Rara es la generación que no se acaba ganando un sobrenombre. La de los nacidos a partir de 1982 se ha empezado a llamar en Estados Unidos «generación del milenio» (los primeros cumplieron 18 años en 2000). La nota distintiva es que es la más hiperprotegida y teledirigida de la historia: fueron los chicos del «bebé a bordo»; viajaron en asientos de seguridad infantil; no montaron en bici sin casco ni rodilleras; sus juguetes se fabricaron en conformidad con todas las directivas de seguridad internacionales…
Junto con esto, según Mark McCarthy, vicepresidente de la Universidad de Marquette, «los padres de esta generación se han acostumbrado a tener un contacto permanente con sus hijos y viceversa». El teléfono móvil es el cordón umbilical. Un estudio realizado en el Middlebury College, cuyos resultados serán publicados en agosto por la American Psychological Association, muestra que los estudiantes de primer año hablan con sus padres más de 10 veces a la semana.
Según los estudiosos, los padres están tan involucrados por distintas razones pero coinciden en una: el deseo de proteger a sus hijos porque la sociedad es cada vez más competitiva y difícil. El «Washington Post» (21-03-2006) recoge la declaración de una madre que confirma la tendencia: «Hay montones de cosas que no puedo controlar: el terrorismo, el clima… Pero sí puedo controlar en qué emplea su tiempo mi hija».
A principios de los noventa, los profesores y directores de colegios comenzaron a notar que algo estaba cambiando. Los padres pasaban cada vez más tiempo en el colegio, luego llegaron las llamadas telefónicas a los profesores, los e-mails, los sms, a veces, todo a la vez. Todavía hoy muchos colegios no saben cómo manejar la avalancha. Hace unos años, buscar colaboración entre los padres para cualquier actividad extraescolar era inútil, hoy el «overbooking» está garantizado en muchos colegios (cfr. Aceprensa W46/05).
Pero no todo es «amor de madre». Muchos profesores se quejan de que los padres se entrometen demasiado: «¿por qué le has puesto esta nota?», «¿por qué está en el banquillo?», «¿por qué le regañas?», «¿por qué está sentado al final de la clase?», «¿por qué le has castigado?». De hecho, algunos colegios privados ya incluyen en el contrato de admisión la advertencia de que un alumno puede ser expulsado del colegio como consecuencia del comportamiento de sus padres.
«Padres helicóptero»
Por defecto o por exceso, todo tiene su lado oscuro. Los educadores advierten que esta actitud de los padres impide que los niños aprendan a resolver problemas, tomar decisiones, asumir responsabilidades, ser independientes. Lo necesitarán en la universidad y más allá. Linda Walter, codirectora de los programas de orientación de los nuevos alumnos de la Universidad de Seton Hall, afirma que «la mayoría de los jóvenes que entran en la universidad tienen los conocimientos académicos necesarios para realizar bien sus estudios, pero carecen de independencia, no saben compartir y no tienen capacidad para resolver conflictos».
Algunos colegios ya se han adelantado. Uno de Phoenix ha puesto en marcha el programa «Managing Millennial Parents» para explicar a los profesores cómo tratar a los «padres helicóptero», llamados así porque se lanzan en picado al mínimo problema. Otros, ofrecen a los padres cursos donde les advierten de las consecuencias que lleva consigo decidir todo en lugar de sus hijos.
Todo esto sería un teoría pedagógica más si Sue Shellenbarger («The Wall Street Journal», 16-03-2006) no tuviera testimonios de que los «padres helicóptero» ya están aterrizando en los centros de trabajo. Directivos de empresas como Boeing, General Electric o St. Paul Travelers han descolgado el teléfono para escuchar a un padre contar lo idóneo que es su hijo para el puesto de trabajo -a veces en mitad de la entrevista de trabajo- o para protestar por el sueldo que le ofrecen y tratar de aumentarlo. Otras veces lo sorprendente es que el candidato no acepta el puesto porque primero tiene que consultarlo con su padre.
En la mayoría de los casos, el proceso de contratación se hace de forma confidencial y las llamadas telefónicas de los padres se sortean con diplomacia. Pero algunas empresas han optado por mandar copia de las condiciones de la oferta a los padres e incluso les permiten asistir a algunas de las sesiones del proceso de selección.
Mientras tanto, ¿cómo se sienten estos jóvenes blindados? La mayoría bien, gracias. Según una encuesta realizada por una empresa de servicios, Experience, entre 400 jóvenes, solo el 25% dijo que sus padres estaban excesivamente implicados en sus cosas hasta el punto de ser embarazoso o molesto. ¿De qué más pueden quejarse?
Ignacio F. Zabala