En una época con dificultades de empleo, encuentran eco las propuestas para que los estudios universitarios sean “prácticos” y se orienten al mercado laboral. Pero lo práctico no siempre es lo más útil. Lo recuerda Peter Cappelli, Director del Center for Human Resources de la Wharton School, en un artículo publicado en el Wall Street Journal sobre cómo ayudar a los que van a empezar la universidad a escoger la carrera más apropiada.
Aunque no pretende hacer una reflexión global sobre el papel de las humanidades ni sobre cuál sea el objetivo fundamental de la educación, el texto plantea desde un punto de vista práctico algunas objeciones a la idea, cada vez más extendida, de que los estudios de carácter profesional representan el futuro para el sector educativo, y en concreto el universitario.
La principal idea del artículo es que equivocarse al escoger un grado demasiado especializado, o demasiado orientado hacia un tipo muy concreto de trabajo, sale demasiado caro, mientras que acertar puede reportar beneficios inmediatos, pero no tantos a medio y largo plazo. En concreto, Cappelli se refiere a que los que se gradúan en uno de estos programas suelen encontrar un primer trabajo en menos tiempo que los graduados en estudios como Humanidades o Artes Liberales; sin embargo, la especialización les hace menos flexibles, con lo que tienen más dificultad para adaptarse a un mercado laboral cambiante. Incluso en el nicho laboral de las tecnologías, que ha producido una auténtica fiebre de grados de carácter profesional en las universidades, el tiempo ha demostrado que existe una gran incertidumbre sobre cuáles serán las “gallinas de los huevos de oro” en el futuro.
Cappelli, que reconoce la importancia de que existan estudios especializados (sobre todo en materias muy prácticas), propone incluir en ellos algunos cursos de lógica o de lengua. Esto aportaría a los alumnos unas competencias –saber razonar y expresarse– útiles para cualquier persona. También recomienda, en caso de los que se deciden por una carrera más profesional, retrasar la especialización todo lo posible, entre otras cosas para poder responder mejor a los movimientos del mercado. Si no se ve clara la llamada hacia un tipo específico de trabajo –algo bastante normal a los 18 años–, Cappelli sugiere otra opción, una que no se tiene suficientemente en cuenta hoy en día: “adquiere una buena formación general en la universidad, y preocúpate del mercado laboral cuando te gradúes”.
Humanidades para entender el mundo
Mientras que el artículo de Cappelli se limita a recordar algunos riesgos prácticos de los estudios demasiados especializados, otro publicado en la revista Quadrant por Kevin Donnelly hace una reivindicación de lo que denomina la “visión conservadora” de la educación, como contraria a la “visión utilitarista” que caracteriza a nuestros tiempos.
Donnelly, director de Education Standards Institute, critica el énfasis en los programas vocacionales, como si la educación fuera simplemente una fábrica de trabajadores capacitados. De ahí que se hable tanto de capacidades y tan poco de conocimientos. Además, señala el autor, este utilitarismo se ha visto favorecido por otra de las ideas preferidas de la pedagogía moderna: que el estudiante tiene que ser el centro del currículum y el motor de su propio aprendizaje. Esto restringe la educación al mundo del alumno, en el que las preguntas sobre las grandes cuestiones (filosofía) o sobre la humanidad y sus formas de expresión (historia, artes) no ocupan un lugar predominante. Citando a T.S. Eliot, Donnelly explica que la educación debe vacunarnos “contra la tentación de la pura contemporaneidad”.
En el artículo, se toma como ideal educativo unas palabras del filósofo inglés Michael Oakeshott: “Conocer la herencia material, emocional, moral e intelectual que nos ha legado la humanidad; reconocer las variantes del comportamiento humano y participar en la conversación que han dejado en la historia”. Las humanidades tienen un papel insustituible en este objetivo. Como señala Donnelly, quien ha leído tragedias griegas como Medea o Antígona, o las obras de Shakespeare, se da cuenta de que la naturaleza humana ha cambiado muy poco, y que su conocimiento es más útil que el de la física o la química, mucho más cambiantes.
Aunque Donnelly no le dedica mucho espacio en su artículo, sí menciona la importancia de los valores en una educación que pretende ser integral. Este punto fue discutido con mucha más profundidad en unas conferencias dictadas por el propio T.S. Eliot en 1950 en Chicago. Entre otras cosas, Eliot proponía que para que la educación sea verdaderamente humana, además de preparar a los alumnos para ganarse la vida en el futuro o para participar en una sociedad democrática, debe estar permeada por la enseñanza de valores, y debe plantear la cuestión religiosa. Otra cosa no se correspondería con una enseñanza verdaderamente humanística, porque no iluminaría las facetas más identitarias del hombre.