Desde que el covid obligó a cerrar las aulas, profesores, familias y expertos en educación vaticinaron que el parón educativo tendría importantes consecuencias a corto y largo plazo. Tras la vuelta a las clases, varios informes internacionales parecen confirmar los peores augurios, y recomiendan medidas de recuperación.
Por ejemplo, el Banco Mundial ha publicado varios estudios recopilando datos de evaluaciones llevadas a cabo en países de los cinco continentes. Partiendo de esta información, y de otros datos recabados por Unicef referidos a la longitud de los cierres escolares en cada región, la consultora McKinsey también ha elaborado un informe propio. Al análisis de la cuestión también se han sumado expertos de distintas instituciones, como Harvard o la Brookings Institution.
Casi un curso de retraso
Aunque algunos datos varían ligeramente de uno a otro estudio, la realidad que dibujan estos informes es bastante coincidente… y negativa. Según el Banco Mundial, en el momento álgido de la pandemia los cierres de escuelas llegaron a afectar a 1.600 millones de niños y niñas, la gran mayoría en países de ingresos medios y bajos. De media, los colegios cerraron totalmente sus puertas durante 121 días lectivos, a los que hay que sumar otros 103 de cierres parciales.
No obstante, la longitud del parón fue muy diferente en cada región. De las 102 semanas que van desde febrero de 2020 –cuando se empezaron a cerrar escuelas– a enero de 2022 –fecha en que muchos países habían vuelto a una cuasi normalidad–, en Europa, Asia central y el África subsahariana se había dado clase totalmente presencial durante 45, algo menos de 40 en Asia oriental y Norteamérica, pero apenas 5 en Asia meridional y Latinoamérica, las dos regiones donde más tarde se han levantado las restricciones (Filipinas acaba de retomar la educación en persona, después de más de dos años).
Lógicamente, estas han sido las zonas donde se ha acumulado mayor pérdida educativa. En concreto, según los cálculos de McKinsey, cerca de 12 meses de instrucción –es decir, un curso y dos meses–, por solo 3,5 en Europa o Asia central (ver gráfico).
No obstante, no existe una correlación exacta entre el deterioro educativo y la duración del cierre escolar, porque existen otros factores a tener en cuenta; por ejemplo, los medios tecnológicos disponibles en cada sistema educativo, que permitieron a algunos ofrecer una educación remota de calidad y a otros no. Así, aunque en el África subsahariana las clases se mantuvieron más tiempo abiertas que en Estados Unidos, la pérdida ha sido mayor.
Los países con ingresos medios, como India, México o Filipinas, han sido los más castigados por el parón
Por otro lado, el deterioro educativo por lo general se ha medido en comparación con los resultados de las generaciones previas al covid en esos mismos países. Por ello, las regiones con peor rendimiento previo tenían menos que perder. Esto explica que, según señala el informe de Mckinsey, los países peor parados hayan sido los de ingresos y nivel educativo medio: allí las notas podían empeorar sensiblemente, y los medios técnicos para la educación online eran más bien pobres. Si a esto se añade la larguísima duración de los cierres escolares (por ejemplo, en India, México o la mencionada Filipinas), el resultado no podía ser otro.
Indicadores básicos
El efecto negativo de la pandemia en la educación se muestra de forma especialmente clara en algunos indicadores básicos de rendimiento, como el absentismo, el fracaso escolar o las destrezas fundamentales.
En cuanto a lo primero, un estudio centrado en EE.UU. señala que, aunque la tasa de absentismo ha descendido ligeramente respecto al momento álgido de la pandemia, sigue siendo mucho más alta que antes del parón. Por ejemplo, en California casi se ha doblado. A nivel nacional, se calcula que entre 1,7 y 3,3 millones de estudiantes de los cuatro últimos cursos de secundaria podrían dejar la escuela prematuramente a consecuencia del parón educativo.
La situación es aún peor en países de bajos ingresos. En Uganda, se estima que un tercio de todos los estudiantes están en riesgo de no volver a las aulas. Estas previsiones están basadas en lo sucedido con la epidemia de ébola entre 2014 y 2016, que aumentó significativamente la tasa de abandono escolar, especialmente entre las niñas y en las comunidades más pobres.
El porcentaje de alumnos atrasados en lectura ha crecido en todo el mundo, y sobre todo allí donde el cierre fue más largo
Otro indicador básico que muestra el efecto de la pandemia es la llamada “pobreza educativa”, que el Banco Mundial define como la incapacidad de leer y entender bien textos sencillos a los 10 años. Se estimaba que su incidencia aumentaría 10 puntos porcentuales a nivel mundial por los cierres escolares, hasta llegar al 63% de los alumnos. Sin embargo, el crecimiento ha sido mucho mayor en los países con cierres más largos. Por ejemplo, en algunos de Latinoamérica y Asia meridional ha superado los 20 puntos porcentuales, hasta afectar al 80% de los estudiantes. En términos absolutos, el África subsahariana sigue estando a la cabeza, con una tasa superior al 90%, pero la pandemia ha tenido menor incidencia relativa.
Por otro lado, la interrupción de las clases también ha afectado a otros factores relacionados con el bienestar social, emocional y sanitario de los estudiantes. En concreto, algunos estudios señalan un aumento de la violencia contra menores, los casos de ansiedad o los embarazos en adolescentes. También se ha incrementado la tasa de obesidad, al mismo tiempo que millones de niños y niñas dejaron de recibir el almuerzo gratuito en los comedores escolares: en el pico de pandemia se estima que esto llegó a afectar a 370 millones, una cifra que se redujo hasta los 180 millones en octubre de 2021.
Efecto desigual por asignatura, sexo y nivel económico
Además de la capacidad lectora, también la matemática ha sufrido mucho por el parón educativo. De hecho, según la mayoría de mediciones nacionales, el deterioro en este ámbito ha sido aún mayor. Los expertos explican que este tipo de contenidos necesitan más del profesor para afianzarse (por eso, las vacaciones estivales suelen ser especialmente perjudiciales para estas habilidades).
Los informes también señalan un mayor efecto del parón en los alumnos de los primeros cursos de primaria que en los demás. Se apuntan varias razones: cuentan con un menor bagaje de contenidos que les sirvan como “reserva”; necesitan un mayor apoyo del profesorado, por lo que la enseñanza virtual es menos efectiva; además, aprenden más por año que los mayores, por lo que la pérdida relativa ante el cierre de la escuela también es mayor.
Por otro lado, los datos de diferentes estudios indican que el efecto negativo por la pandemia ha sido más acusado entre las chicas, especialmente en los países de ingresos medios y pobres. Esto puede deberse, por un lado, a factores culturales (menor atención a la educación de la mujer), pero también puede que esté relacionado con la especial incidencia de los cierres en las habilidades matemáticas, en las que las alumnas suelen obtener peores resultados que sus compañeros.
El cierre de las aulas ha ensanchado la brecha educativa por nivel socioeconómico, incluso en países con condiciones favorables
En lo que sí coinciden todos los estudios es en que, dentro de cada país, los estudiantes de nivel económico más bajo y las minorías raciales –factores frecuentemente relacionados– han sufrido un impacto educativo más fuerte. La menor disponibilidad de medios tecnológicos para seguir la educación remota, el inferior capital formativo de los padres, la imposibilidad de pagar profesores particulares o academias, y el peor rendimiento escolar antes del parón explican que la brecha educativa haya aumentado sensiblemente por la pandemia. De todas formas, incluso en un país con condiciones favorables como Países Bajos (una sociedad poco desigual, un parón educativo más corto que la media, buen equipamiento para la enseñanza online), la desigualdad ha aumentado.
Una vez de vuelta a las aulas, la recuperación del aprendizaje perdido también está siendo dispar. Según cuenta un informe de McKinsey sobre este tema, los alumnos estadounidenses matriculados en escuelas con un alumnado mayoritariamente negro aún están cinco meses por detrás en lectura y matemáticas, comparados con las generaciones previas de esos mismos centros; en cambio, los que acuden a escuelas de mayoría blanca actualmente solo acumulan dos meses de retraso.
Lo mismo puede decirse del absentismo escolar y el nivel socioeconómico: mientras la tasa casi ha vuelto a niveles prepandemia entre los estudiantes ricos, apenas hay recuperación entre los más pobres.
Qué se puede hacer
Ante el panorama tan sombrío que ha dejado la pandemia en las aulas, los expertos educativos recomiendan, en primer lugar, hacer un diagnóstico exhaustivo y temprano de las deficiencias de aprendizaje acumuladas, especialmente en las destrezas esenciales: lectura y matemáticas. Algunos sistemas educativos están reforzando la carga horaria de estas asignaturas en el horario, o diseñando programas de refuerzo para los más atrasados.
Las tutorías en pequeños grupos, especialmente las denominadas “de alta intensidad” (un buen número de horas de refuerzo en poco tiempo y con un seguimiento muy cercano de cada alumno), han demostrado ser una herramienta muy eficaz en la recuperación de estudiantes “perdidos”, y especialmente en los primeros cursos de primaria. Un artículo publicado en Brookings Institution recomienda hacer de ellas la medida prioritaria para la lucha contra las desigualdades generadas por el parón educativo, por encima de la reducción del tamaño de las clases o la extensión del curso escolar.
Otras propuestas piden aprovechar el conocimiento de las tecnologías educativas generado durante el cierre (por ejemplo, con bases de datos más pormenorizadas para seguir el progreso de los estudiantes, o software útil para la creación y evaluación de contenidos), o invertir más dinero en la salud mental dentro de los centros escolares.