En Estados Unidos preocupa el peor rendimiento académico de los varones en la enseñanza primaria y secundaria, que en los últimos decenios han ido perdiendo terreno con respecto a las chicas. A la vez, ha descendido la proporción de docentes masculinos, que hoy está en su nivel más bajo de los últimos 40 años (20% del profesorado de los centros públicos). ¿Podrían estar relacionados ambos hechos, que se dan también en otros países?
Una investigación -la más completa hasta la fecha- sobre la influencia del sexo de los profesores en los resultados de los alumnos aporta indicios a favor del sí. Pero descubre que también las chicas rinden peor cuando les enseñan docentes del otro sexo. La peculiaridad de los chicos es solo que a ellos el fenómeno les afecta más, simplemente porque la mayoría de los profesores son mujeres.
El estudio («How a Teachers Gender Affects Boys and Girls») aparecerá en el próximo número de la revista trimestral «Education Next» (otoño 2006), pero ya está disponible en Internet y ha recibido los primeros comentarios y críticas. Su autor, Thomas Dee (Swarthmore College), advierte que tener profesores del sexo opuesto no explica toda la diferencia de resultados entre chicos y chicas, pero sí una parte. Y subraya que sus conclusiones son congruentes con las diferencias observadas en distintas materias. Así, lengua es la asignatura en que las chicas más aventajan a los chicos y en que mayor es la proporción de profesoras. En ciencias ocurre lo mismo, pero al revés: a favor del sexo masculino.
Dee se basa en una encuesta a 25.000 alumnos de 14 años, de escuelas públicas y privadas, realizada por el Departamento de Educación de Estados Unidos desde 1988. Dee empleó distintas técnicas para aislar el sexo del profesor de los demás factores que influyen en el rendimiento y las actitudes de los alumnos.
El rendimiento se mide con las notas, y las actitudes, mediante preguntas a alumnos y profesores. Sus principales conclusiones son las siguientes:
Tener una profesora sube los resultados de las chicas y baja los de los chicos en ciencias naturales, ciencias sociales y lengua; al revés, si el profesor es varón, los chicos mejoran y las chicas empeoran. Por término medio, el efecto en esas tres asignaturas equivale más o menos a la cuarta parte de la diferencia de rendimiento entre los sexos.
Con un hombre en la tarima, es mayor la proporción de chicas que consideran la asignatura inútil para su futuro, van a clase con pocas ganas y tienen miedo de hacer preguntas.
En comparación con sus colegas masculinos, las profesoras dicen tener más chicos que perturban el desarrollo de las clases pero menos chicas distraídas o indisciplinadas.
En fin, según Dee, su trabajo autoriza a afirmar que tener un profesor del sexo opuesto es peor para los alumnos, pero no aclara exactamente por qué. Parece que influyen las actitudes espontáneas o incluso inconscientes de los docentes hacia los alumnos del otro sexo, y de estos hacia aquellos. También podría ser que los docentes desconozcan o no tengan en cuenta que cada sexo tiene su propio estilo de aprender. Hacen falta más estudios para llegar a explicaciones probables, advierte Dee.
Como en una escuela femenina o masculina los profesores suelen ser del mismo sexo que los alumnos, el estudio parece ir a favor de la educación diferenciada. Pero Dee señala expresamente que sus conclusiones no apoyan esa alternativa pedagógica, entre otras cosas porque para su investigación solo contó con datos de escuelas mixtas, de modo no puede compararlas con las de un solo sexo. Por eso opina que «quizá la mejor opción en política educativa sea estar abiertos a una variedad de estrategias que ni respalden inequívocamente la educación diferenciada ni tampoco la excluyan por principio».