Es pronto para saber, si tras el cambio de gobierno en Francia, el nuevo ministro de Educación, Benoît Hamon, adoptará nuevas líneas en la política educativa francesa. Como señala con cierta ironía un dibujo de La Toile de l’éducation, del diario Le Monde, no es fácil consolidar reformas con tantos cambios: el último ministro, Vincent Peillon, ha estado solo 22 meses en el cargo. Algo más duraron los anteriores: Luc Chatel, 35; Xavier Darcos, 25; Gilles de Robien, 23. Pero ni siquiera figuras de prestigio, como Luc Ferry y Jack Lang superaron de veras los dos años.
Peillon tenía el ambicioso proyecto de formar a los alumnos franceses en una “moral laica”, con características que la hacían de hecho laicista. Debió cambiar el título de la materia a “formación moral y cívica”. La ley de orientación y programación para la refundación de la escuela de la República, aprobada por el Parlamento en julio de 2013, establece que “la escuela, especialmente mediante la educación moral y cívica, enseña a los alumnos el respeto de la persona, sus orígenes y diferencias, la igualdad entre mujeres y hombres, así como la laicidad”. En concreto, según esa norma, la enseñanza moral “tiene como objetivo hacer de los alumnos ciudadanos responsables y libres, con sentido crítico y comportamientos basados en la reflexión personal”.
Lo que aporta la moral cristiana
Por eso, la escuela católica –sinónimo casi de escuela privada en el país vecino‑ se planteó cómo abordar esa enseñanza, de modo compatible a su propio ideario. Las normas vigentes sobre contratos de asociación (equivalentes a los conciertos en España) reconocen ese ideario, aunque exigen aplicar en todo la programación oficial.
En esa línea, el pasado 28 de marzo el Comité Nacional para la Educación Católica votó por unanimidad un texto, de quince páginas, sobre la “formación moral”, según informa La Croix (31-03-14). Quería prever la entrada en vigor en 2015 de los programas oficiales de educación moral y cívica. Ese documento base se ampliará con sugerencias didácticas sobre diversas cuestiones prácticas.
Más allá de ideologías, parece importante ayudar a los alumnos a fortalecer su capacidad de discernimiento sobre los fundamentos de la convivencia, tanto desde el punto de vista de la ley republicana como de la antropología cristiana. En la práctica, la nueva materia –si se mantiene– ofrece la oportunidad a la escuela católica de enriquecerla con la aportación de los grandes principios evangélicos.
El Comité Nacional no pretende que los alumnos memoricen unas normas éticas, dentro de una especie de corpus externo, sino ayudarles a ser personas de criterio: convertir a cada uno en auténtico sujeto moral. Pascal Balmand, secretario general de la escuela católica, está convencido de que “el enfoque cristiano de la moral tiene mucho que aportar, con pleno respeto a la libertad de todos”. El documento destaca la “luz de la fe cristiana” en relación con “los fundamentos de la fraternidad”, del “testimonio del amor” o, incluso, de la “experiencia del mal”.
Es tarea de la escuela católica “formar personas libres y autónomas, capaces de asumir plenamente la responsabilidad personal y social”. Esto exige “transmitir la norma, promover la comprensión y ejercitar cada uno el sentido crítico para una visión personal responsable”. Los autores intentan conciliar el fortalecimiento de la propia identidad con la realidad sociológica de que muchas familias acuden a la escuela católica por su prestigio docente, no por razones religiosas. Como señala Bruno Poucet, profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad de Picardía, “la enseñanza católica podrá, sin dificultad, ofrecer a sus alumnos una educación moral que refleje los valores cristianos”.