieren escuelas que ayuden a sus hijos a desarrollarse en todos los aspectos, no solo el académico. Aun con honrosas excepciones, las escuelas estatales difícilmente pueden prestar atención individualizada a los alumnos, especialmente en la etapa de secundaria.
En cambio, las escuelas independientes lo tienen más fácil, dice Mullins. «El consejo directivo de una escuela independiente goza de libertad para señalar el ethos por el que se rige el centro. En la mayoría de estas escuelas, el consejo da alta prioridad tanto al rendimiento académico como al fomento de creencias y valores explícitos. Lo hacen para reforzar la labor educativa de los padres que optan por esa escuela, y porque sostienen la extendida convicción que un niño sin valores es un niño que termina siendo incapaz de obrar bien y, en último término, de ser feliz. Según mi experiencia, las escuelas pueden hacer mucho para inculcar virtudes -buenos hábitos- en los niños, ante todo por el apoyo que proporcionan a los padres, y en segundo lugar por el esfuerzo de todos los profesores por fomentar en los niños actitudes y conductas positivas».
Críticas y réplicas
La tendencia favorable a la enseñanza privada no se ha visto libre de oposición. La principal crítica de los paladines del sistema estatal es el nivel de financiación que las escuelas privadas reciben del gobierno federal. En el fondo de tales objeciones late siempre la idea de que el gobierno es el educador natural de los niños. Sin embargo, esta tesis suele ir disfrazada con el argumento de que se debe financiar las escuelas de modo equitativo, según sus necesidades. De ahí se concluye que las escuelas que cobran a los padres no merecen subvenciones estatales.
El lobby de las escuelas privadas replica, por su parte, que el gasto público total por alumno en las escuelas independientes es más o menos el 48% del gasto por alumno de escuela estatal. Así, dice, las escuelas independientes ahorran al gobierno federal y a los Estados unos 1.300 millones de dólares australianos (765 millones de euros) al año.
Otro argumento es que si las escuelas privadas se hacen con una porción mayor de la tarta educativa, habrá menos recursos para atender las necesidades de los alumnos pobres. Los estudiantes de familias modestas son aún mucho más numerosos en las escuelas estatales, pese a que, según el Departamento Federal de Educación, dos tercios de las 246 escuelas no estatales fundadas desde 1997 están en zonas pobres.
Otros temen que las escuelas independientes, tan variadas en creencias religiosas, sean «poco australianas» y contribuyan a que se «balcanice» la sociedad. «Una persona necesita tener la capacidad de comunicarse a través y también dentro de distintos grupos sociales, religiosos y culturales -afirma Alan Reid, profesor de Educación en la Universidad de Australia del Sur-. Aunque algunas escuelas religiosas quizá tengan esa capacidad, existe el peligro de que solo ofrezcan una manera de ver la vida».
Sin embargo, el Dr. Richard Edlin, del National Institute for Christian Education, dice: «Si fuéramos contraculturales -si estuviéramos produciendo inadaptados-, no habría el crecimiento que experimentan las escuelas cristianas. Toda escuela es un invernadero. La cuestión es solo de qué tipo».
Michael Cook