Contrapunto
El Ministerio de Educación español está dando vueltas al proyecto de Ley de Calidad de la Educación, que incluye el establecimiento de una reválida al acabar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) o el Bachillerato; la posibilidad de repetir curso y la creación de itinerarios diferenciados según el rendimiento y la motivación de los alumnos (ver servicio S1/02). Quienes no están de acuerdo con esta línea afirman que el proyecto atenta contra la educación comprensiva, igual para todos hasta los 16 años, y que va a dejar fuera de la Universidad a los más pobres.
Veamos cómo funciona la realidad. Si algo ha estado ante los ojos de todos desde octubre pasado ha sido Operación Triunfo (OT). Más que un concurso de televisión para designar al cantante que representará a España en el Festival de Eurovisión, ha sido una experiencia didáctica. Los dieciséis concursantes seleccionados (de entre 7.000 aspirantes) se fueron a vivir a una casa, llamada «la Academia», dispuestos a lograrlo. Allí les esperaban una treintena de profesores de canto, bailarines y gente musical dedicados a pulir la voz y el estilo de los jóvenes.
Al principio parecía un nuevo programa de basura hiperrealista, ya que en la Academia había cámaras instaladas por todas partes. Sin embargo, solo las pusieron en los lugares comunes. Motivo: los profesores -son iguales en todas partes- decían que había que trabajar, que no había tiempo para no hacer nada, que en la Academia se estudia, se afina la voz, se educan los movimientos, se hace ejercicio, se tiene un horario, se perfecciona la pronunciación y hasta se hacen dietas. Que el éxito no se improvisa. Al principio hubo risas -los alumnos son iguales en todas partes-, pero a medida que caían concursantes se fueron callando.
La gala semanal, en la que los concursantes interpretaban la canción que se habían preparado, cribaba como un examen. El jurado del programa valoraba el resultado, pero también el esfuerzo durante la semana y la evolución personal, y proponía a los cuatro más flojos para abandonar la Academia. Los profesores, que saben quién estudia y quién no, salvaban a uno. Los concursantes aprobados salvaban a otro. Y los dos que quedaban debían trabajar duro durante la semana para que el público (el tercer examinador en una semana) decidiera con sus mensajes desde el móvil quién merecía quedarse. Si aquello no es un examen y esto no es poner nota, se parece.
La final del 11 de febrero, en la que el público eligió la terna de la que saldrá el representante español en Eurovisión, fue seguida por casi 13 millones de espectadores; alcanzó los 15 millones y pico en el minuto más visto y se estima que unos 20 millones de personas se enchufaron en algún momento. OT se convirtió así en el programa más visto de la historia en España.
¿Tantos millones viendo un concurso que defiende que el éxito se alcanza con trabajo, con esfuerzo y dedicación? ¿Quién hubiera defendido en ese momento la promoción automática y el itinerario único? «Que vayan los dieciséis a Eurovisión, no sea que se traumen». El Coro Comprensivo, two points. Le Choeur Compréhensif, deux points.
En una de las últimas galas, los guionistas decidieron mostrar, antes de cada intervención, unos segundos de la primera actuación de los participantes. La evolución era notable y los jóvenes no se olvidaron de agradecerlo a los profesores. En otro momento, la psicóloga del programa echa en cara a un concursante que hubiera dicho palabrotas en público. Los padres del concursante no la denunciaron. Los comentaristas de prensa han dicho que el público joven ha conectado con el afán de superación y de desarrollo personal que han trasmitido los concursantes. Luego no es imposible. Los profesores no se han cansado de repetir «tienes que esforzarte más, no basta el carisma: trabajo, trabajo, trabajo».
Tras la final del día 11, Àngel Llàcer, uno de los profesores, decía que «han venido a aprender y eso se nota en su concentración»; y Lawrence Maeyer, bailarín, encargado de la instrucción coreográfica, afirmó que «saben que los estudios son un lujo y están aprovechando esta oportunidad». Algo les debe de sonar la música porque los tres finalistas han asegurado que después del programa seguirán recibiendo clases, aprendiendo inglés y perfeccionando el canto. O sea, educación continua. ¿Un consejo para los concursantes del año que viene? «Que se esfuercen al máximo», contesta uno de los alumnos.
Sí, pero mientras estos chicos triunfan, los pobres se quedarán fuera de la Universidad, que es lo que nos preocupa. Después de cuatro meses de programa, ya se conocen bastantes detalles de la vida de los concursantes. Quizás sea una coincidencia, pero de la terna ganadora se ha sabido su condición humilde: el padre de Rosa López – my fair lady- trabaja vigilando coches; David Bisbal hacía un curso de forestal y David Bustamante -sentimental, él- es (era) albañil.
Los que se han esforzado, han superado los exámenes y han sacado buenas notas, gracias al empeño de los profesores. Pero quienes lo tienen difícil son los 50 profesionales de Gestmusic, productora de OT, encargados de seleccionar a los concursantes del año que viene de entre 150.000 aspirantes. ¿Estará bien vista la reválida para entonces?
Ignacio F. Zabala