EE.UU.: escuelas concertadas comprometidas con la diversidad

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Morris Jeff Community en Nueva Orleans, Citizens of the World en California, o Blackstone Valley en Rhode Island, son ejemplos de colegios comprometidos con el acceso a la educación para alumnos de todas las razas o clases sociales.

Estas escuelas estadounidenses tienen en común tres características. Por un lado, son charter schools, es decir, similares a las concertadas en España: financiación y supervisión pública pero gestión privada. Por otro, todas obtienen resultados superiores a los de los centros de su entorno en las pruebas externas de sus respectivos estados. Por último, las tres son “intencionalmente diversas”, lo que significa que el objetivo de atraer un alumnado heterogéneo en términos raciales y socioeconómicos está en el ideario fundacional del colegio.

Y no se trata simplemente de una bonita declaración o un brindis al sol; este enfoque influye en la manera de diseñar los grupos, los criterios de admisión al centro, el currículum o la formación de los profesores, entre otros aspectos.

En Estados Unidos, el debate sobre la desigualdad económica va inseparablemente unido al de la desigualdad racial. Este mismo enfoque global está presente cuando se analiza la equidad del sistema educativo. Durante las últimas décadas, la proporción de escuelas racialmente homogéneas no ha dejado de crecer, y con ella la preocupación por las consecuencias de esta segregación.

Una crítica injusta

Las charter schools nacieron hace casi 30 años como laboratorios pedagógicos. Se trataba de crear espacios de autonomía para probar diferentes modelos de enseñanza. Así pues, se puede decir que la diversidad siempre ha estado en su ADN. Además, también desde el principio se quiso que fueran precisamente los alumnos más necesitados quienes pudieran beneficiarse de esta innovación.

No obstante, esta apuesta por los más vulnerables, que ha provocado que en sus aulas haya más concentración de estudiantes pobres y de minorías raciales, paradójicamente también ha situado a las charter en el centro de las críticas de quienes consideran que su alumnado es poco diverso.

Estas críticas se apoyan en datos como los que ofrecía en 2017 un informe de Associated Press, según el cual el porcentaje de escuelas “gueto” (aquellas donde el 99% de los estudiantes pertenecen a la misma raza) entre las charter era de un 17%, por solo un 4% en la red pública.

Como suele ocurrir, el dato suelto oculta una realidad mucho más compleja. En primer lugar, porque las charter solo escolarizan al 6% de todo el alumnado, por lo que su efecto sobre el total de la segregación no puede ser muy grande. Segundo, otros análisis más pormenorizados demuestran que el perfil racial del alumnado de estas escuelas no difiere mucho del de los institutos públicos cercanos; lo que pasa es que las charter tienden a concentrarse en núcleos urbanos, que son las zonas más estratificadas. Además, la acusación de favorecer la desigualdad puede sugerir que los estudiantes de esta red son mayoritariamente blancos y ricos, cuando la realidad es más bien la contraria.

La mayor concentración de estudiantes pobres y de minorías en las charter obedece a su ubicación y al éxito de su modelo entre los más desaventajados

Por otro lado, aunque cada vez más estados conceden un mayor margen de elección a los padres dentro de la red de colegios públicos, han sido las políticas de zonificación escolar vigentes en este sector las culpables de perpetuar en los colegios la segregación urbana. Tim DeRoche contaba recientemente en Quillete el caso de dos institutos de Washington, separados apenas por doscientos metros pero pertenecientes a zonas escolares diferentes: una estricta ley estatal impide a familias de un lado escoger colegio en el otro, y esto ha contribuido a aumentar la ya fuerte desigualdad socioeconómica entre las dos zonas, pues solo los padres de familias pudientes pueden permitirse comprar una casa cerca del colegio bueno. Resulta incoherente entonces, concluye DeRoche, exigir a las charter un compromiso con la diversidad que no se pide a los centros públicos.

Diversidad a propósito

Con todo, más allá de si las exigencias de igualdad se aplican igualitariamente a la red pública y a las charter, lo cierto es que dentro de este sector ha ido creciendo en las últimas décadas un movimiento de escuelas “intencionalmente diversas”.

Un estudio publicado en 2018 por The Century Foundation analizó un total de 5.700 charter de todo el país, y encontró 125 “intencionalmente diversas”. Esto supone algo más de un 2%, aunque el porcentaje sube al 5% entre las creadas en la última década, lo que muestra el crecimiento del fenómeno.

Por otro lado, el informe solo incluyó en el cómputo a los centros que, además de ser efectivamente diversos, mostraran un compromiso claro con este valor en su web o sus estatutos. De ahí que se quedaran fuera otras 300 escuelas que, a pesar de tener un alumnado heterogéneo, no explicitaban este compromiso oficialmente. Además, hay más charter intencionalmente diversas de las que cuenta The Century Foundation, porque, por ejemplo, muchas de las 190 escuelas que forman la Diverse Charter Schools Coalition no aparecen en el informe.

Sea cual sea el número total, está claro que estas charter están haciendo un esfuerzo por lograr que su alumnado sea diverso. Por una cuestión de justicia social, pero también porque, según apunta la mayoría de estudios sobre el tema, esta diversidad produce beneficios académicos tanto a corto como a medio y largo plazo: mejores calificaciones, menor tasa de repetición y de abandono temprano, mayor proporción de estudiantes que acceden a la universidad. Y no solo académicos: la interacción con compañeros de contextos diferentes se relaciona también con una mayor capacidad de trabajo en equipo o un mayor sentimiento de pertenencia al colegio en los alumnos y en sus padres.

Buenas prácticas

Una serie de reportajes escritos en 2018 para The 74 Million, una publicación perteneciente a The Century Foundation, analizaba las políticas concretas que cuatro de las 125 charter intencionalmente diversas estaban poniendo en práctica para lograr su objetivo. Algunas de ellas tienen que ver con peculiaridades de la zona donde se ubica la escuela. Por ejemplo, la de Nueva Orleans, que se encuentra en un barrio muy estratificado en lo económico, fleta unos autobuses –que paga el propio colegio– para recoger a estudiantes de otros distritos. Además, como los criterios de admisión en las etapas de escolarización obligatoria dependen del distrito y no valoran la raza o el nivel social de los aplicantes, los promotores crearon una guardería propia en la que seleccionan teniendo en cuenta estos factores, de forma que el alumnado que les llegue a Primaria sea realmente heterogéneo.

La diversidad del alumnado favorece el rendimiento académico y la adquisición de habilidades sociales

En la de Rhode Island, en cambio, sí gozan de más margen para “trucar” el sistema de lotería por el que las charter están obligadas a asignar las plazas cuando hay más demanda que oferta. Así pues, esta escuela utiliza unos algoritmos para que el sorteo favorezca la diversidad del alumnado, un recurso que –dicho sea de paso– no es legal en todos los estados.

Estas y otras medidas, por ejemplo algunas relacionadas con la formación del profesorado en cuestiones culturales o pedagógicas, fueron recogidas en un informe presentado en 2016 por la National Charter School Resource Center, que también ofrece multitud de ejemplos de buenas prácticas llevadas a cabo por charter en todo el país. El documento ha servido desde entonces como guía para la creación de nuevas escuelas intencionalmente diversas, y muestra el compromiso de este sector con la equidad del sistema educativo.

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