Contrapunto
En los países ricos ya no, pero jugar al golf en China es sinónimo de riqueza y elitismo. Hasta el punto de que en muchas universidades prestigiosas, que al fin y al cabo son las que educan a las elites sociales, los cursos de golf son esenciales. Ya saben, «el ‘backswing’ en el hierro 5», «el ‘stance’ en el ‘fade'», «cómo corregir el ‘hook'», «la subida en el ‘putt’ corto» o «el ‘finish’ en el ‘backspin'». Esto último, por cierto, se les suele atragantar.
Pero un curso de golf no se termina con aprovechamiento sin un buen campo, aunque sea de prácticas. Y como a nadie se le ocurriría matricularse en una universidad que no tenga por lo menos un Par3 de 9 hoyos, las universidades están empezando a construirlos. Algunos, de 18 hoyos, sí: esnobismo obliga.
Ya tenemos la asignatura de golf en el programa universitario y un buen campito, ¿qué falta? Las críticas cada vez que se construye un nuevo campo. Pero no esas críticas envidiosas de quienes harían lo mismo si pudieran. Y ni siquiera las críticas a las 40-50 hectáreas de terreno o los 3.000 metros cúbicos diarios de agua que necesita un campo. Sino esas críticas al más puro estilo comunista: las universidades deberían destinar ese dinero a educar a los estudiante necesitados en lugar de divertir a los ricos.
Hay que serlo. En China hay 300 campos de golf en sendos clubes de lujo, que incluyen hotel, restaurante y caddie, por supuesto. Ser socio del Shanghai Sheshan Golf Club, por ejemplo, cuesta 181.250 dólares. Es decir, el salario de 100 años de un trabajador emigrante. Un proletario urbano, vamos.
Las autoridades se esfuerzan en castigar el despilfarro cobrando unas tasas al consumo del 23%, cuando en otros deportes no llegan al 5% de las cuotas. Pero se ve que eso anima la tendencia de los chinos millonarios, más interesados en ganarse el respeto de los demás (ser rico en China equivale a ser sospechoso de jugar sucio). La moratoria del gobierno central a la construcción de nuevos campos de golf, aprobada en 2004, tampoco la ha frenado, ya que las autoridades regionales han descubierto en el golf la fórmula de animar sus maltrechas economías. El rector de la Xaimen University City lo sabe, por eso ha prometido que «construirá el campo de golf más hermoso de todos los campus universitarios chinos» («Asia Times», 21-11-2006). Tan hermoso como obligatorio: dijo que los cursos de golf serían obligatorios para los estudiantes de administración de empresas, derecho, economía e informática.
El golfista chino más conocido, Zhang Lianwei, ha salido al paso de las críticas: «Si la Xiamen construyera un campo de fútbol en vez de uno de golf, ¿habría alguna objeción?. No creo que haya otro deporte que sea capaz de atraer una inversión tan grande en tan poco tiempo». Cómo han cambiado las cosas, Mao.
La universidad de Pekín, más sensible, en cambio, ha abandonado el proyecto del campo. Una gota en el mar de las desigualdades chinas: el 20% de la población más pobre tiene el 4,7% de la riqueza del país, mientras que el 20% de los más ricos, el 50%, según Naciones Unidas.
Podría ser el peaje de la Gran Marcha hacia el capitalismo pero tiene consecuencias directas en la educación universitaria. Ahora es más difícil acudir a la universidad, ya que la matrícula cuesta una media de 5.000 yuan, cuando en 1996 costaba 800 yuan.
Mala noticia para los pobres, aunque los ricos también tienen la suya. Los nuevos ricos chinos se esfuerzan en dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron. Al golf hay que añadir las clases de ballet, de piano, de equitación, de patinaje sobre hielo, de esquí… a las que apuntan a sus hijos. La mala noticia es que cuando salen del país, los ricos extranjeros los miran con desdén porque les faltan modales, según Wang Lianyi, experto en estudios culturales comparativos de la Chinese Academy of Social Sciences de Pekín («International Herald Tribune», 22-09-2006). Lo cual les provoca ansiedad. Otro tipo de lucha de clases.
Ignacio F. Zabala